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El deseo de regresar

ELENA MARQUÉS | Esta semana, en uno de mis monótonos traslados del trabajo a casa, escuché en la radio al presidente del Gobierno parafraseando la famosa frase de Rilke sobre la patria de la infancia.

Doy por sentado que el contexto en que la pronunciaba sería de todo menos especialmente poético (los hemiciclos parlamentarios no suelen ser caja de resonancia de muchas acrobacias líricas); pero me recordó un libro que acababa de pasar por mis manos y que, con el expresivo título Los días inabarcables, hablaba algo de eso: de esos años que ya no volverán pero que siempre están presentes en nuestros ojos de niño, y también de esa otra etapa difícil y vertiginosa de la adolescencia.

Anabel Caride, habitual en el catálogo del proyecto editorial sevillano Anantes, vuelve a dejar oír su voz conocida y particular en este nuevo poemario. Una mezcla de frescura, crítica social, aires contemporáneos y desparpajo no reñida con el clasicismo, pues, sin querer desmerecer a nadie, he conocido a pocos poetas con un ritmo tan equilibrado y agradable como esta mujer que pasa la vida entre pupitres, programaciones y recitales; realidades que aparecen en más de una ocasión en sus versos quizás obedeciendo (más bien diría siendo coherente) a la cita elegida en esta ocasión para preludiar su obra: «Utiliza las cosas que te rodean. / Esta ligera lluvia tras la ventana, por ejemplo». Carver dixit. Y está claro que Caride obedece.

Pero la autora de Nanas para hombres grises, Tinta en el almanaque, Allanamiento de morada, Lloverá sobre tu nombre y Calle de los noctámbulos lleva «siendo sumisa» a ese dictado de fundar la poesía en la realidad desde sus inicios; imagino que desde que era niña. Una niña que aparece reflejada especialmente en la primera parte de su poemario, Salitre y piononos, con un escenario de fondo marítimo y familiar y alguna que otra referencia autobiográfica en la que quienes pertenecemos a la generación de Barrio sésamo, Chanquete, Grease y los juegos de comba nos reconocemos. Y no hay papel mejor cumplido en poesía que sentir el lector que es a él a quien se dirigen y de quien refieren. Que la comunicación es clara y nos habla de cosas sencillas, como los juegos, la playa, las siestas, las tiernas costumbres de los abuelos, los primeros intentos de maquillaje, las fiestas de primavera, las casas que nos habitaron, las clases que recibimos en el colegio. O sea, lo que viene siendo la vida.

Y es que nada hay más vivo que los adolescentes moviéndose por las aulas de un instituto de secundaria en «Gominolas», que Caride, desde su palco privilegiado, sabe retratar acumulando flashes y frases cortas y neologismos que son juegos de palabras; nada más real que un lenguaje donde no faltan los términos malsonantes porque procede de los bloques de barriadas de clase baja/media. Nada más poético que cantar al día a día.

Posiblemente quienes lean Los días inabarcables esbocen una sonrisa. Un grupo más o menos numeroso entre los críticos de postín dirán que bueno, que es una poesía fácil y/o superficial, incluso de circunstancias. Con un tono demasiado joven para alguien que ya ronda los cincuenta.

Yo les diría a esos lectores siempre insatisfechos y exigentes (que conste que yo también lo soy) que detrás de esos versos de tono alegre y sabor actual, aparte de un significativo poso de belleza triste o melancolía casi gallega (a pesar de la luz del sur que emana de este libro, Caride se vincula fuertemente a aquellas tierras del norte, como ya hiciera en Calle de los noctámbulos), se deja sentir siempre una segunda lectura que vibra y nos hace vibrar. Que tras las referencias a las películas de George Lucas en lugar de a algo más serio de la nouvelle vague, o a las canciones de Loquillo y Amaral en vez de a algunas sonatas de Beethoven, hay algo intenso e importante como retratar a toda una generación que se estrenaba en la juventud y la libertad con limpieza y valentía, que crecía y se hacía responsable, como vemos en la segunda sección del libro, El lenguaje de las calles, cuyo título corrobora la elección estilística y vital de Caride, «sarcástica adalid de la lengua afilada», y que reúne con profundidad pedazos de existencia cotidiana. Es en estas composiciones donde se habla de amor y maternidad («los niños son raíces diminutas / que nos atan al suelo»), de la importancia de nuestros mayores en la construcción de lo que somos, de la poesía como fórmula más perfecta para soportar el mundo (léase «Je ne comprends pas»), de los libros para huir del riesgo de formar parte de un rebaño (hágase lo mismo con «Negación, afirmación o duda»), del deseo ancestral de volver a los lugares donde fuimos felices (quién no querría revivir «Los días de verano»), donde la poesía cobra una nueva hondura, una morriña ensimismada en el deseo nunca resuelto de alcanzar la felicidad.

Los días inabarcables (Anantes, 2022) | Anabel Caride | 72 páginas | 12 euros

admin

2 comentarios

  1. Una preciosa reseña para un libro que lo merece todo. Los días inabarcables, un poemario para tener cerca.

  2. Es la primera vez en mucho tiempo que leo una reseña de un libro de poemas y me entran unas ganas rotundas de salir a la calle y comprarme el libro.

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