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El guardián en el reformatorio

EDUARDO CRUZ ACILLONA | He tenido una primera duda a la hora de escribir esta reseña y ha sido cuando he tenido que rellenar la pequeña ficha técnica que solemos incluir al final del texto, donde indicamos con etiquetas nombre del autor, editorial y género del libro en cuestión. Lo fácil habría sido escribir “novela”, pero, conociendo al autor, y habiendo leído el libro, se me antojaba que quizás no estaría de más señalarlo como “biografía” o, incluso, aventurándome a dar un paso más al frente, como “autobiografía”. Porque el personaje principal de este libro, con todas sus particularidades, que las tiene, y todas sus individualidades, que sobresalen, no deja de ser el retrato de toda una generación, esa que ahora, que somos muy dados a renombrar absolutamente todo, se ha dado en llamar “los boomers” o, con más innecesaria precisión, “los babyboomers”, esos niños y niñas nacidos en plena eclosión de la natalidad a mediados de los años sesenta del siglo pasado y que son los actuales cincuentones, ámbito temporal y generacional en el que está incluido el autor de esta novela, Román Piña Valls.

Jorge, que así se llama el protagonista de esta novela, cuenta con catorce años en el año 1980, fecha en la que se pone a la tarea de escribir sus memorias a instancias de don Jaime, a la sazón director del reformatorio en el que está ingresado por ciertas conductas delictivas propias de la edad, de las circunstancias y de vaya usted a saber qué variables más. Ay, los locos setenta…

Si usted, amable lector/a, está en esa franja de edad, usted es Jorge. Y no, no le estoy llamando delincuente, los dioses del Parnaso me libren. Me refiero a que se sentirá absolutamente identificado con las correrías y las circunstancias del protagonista, más allá de que estas acabaran derivando en conductas delictivas como es el caso, que no sé si el suyo, amable lector/a.

Si usted es “boomer”, no podrá negarme que se enamoró perdidamente de Sandy Olsson o de Danny Zuko (según gustos y orientaciones sexuales), protagonistas absolutos del musical que marcó a toda aquella generación y que tenía por título Grease. Lo mismo que quedaría impactado para los restos por el brutal asesinato en la puerta de su casa de un tipo conocido como John Lennon.

Jorge Fuster, nombre completo del protagonista de Una heroína intergaláctica, es un remedo mallorquín de Holden Caulfield, aquel guardián entre el centeno que nos descubriría un tal J. D. Salinger y que ha venido siendo desde su publicación una especie de biblia heterodoxa para una invariable sucesión de generaciones. Jorge Fuster, y esto juega a su favor, es mucho más gamberro, mucho más irresponsable, mucho más libre. Él roba porque no se puede permitir comprar ciertos lujos (un juguete, una guitarra eléctrica). Y lo justifica abierta y serenamente como un acto de justicia social. Sus ojos se empiezan a abrir al mundo, a sus desequilibrios, a sus no hay derecho. Y en el submundo que le ha tocado vivir, pronto “empezaba a darme cuenta de que la felicidad es el sueño de la ilusión”.

Jorge no tiene amigos imaginarios: todos son reales salvo uno, su íntimo Tobi, tan presente en el relato vital del protagonista como ausente en la más cruda realidad. Jorge tiene un amor, Daniela, esa Dulcinea del Toboso que todo héroe, a cualquier escala emocional, debe albergar en su corazón y en la esperanza de un futuro compartido.

Leer Una heroína intergaláctica consta de diferentes niveles. En la superficie, se trata de una historia divertida, gamberra, iconoclasta, rebelde. Lo típico y más o menos esperable cuando te hablan de un adolescente conflictivo, valga la redundancia. Pero más allá de todo ello, y esto lo descubrirán muy pronto los “boomers”, supone un ajustado, fidedigno y realista retrato de toda una generación. Más de uno, y yo me sumo entusiasta a la propuesta, ya ha sugerido que el libro venga acompañado de un código QR a través del cual poder escuchar todas las canciones que, página tras página, van componiendo la banda sonora de esta historia y, por ende, de la Historia de este país en una época determinada.

Román Piña, nacido en 1966, según confiesa abiertamente en la solapa del libro, se ha retratado. Y ha retratado a toda una generación. Con la precisión del pintor Antonio López. Con la minuciosidad del chef Álvaro Salazar. Y con la alegría desenfadada de alguien que reivindica que el escudo de la ciudad de Ibiza incluya dos cerezas unidas por el mismo rabito. Después de algunas novelas de tono más serio, Piña regresa al espíritu que le caracterizó con Stradivarius Rex, otra joya del cachondeo bien escrito, del humor de calidad y de una literatura tan desenfadada como de gran altura. Te lo juro por mi novia Olivia Newton-John.

Una heroína intergaláctica (Editorial Sloper, 2022) | Román Piña Valls | 270 págs. | 18,00€

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