CAROLINA LEÓN | Antes de acometer esta reseña, tengo que contar algo: Silvia y yo somos amigas desde hace más tiempo del que puedo confesar. Hemos compartido muchas cosas y hemos sido parte del mismo colectivo durante algún tiempo. Todo lo que cuenta en Quién quiere ser madre lo he vivido más o menos junto a ella en estos años. También he de decir que he visto a una autora desarrollarse y expandirse, y eso es una anomalía y un privilegio. Antes de Quien quiere ser madre estuvieron El sur (relatos) y un par de álbumes infantiles muy recomendables, así como docenas de textos en medios.
Y, en estas, Nanclares se propone escribir sobre un asunto que me interpela directamente, que quizá nos interpela a todas, ¿a todos? La crisis demográfica y el aplazamiento (indefinido y a veces total) del momento de tener hijos son asuntos sociales y políticos, aunque no estén realmente en la agenda.
Uno de los aciertos de este volumen es el de haber eliminado los interrogantes en el título: no se van a dar certezas ni enseñanzas, se van a contar experiencias vitales desafiantes. Aunque parezca que tan sólo se trata de hablar de la aventura de una cuarentañera por quedarse embarazada, todo, lo personal, lo público y lo político están amalgamados en su argumento. Nanclares abre la mirada mucho más allá de un proceso personal y se pone en relación con otras realidades, dentro de su marco narrativo.
También he de decir algo más:
No comparto el punto de vista ni la experiencia vital de Nanclares, para empezar porque fui madre con poco más de veinticinco; me cuesta un tanto, lo intento denodadamente, empatizar del todo con ese deseo (que ella encarna y que es compartido por muchas) porque no sé qué estaría sintiendo de haber llegado a mis 43 sin hijos. Pero al menos puedo sentirme cerca de su estupor y cansancio: ese consejo que dice «verás cuando te relajes…» lo he podido escuchar también, en múltiples ocasiones, cuando me he quejado de la ausencia de relaciones medianamente estables; parece que el problema sea siempre nuestro estrés.
La historia concreta nace cuando muere el padre de la narradora y, casi a la vez que va a cumplir cuarenta, empieza a salir con alguien del que se enamora. El deseo de ser madre, siempre presente en ella, se revela y afirma. Y va discurriendo el argumento a partir de esa pérdida y de ese deseo. Trabaja el material con tiento, lo expone suavemente, arma capítulos ágiles con referencias populares y documentación profusa, desnuda su propia vocación con sorna y ternura, empatiza desde el humor con las demás que buscan quedarse embarazadas o que ya cuidan de sus hijos; pauta su recorrido con el (re)conocimiento del propio cuerpo, con la evidencia de su declive (también del masculino, del que nunca se habla) y con la investigación en primera persona sobre las tecnologías que le pueden ayudar a llegar donde desea. Produce un texto de ligereza aparente, una novela de consumo rápido que, en verdad, lo es por el tono pero no por su profundidad. Consigue que las páginas vuelen rellenando sus párrafos de capas de sentido. «Ver morir a mi padre me enseñó cómo, llegado a un punto, somos cuerpo. Puro cuerpo» (141). «La edad de nuestros ovarios no atiende a las supuestas conquistas feministas ni a las transformaciones sociales» (191): ese deseo no es el límite, lo es el cuerpo; y es el límite también de algunas de las teorías que nos mueven. «Del dinero seguimos sin hablar»: también ese eje, la precariedad como un injerto permanente en nuestras vidas, se expone.
Quizá alguien en Alemania o Irlanda puedan, próximamente, tomar el texto por sí solo, pero no puedo acometer esta reseña sin mezclar a la narradora y a la autora. Nanclares no habla únicamente del deseo de ser madre (cuyos motivos están por explorar), lo hace de un deseo producido aquí y ahora, en este «primer mundo» globalizado y en crisis, que ha socavado los lazos y desbaratado todas las certezas. Silvia escribe, también, de lo que hace el sistema con ese agotamiento: generar expectativas, elaborar tecnologías, producir nichos de mercado.
