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El cuchillo y la mantequilla

JOAQUÍN BLANES | Hender es un verbo que tiene como una de sus acepciones “abrir o rajar un cuerpo sólido sin dividirlo del todo”. Un cuchillo bien afilado puede hender la carne con una facilidad inadvertida. El cuchillo en sí mismo no tiene intención, la tiene la mano que lo sujeta, la mano que se abalanza, la mano que tiene como dueño a un individuo que, entre todas las funciones posibles de un cuchillo, decide usarlo como un arma, creyendo que así hace justicia a una vieja fetua de hace más de treinta años. Cuán largo y persistente puede ser el odio.

Ese es el desdichado origen del último libro publicado por Salman Rushdie, Cuchillo, con el subtítulo de Meditaciones tras un intento de asesinato.

Es evidente que todos tenemos muchas fechas en nuestro recuerdo, pero siempre hay una fecha que es “la” fecha. Pienso en el 12 de diciembre de 2014 como la fecha de Natalia Turrión, ahora que se cumplen 10 años desde que nos falta el bueno de Rafael de Cózar. La mía fue el 17 de febrero de 2023, pero eso es otra historia. Para Rushdie esa fecha fue el 22 de agosto de 2022. Esa fecha en la que, como en una película, el personaje queda paralizado, la cámara gira en arco sobre él y el mundo avanza a su alrededor. La vida en el exterior de uno sigue su dinámica cotidiana pero la propia se detiene, se ralentiza, se paraliza o concluye.

La de Rushdie, por suerte, no concluyó, pero sí que desde ese instante se inició un larguísimo periodo de incertidumbre y tránsito hospitalario, sin saber si sobreviviría o no al ataque de un demente.

Primo Levi mantuvo siempre que la felicidad no es eterna, pero que la infelicidad tampoco podía ser permanente. No sabría decir si Levi nos vale como ejemplo para el optimismo, conociendo bien su existencia y su destino final; pero sí que nos vale para hacer frente a cualquier infortunio. Es cierto, la desgracia no dura para siempre y al final todo pasa, como dicen mis tías en reunión familiar frente a su tercer anís.

El libro de Rushdie se encuentra entre la crónica y la autobiografía. Más que un ensayo es una crónica de sucesos con alguna reflexión más o menos profunda e, inevitablemente, existencial. Rushdie domina el relato, es un orfebre de la palabra, no descubro nada nuevo al admirar su arte con la palabra, su elocuencia, su inteligencia, su erudición y su deslumbrante cultura. Eso no quita para que el libro no parezca más que un ejercicio terapéutico, una necesidad más personal que literaria, un aporte a la literatura poco proteínico, ahora que están tan de moda en su versión Tang, salvo para la curiosidad biográfica, porque Rushdie escribe para mostrar el amor frente al odio, quiere mostrar que el amor de su mujer, el de su familia y el de sus amistades, es lo que sobrevive después de la tragedia. Para este estadista, lo más destacable es la parte en la que se enfrenta con su atacante, al que se refiere como el tal A, para no darle protagonismo alguno. Ese diálogo imaginario entre ambos es lo más enriquecedor de esta obra menor. Es curioso, porque Rushdie habla de sus médicos con epítetos como doctor Dolor, doctor Mano, doctor Tajo,etc.; sin embargo a la doctora que se encargó de su ojo la menciona por su nombre, del mismo modo que las enfermeras tienen nombre propio, no apodo. Esa predilección por las enfermeras debe ser porque el trato más cercano y diario que se mantiene con las enfermeras y enfermeros es más íntimo y menos distante que con una doctora o un doctor en los hospitales.

Pero para adentrarnos un poco en la esencia del libro, imaginen que Cuchillo es un lienzo en blanco (el autor llevaba mucho tiempo sin poder escribir nada) y Salman Rushdie, con cada palabra, traza pinceladas de dolor, esperanza y redención. Este libro no es solo una narración; es una sinfonía de emociones que crea una fuerte empatía con quien lo lee. Rushdie, cual alquimista literario, transforma el plomo de la tragedia en el oro de la resiliencia. Cada capítulo es una ventana a su mundo interior, donde los demonios de la violencia se enfrentan a los ángeles de la creatividad. La prosa de Rushdie es un río que fluye con fuerza, llevando al lector a través de paisajes de introspección y revelación. Es un viaje que, aunque doloroso, resulta profundamente enriquecedor, también económicamente para él. Sin embargo, en este lienzo de emociones, algunas pinceladas pueden parecer demasiado intensas, casi abrumadoras. La estructura del libro, a veces caótica, como un torbellino de pensamientos, puede desorientar a aquellos que buscan una narrativa más lineal o una idea más conexa y vertebrada. Es como si Rushdie hubiera abierto las compuertas de su mente, dejando que las aguas turbulentas de sus experiencias fluyeran sin contención. Para algunos, esta inundación de emociones puede resultar excesiva, para mí lo fue.

Nuestro cuerpo parece una estructura rígida y compacta, pero olvídense, no lo es. No es más que un trozo de mantequilla frente al mundo y a los avatares que nos van sucediendo. Pueden tomar todos los torreznos del mundo antes de acometer un triatlón, que el tiempo le dará la razón a la fragilidad de nuestra carcasa y pensaremos en lo que pensaba el emperador Adriano en palabras de Marguerite Yourcenar: “Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre”. Solo somos “anima, vagula, blandula”, pequeña alma, blanda, errante.

Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato (Random House, 2024) | Salman Rushdie | 208 páginas | 21.90 euros

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