0

El desasosiego teñido de azul sigue siendo desasosiego

ROCÍO ROJAS MARCOS | ¿Qué pasa cuando has crecido siendo una niña prodigio? ¿Qué cuándo las teclas del piano son prolongación de tus dedos? ¿Y cuando todo el público de un auditorio contiene la respiración mientras tocas Rajmáninov? ¿Cuánto puede acabar pesando sobre los hombros toda esa presión sostenida desde la infancia? A partir de estas preguntas, y tantas otras parecidas, se despliega esta novela de Deborah Levy, una autora de personajes que actúan por su cuenta, independientes e impredecibles. Por eso, cuando Elsa A. Anderson, una noche en Viena se levanta de la banqueta en la que está sentada, deja de tocar el piano y sale del escenario sin mirar atrás, cuando unos días después se tiñe el pelo de azul tal vez para no reconocerse al mirarse al espejo, para aumentar más si cabe la sorpresa de no identificarse con lo que le devuelve el reflejo, después de todo eso, sabemos que en estas páginas la autora se ha propuesto y ha logrado hacernos sentir incómodos.

Una mujer desconcertada ante su propia reacción que empieza a encontrarse con un trasunto de sí misma, su doble vestida de blanco sin el pelo azul, ella vista desde fuera, pero sin terminar de serlo. Una mujer que se aparece cerca de ella y que la hace sentir acorralada por distintos lugares. Atenas, París o Londres serán algunas de las ciudades que visite Elsa en la huida de sí misma, mientras lo justifica con viajes de trabajo. Ahora ya no toca, ahora le da clases de piano a alumnos aventajados. Adolescentes tan complejos y llenos de aristas como ella a través de los que va a canalizar parte de la incertidumbre propia. De estas relaciones resulta interesante leer cómo se convierte en materia literaria el uso del pronombre ello para la identificación no binaria de género, de difícil acomodo literario que la autora logra encajar con normalidad.  Pero la novela, además, para no poner fáciles las cosas, se desarrolla durante los coletazos finales del COVID. Hay mascarillas dando vueltas, hay resfriados que dan positivo o fiebres que tras una prueba no son más que enfriamiento sin apellidos. Deborah Levy nos hace recordar cómo se complicó la vida de todo el planeta, cómo tantos sufrieron las consecuencias más dramáticas, mientras otros flotaron como en un charco de aceite y los más superamos ese tiempo ignoto como buenamente pudimos.

De este modo, van sucediéndose las páginas de esta novela narradas en primera persona. Elsa nos está contando qué veía a su alrededor, cómo se sentía, o cómo no sabía explicar cómo se sentía, trabalenguas que sirve para demostrar que la angustia por aprender a reconocernos es una asfixia que debemos todos aprender a gestionar, pues si por inercia seguimos viviendo aparentando ser esa persona que todos creen que somos, habrá un día en que nos levantaremos de nuestra banqueta del piano que cada cual tenga delante y salgamos andando del escenario. Deborah Levy nos hace reflexionar sobre la necesidad de parar, esa necesidad que aprendimos a asumir tras el abrupto encontronazo con el COVID. Utiliza la literatura para incomodar a los lectores, función básica de la literatura, para que tengan que cerrar de vez en cuando la novela porque están acorralados y antes de seguir escuchando a Elsa contar su versión de la historia, cojan aire, lo expulsen y sigan como puedan viviendo y leyendo.

Azul de agosto (Random House, 2024) | Deborah Levy | 168 páginas | 18,90 euros

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *