EDUARDO CRUZ ACILLONA | Cuenta una leyenda medieval que una dama joven y bella, casada con un noble, tenía por amante a un trovador de nombre Guillem de Cabestany. Ambos disfrutaban de su amor amparados por la ignorancia del marido. Hasta que éste se enteró. Ordenó matar al trovador, arrancarle el corazón y servírselo a su esposa como vengativa vianda. Ella, al enterarse, reconoció ante el marido que aquella carne estaba tan exquisita que nunca más volvería a probar otra. Acto seguido, y ante la imagen de su marido blandiendo contra ella su espada, se lanzó al vacío desde una ventana de palacio.
Escuchen ahora esa leyenda con la música que emana de los versos de Miguel Hernández (“Hoy descorazonarme, / yo el más corazonado de los hombres”, “Haría un tintero de mi corazón”, “Mi sangre es un camino”, “Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro. / Tu caudaloso vientre será mi sepultura.”) y obtendrán como resultado, igual que un rayo que no cesa, una novela tan breve, apenas 116 páginas, como intensa, tan oscura como luminosa, tan despiadada como arrebatadora, tan violenta como tierna, tan triste como sorprendente, tan completa y cerrada como si fuera la obra cumbre de un autor o autora consagrados.
Pero resulta que Marina Pintor, la autora que firma El festín, apenas contaba con veintiún años en 2019, cuando publicó ésta, su primera novela. Su-primera-novela. Su-pri-me-ra-no-ve-la. Lo repito de todas las maneras posibles porque es difícil de asimilar si uno no ha leído la obra en cuestión. Una obra que evita caer en el manido error del principiante de querer volcar todo lo que uno lleva dentro en una interminable sucesión de páginas que, a la vista de cualquier lector, experimentado o aficionado, se hacen eternas. Muy al contrario, Pintor constriñe la historia a lo esencial, la desnuda de artificios y la presenta de manera diáfana y directa. Prescinde de descripciones minuciosas y de diálogos guionizados que pudieran romper el ritmo de lo narrado, aunque de suculentos diálogos y de emocionantes monólogos está el texto repleto.
No contenta con ello, la autora nos presenta la historia de manera desestructurada, con saltos en el tiempo y en el estilo a la hora de abordar las diferentes escenas y escenarios. Un formato, una apuesta, claramente acertado y que invita a releer de nuevo todo el texto desde el momento mismo en que se alcanza el punto final.
El festín cuenta la historia de Nora, una joven cuya madre murió justo al nacer ella y que perdió a su padre hace poco, también demasiado pronto. Una joven invadida por el amor y por el desamor, por la incertidumbre y por el desasosiego que produce navegar por aguas extrañas e inciertas. Una joven de personalidad arrebatadora y dubitativa, frágil ante las inclemencias de su vida y firme en sus convicciones. Y qué manera la de Pintor de construir el personaje, a base de (iba a decir “brochazos”, pero sonaría a burdo juego de palabras y no quiero) latigazos precisos y certeros, de los que dejan cicatrices después de leerlos. A su alrededor, Claudia, una antigua compañera de baile y enemiga íntima cuando fueron niñas que, como en el cuento del patito feo, se convierte años después en cisne y, por tanto, en objeto de deseo, justo a raíz de verla como bailarina principal del espectáculo titulado, precisamente, “El cisne”.
Nada está dejado al azar. Ni un solo párrafo. Todo tiene sentido. Todo está justificado. Hay tanto que leer en tan pocas páginas. Hay tanto que sufrir. Hay tanto que disfrutar. Hay tanto, sobre todo, de que sorprenderse… No sabemos qué ocurrirá con Nora después del sorprendente giro final de esta historia. Quizás mejor así. Pero no nos resistimos a saber qué pasara con Marina Pintor a partir de esta novela. Estamos deseando saber más, leerla más. Que siga utilizando el corazón como tintero y que nos siga atravesando con el ímpetu y la contundencia de un rayo que no cesa.
El festín (Obrador Editorial, 2019) | Marina Pintor | 116 pags. | 14€
RECTIFICACIÓN:
Cuando Marina Pintor publicó la novela no tenía 21 años, sino 27. Esa diferencia de edad, en todo caso, no me hace cambiar de opinión ni un ápice.
Qué reseña más incitante, Eduardo. Sincera, entusiasta, auténtica por el arrebato que te causa y bien argumentada {como no puede ser de otra manera, aunque no siempre el crítico lo consigue, ya sabes}. A Marina Pintor le debe haber dado un verdadero subidón.
Gracias, Ignacio. El libro lo merece. Y la autora, claro, también.