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El grosor sí que importa

JUAN CARLOS SIERRA | Como en otros libros encabezados por un prólogo, el que escribe Alejandro V. Bellido para el último poemario de Mario Vega (Oviedo, 1992) Digamos que fue ayer puede hacer de esta reseña algo inútil o, cuando menos, prescindible, ya que nos muestra muchas de las claves del libro: la actitud comanche, rebelde, resistente; la voz clara, sin alambiques retóricos, sin hermetismos hermenéuticos, pero lejos afortunadamente del simplismo y de la fullería lírica de los L. Sesma, Patricia Benito, Defreds y compañía; los guiños generacionales a los hitos de la cultura popular de los nacidos en los 90 como Bola de Dragón, Karate-Kid, El Señor de los Anillos,… y a otros más contemporáneos como Shakira, Ryanair, Netflix,…; la simultaneidad de estas referencias modernas con los clásicos -para esto hay que tener mano-; la inauguración de la vida adulta plena con su conciencia de precariedad, y no solo en lo económico. En definitiva, si uno se lee el prólogo mencionado y quizá también la contraportada de Luis Alberto de Cuenca, podría ahorrarse la lectura de esta reseña y, si yo fuera coherente con esto que escribo, me (les) podría evitar lo que viene a continuación. Pero, estando muy de acuerdo tanto con el prologuista como con el epiloguista -valga el palabro-, hay asuntos del libro de Mario Vega que me han interesado y que me gustaría resaltar.

Como ya se ha señalado, Digamos que fue ayer tiene mucho de canto generacional, pero se aborda desde una perspectiva más pegada a las huellas en la intimidad que deja el paso a la edad adulta que a las condiciones socioeconómicas mayoritariamente precarias de los de la generación de Mario Vega. No solo se han perdido los sueños, las proyecciones hacia un futuro -ahora presente- prometedor en relación a las condiciones de vida material, sino que también se ha instalado en el personaje poético de Digamos que fue ayer una narrativa íntima del fracaso que deviene en humildad limítrofe con la humillación. Así, este se presenta como un mindundi, un cualquiera, una suerte de derrotado que paradójicamente mantiene la cabeza alta, que resiste y en esta actitud halla el suficiente empuje para la rebelión silenciosa, casi inútil. Además de todo esto, el personaje poético es poeta -valga la redundancia- y desde esta doble condición se es más partidario de pisar el barro que de la torre de marfil. Aquí es donde confluyen coherentemente fondo y forma, temáticas y maneras líricas, donde Mario Vega se la juega y suele salir ganador.

Se trata, como anuncia ‘Última’, primer poema del libro y entiendo que poema programático, de contar las miserias, principalmente, y las alegrías, menos numerosas, de la tribu, de quien “sabe bien que apremia la conciencia/ muchos más tras un ERTE”. El poeta se convierte en portavoz de su generación poética, la de los Carlos Catena, Rocío Acebal, Begoña M. Rueda o Rosa Berbel -por mencionar solo a unos pocos con similares inquietudes poéticas- y al mismo tiempo en voz de la conciencia de quienes ni siquiera se han interesado nunca por la poesía para hacerlos aterrizar en su intimidad, para echarles una mano a gestionar privadamente la que se les ha venido encima sin siquiera sospecharlo, y no me refiero solo al inevitable paso del tiempo, sobre el que, por cierto, muchos tampoco habían reparad, inmersos como estaban en la ola de juvenilismo que nos atrapa.

Para ello hay que saber de dónde se viene y en este ámbito la memoria es imprescindible, pero no la nostálgica bobalicona, sino la que recuerda desde la más absoluta literalidad, la misma literalidad desde la que se lee el presente. Esta transparencia interpretativa actúa para bien y para mal, para recordar a los abuelos en toda su dimensión entrañable, pero también para pelearse con la muerte (‘Recuerdos’) o para tratar de esquivar de la mano del olvido lo vergonzante del pasado (‘Adolescencia programada’ a ratos). No hay mitificación, por lo que no es posible la mixtificación, trampa de la que ha sabido salir Mario Vega. Pero sí existe quizá demasiada dureza en el presente continuo del poema, que es lo que más se puede parecer al futuro que aún no existe ni probablemente existirá. No obstante, en esa dureza se detecta cierto orgullo y algo de compasión, pero sobre todo plena conciencia de la realidad, sin medias verdades ni relatos épicos: “…Ahora es nuestro el cinismo…” dice Mario Vega en el poema titulado ‘Regreso’; y añade “… vacaciones/ sin casa a compartir y la alegría/ de una declaración a devolver”. Esto es lo que somos, parece decirnos el poeta ovetense, seres humanos normalitos, nada heróicos, pero resistentes en nuestra normalidad (¿vulgaridad?), individuos que sobreviven gracias a estos ejercicios honestos de memoria, de realidad (‘El inmortal’) y de amor, porque este tiene también la capacidad de salvarnos y de ponernos en nuestro lugar.

Son varios los poemas de Digamos que fue ayer en los que el amor y la belleza, otra tabla de salvación, son protagonistas. De entre mis favoritos, por su aire a Jaime Gil de Biedma, su cadencia y su amor a pie de obra y de cama, ‘Albada de viernes’, pero también ‘El instante’ con su inesperado e irónico giro final, muy del gusto de Mario Vega en este poemario, o ‘Poema que te escribí en un pispás’ por ese mismo tono divertido por divergente en un poema de amor y por ese papel masculino ridículo -tan real a veces- que recuerda a algunos personajes masculinos dibujados por José M.ª Conget en sus relatos -principalmente-.

En Digamos que fue ayer también hay un hueco para hablar de la poesía, de su potencia, de su dimensión reveladora de la realidad, de su faceta resistente, pero también acerca de sus vergüenzas, de sus mezquindades, para lo cual recomiendo vivamente el juego paratextual nada disimulado e irónico que nos brinda el autor en el poema ‘Variación de Rocío Acebal o el poema tal como debió escribirlo’.

Hay más rincones por explorar en el último poemario de Mario Vega y todos muy sabrosos, pero debemos ir cerrando esta reseña, de modo que le dejo al lector su espacio y me retiro -tampoco quiero hacerme muy pesado-. No obstante, solo me queda añadir que últimamente he adquirido la costumbre de doblar las esquinas de las páginas donde están los poemas que me gustan, de manera que al finalizar la lectura de un poemario suelo comprobar el espesor extra adquirido, directamente proporcional al placer experimentado durante su lectura. Pues bien, Digamos que fue ayer de Mario Vega en el ejemplar que he manejado prácticamente ha doblado su volumen.

Digamos que fue ayer (Sonámbulos Ediciones, 2021) | Mario Vega | 72 páginas | 12 euros | Prólogo de Alejandro V. Bellido

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