Como el corpus literario carece tan gravemente de relatos escritos por mujeres y, sobre todo, de textos que sean entendidos como relatos de lo general y no de lo particular, este libro es algo muy importante. Algo de lo que nadie ha escrito hasta ahora con clarividencia y espíritu crítico, sin idealización ni romantización, tomando nuestras condiciones materiales así como nuestras contradicciones: «Lo que no sabe mi madre es que no depender ni que nadie dependa de ti también significa, de alguna manera, no pertenecer» (23). Qué pasa con la noción de vínculo es una pregunta que sobrevuela.
Quizá lo que más me gusta de él sean la autovigilancia y el autojuicio (fruto del diván feminista, que diría la autora), en el trayecto que emprende tanto cerca de su madre como de sus amigas… «Tal vez sea el arrullo consabido de la inercia que identifica mujer en pareja con mujer feliz» (37), cuando confiesa que se ha enamorado como una boba; «Como en un Harrods de la fertilidad: tenemos el producto adecuado para ti, da igual tu patología o condición» (108), cuando se asoma a las clínicas de reproducción asistida.
Esto es posible porque venimos de vuelta de una generación que se las ha ingeniado para establecer el destino materno como una «opción» de las mujeres (a tenor de libros como éste, qué viejito resuena La mujer helada de Annie Ernaux, por ejemplo) y, al pasar el tiempo, de pronto, lo que se encuentran es una imposibilidad. Y un gran tinglado comercial alrededor de la infertilidad.
Lo que relata Silvia a lo largo de las 200 páginas es la experiencia de una mujer «tipo» del «primer mundo precario» de los dosmiles. Ella lo sabe, juega en ese paradigma. Pero también he de decir que es una manera de surfear por el tema que tiene un sesgo de clase. Eso, a mi amiga, no se le escapa. Ella y yo pertenecemos a la generación a la que se inculcó «estudia, trabaja, hazte profesional» y luego ya verás. ¿Qué pasa cuando ni el trabajo ni los estudios ni la realización profesional nos han satisfecho, o simplemente se esfumaron? Sin embargo, ésta es sólo una parte del relato.
Como todo en el mercadillo contemporáneo, se nos dijo que todo iba de «opciones» individuales y «elecciones» libres. La cuestión es, apunta esta novela, hasta dónde somos capaces de llegar en ese «deseo». Silvia refleja y deja claro que, con su personaje o sin él, muchas van muy lejos. Y el problema al que nos estamos enfrentando en el presente tiene algo de El cuento de la criada, por cuanto algunas conservan su capacidad reproductiva y otras no. Unas tienen capital por el que conseguir un hijo propio y otras no. Esa capacidad reproductiva es una piedra en el zapato de las mujeres en el mercado de trabajo y, de pronto, es un activo en el mercadillo de la reproducción. Que alguien nos lo explique.
Y, empujando un poco más allá el tema, hay un par de cosas que me resultan dignas de ser miradas (que la autora apunta, desde luego): por un lado, a quién beneficia que aplacemos y deseemos a la vez, quién tiene la culpa de que se establezca ese mercadillo a partir de los cuarenta; por otro, por qué se desarrolla hasta límites grotescos la tecnología que reproduce el material genético y no se están reorganizando, por ejemplo, las políticas de adopción. ¿Abundar en la genética como capital no nos está difuminando el bosque de la corresponsabilidad y los vínculos sociales y familiares? Sospecho que hay algo de «necesidad creada» en todo esto, pero es una cuestión que no sabría responder ni en cien años.
Regreso al libro: Quien quiere ser madre abre una serie de interrogantes pertinentes, pero además tiene el acierto de ser una historia, una particular pero no una aislada. Es un texto situado, honesto y valiente, alguien ha dicho que un relato generacional. Sólo le reprocho una cosa: me hubiesen gustado ochenta páginas más, al menos, para expandir algunas situaciones y personajes, para abrir el foco entre generaciones y, ojalá, haber agitado un poco más el cóctel social de la maternidad (propiedad privada en la clase alta, mandamiento social en las bajas). Entre medias, un terreno de nadie, con el cuerpo como límite.
Quién quiere ser madre (Alfaguara, 2017) de Silvia Nanclares | 216 páginas | 17,90 €