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El dolor que no contamos

FLORA JORDÁN | He necesitado un año para enfrentarme a este poemario. No lo oculto. Sabía que me iba a generar esta sacudida, este romperme en pedazos, reconstruir todo lo que sabía sobre la enfermedad y la pérdida. He necesitado un año para leer de golpe, todas y cada una de sus páginas, mientras iba tomando notas. Entré al poemario a través del potentísimo poema “Abuela, tú que estás presente” (página 49). Escuchando recitar al poeta en un sótano de Lavapiés no pude contener las lágrimas por la emoción y el recuerdo de la bondad de su abuela y todos los objetos que la recordaban.

Es este un poemario existencial, duro, que transita el dolor y el tiempo, la espera y la construcción, las relaciones familiares y humanas. No puede dejar indiferente a nadie por el peso exacto de sus palabras, por cómo está contenido el sufrimiento. En una sociedad como la nuestra, llena de imágenes de cuerpos jóvenes y felices, parece imposible que exista el dolor, el miedo, la enfermedad, pero la realidad se impone y los cuerpos se deterioran y la vida no es más que la ilusión que hemos proyectado en los objetos cotidianos como muestra el poema “Deshacer la casa” (página 83).

Como define Ortega y Gasset en Ensayo de estética a la manera de prólogo, las cosas son siempre las mismas, de su material no nos puede venir ampliación ninguna. Pero he aquí que el poeta hace entrar a las cosas en un remolino y como espontánea danza. Sometidas a este virtual dinamismo las cosas adquieren un nuevo sentido, se convierten en otras cosas nuevas. Esto justamente es lo que hace José Manuel Gallardo con este poemario que conecta con los límites de la paciencia y la resiliencia humanas. En un mundo donde todo va deprisa, estamos estresados, tenemos miles de tareas pendientes, la enfermedad lo para todo y las salas de espera nos recuerdan que el tiempo se mide de otro modo cuando nos enfrentamos a la incertidumbre y al diagnóstico no esperado. Las salas de espera recorren el poemario. Son lugares “insalubres y ponzoñosos”, pero también son espacios que invitan a la reflexión y a la creación:

Sala de espera.

Escribo en el cuaderno

breves poemas.

(Página 23).

La palabra “futuro”, que normalmente empleamos en positivo, se tiñe de desesperanza en Leve. Es desgarrador comprobar el desconsuelo del cuidador, cuando el enfermo tiene más optimismo y fuerza y todavía es capaz de referirse al “mañana” y la voz del sujeto lírico remata el poema con un golpe de dos palabras durísimas que nos descubren que no hay futuro posible “Mañana, dice” (página 18). La noción del mañana y del futuro se profundiza y relaciona en otro poema metalingüístico a los que tan acostumbrados nos tiene Gallardo en sus poemarios anteriores. En “Futuro: palabra polisílaba” (página 59) donde se hace referencia a Saussure, el significante se va deshaciendo y sólo nos queda la broma final para los lingüistas. Cuando ya no hay esperanza, sólo nos queda la resignación o el juego del lenguaje.

Leve es un poemario que reivindica el dolor que no contamos, / que no queremos contar, cuyos versos conectan con la cita de Albert Camus de la parte primera. Volviendo a Ortega y Gasset: Yo deseo, yo odio, yo siento dolor. El dolor o el odio ajenos, ¿quién los ha sentido? La respuesta es que la subjetividad del hecho del dolor o de padecerlo, a pesar de ser una experiencia individual, nos une y nos acerca como individuos, de ahí los rituales conjuntos y de cierre. Duro, como no podía ser de otra manera, es el último poema que da título al libro donde aparece la muerte de nuevo y donde se nos señala a los vivos finalmente como personas que a pesar de todo, se reponen rápidamente al sufrimiento:

Saber también que sonreiremos

y seremos felices pese a ello.

Saber que los muertos pesan,

pero poco.

Leve (El Desvelo Ediciones, 2020) | José Manuel Gallardo | 89 páginas | 16 euros

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