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El Hombre Sin Asegurar

 

 

Karoo

Steve Tesich

Seix Barral, 2013. Colección «Biblioteca Formentor»

ISBN: 978-84-322-1576-6

556 páginas

19,90 €

Traducción de Javier Calvo

 

 

Fran G. Matute

Pocas escenas hay más tópicas que la de un individuo desolado, compungido, frente a una pantalla, poniendo una y otra vez la misma imagen, como anclado a ella, como torturándose, como si buscara una especie de mantra a través del cual fuera a encontrar la respuesta a todos los interrogantes del Universo. La escena debe incluir un sonido mecánico, que provenga del aparato desde el que se están proyectando las imágenes. Varios clicks seguidos, que provocan que la imagen se pare y se rebobine y vuelva a empezar, así, el visionado. Un gesto este que se debe hacer con desidia, apretando firmemente, pero con aparente desgana, los botones del mando a distancia. Todo muy trascendental, ¿no? Pues así encontramos a Saul Karoo, concentrado en sus imágenes: “Tengo la clase de pensamientos que solamente debería tener Dios, pero es que el chisme de control remoto que tengo en la mano me hace sentir como un dios. (…) Un hombre como yo, que es incapaz hasta de desempeñar como es debido el papel de hombre, no debería intentar jugar a ser Dios con las vidas ajenas.

Digamos que este es el punto de partida de Karoo (1998) de Steve Tesich, novela póstuma de este afamado guionista de Hollywood (suya es aquella película maravillosa titulada El relevo, que fue dirigida por Peter Yates y que además le valió el Oscar al mejor guión original en 1979) que narra la vida de Saul Karoo, un “escritorzuelo” (así se presenta él mismo) que se gana la vida, y muy bien, reescribiendo guiones. Es normal que, en ocasiones, se sienta como un ‘deus ex machina’, pues al final resulta que es él el único capaz de arreglar una historia decidiendo, por ejemplo, quién entra y quién sale en una película, quién es el protagonista y quién es el secundario. Sólo que lo que Karoo está presenciando en la pantalla, tal y como lo describíamos al principio, no es una mera película. Karoo tiene la oportunidad de cambiar la vida de verdad de una persona, tiene la posibilidad real de jugar a ser Dios. Una tarea hercúlea para alguien que, en esencia, es un mentiroso compulsivo, egoísta, cínico… y, para colmo, fumador empedernido y con una incapacidad patológica para emborracharse por más que trasiegue. Si a eso le añadimos que se vanagloria, en un órdago al sistema sanitario estadounidense, de ir por la vida sin seguro médico (él mismo se denomina El Hombre Sin Asegurar, como si de un superhéroe se tratara) pues tenemos un retrato más que completo de la criatura.

Tesich hace verdaderamente los deberes a la hora de presentarnos a su personaje. Las primeras 280 páginas de Karoo son un espectáculo literario de ingenio, humor socarrón y frescura. Nos las hemos bebido. Pero, tristemente, al igual que Karoo con el alcohol, no nos hemos emborrachado ni un poquito porque el resto del libro es un completo desastre. Y es que lo que pretendía ser una odisea vital, al más puro estilo de la de Ulises, termina siendo una paparrucha más cercana al Ulises 31 que a La Odisea de Homero (y ya entenderán esta metáfora tan rara si algún día consiguen acabar la lectura de Karoo).

¿Qué ocurre a partir de la página 280? Pues que mientras que Saul Karoo quiere hacer algo con su vida y de paso cambiar la de sus seres queridos -de su hijo adoptado, en concreto-, parece como si un “escritorzuelo” (otro distinto, claro) hubiera decidido, por su cuenta, reescribir la novela de Steve Tesich a partir de ese momento y lo hubiera hecho predispuesto a convertir lo que ‘a priori’ apuntaba maneras de ser una historia gamberra y puntiaguda en la más arquetípica y previsible de las crisis existenciales posible. Ya no es sólo un problema de que la trama se vuelva vulgarmente efectista en los pasajes finales del libro (‘deus ex machina’, de nuevo) sino que el mismo protagonista termina agotándose en su propio ingenio. Es una lástima comprobar cómo, tras construir brillantemente a su personaje, Tesich se transmuta en su odioso Karoo, pecando de excesivo en todos los párrafos. Por ejemplo, en la página 339 se suceden los siguientes pensamientos y en todos ellos hay un intento, por parte del personaje, de hacerse el gracioso o el listillo, con un constante y cansino juego de contrarios: “Ver a Dianah sentada delante de mí me hace sentir profundamente desprovisto de hogar, y a la vez, gracias a cierta alquimia emocional, esa misma falta de hogar se convierte, cuando estoy con ella, en mi hábitat natural.” Para acto seguido afirmar: “Los matrimonios fracasados son un prodigio. Pueden hacer que hasta la falta de hogar resulte hogareña.” Vale, lo hemos pillado, Tesich. Pero es que, poco más adelante, vuelve a darle vueltas a lo mismo: “Estar con ella es estar casado no solamente con ella sino también con ese hombre que ya no quiero ser.” Y unas cuantas líneas más abajo, remata: “El mero hecho de hablar con Dianah nos hace renovar nuestros votos matrimoniales.”

Este ir y venir, este afirmar una cosa para luego, cargado de ironía, desmentirla y, acto seguido, volver a dar por bueno el primer planteamiento, es el método de pensamiento cotidiano de Karoo. Y este ejercicio de pomposidad mental es llevadero un ratito, al principio. Pero luego termina cansando una barbaridad. Hay, de hecho, en la novela una reflexión sobre las posibilidades del montaje en el cine y en la vida. Entre los planos que se quedan fuera de una película y los anhelos de las personas, las carencias, lo que uno presiente que el destino le ha arrebatado. Pues, a mi juicio, no le hubiera venido nada mal a esta novela algún que otro recorte ya que el texto se termina gustando demasiado, se termina tomando demasiado en serio.

Y me dirán, ¿pero si la faja de la novela dice que es una obra muy divertida, que es desternillante? En un pasaje de la misma, Karoo se ríe en mitad de una conversación, aparentemente seria, y su interlocutor le espeta: “¿Dónde está la gracia?”. La respuesta de Karoo es: “¿Dónde no está la gracia?” Pues en esta novela. Porque salvo algún que otro diálogo ingenioso, Karoo no hace gracia en ningún momento. Si nos ponemos en plan magnánimos podríamos llegar a aceptar que la novela tiene, al menos, algún que otro pasaje divertido, pero no arranca nunca carcajadas. Así que, por favor, críticos del mundo, dejen de comparar libros con La conjura de los necios. No le hacen ningún favor a nadie.

Karoo es, con todo, un fracaso brillante. Una novela que apunta maneras de convertirse en obra de culto pero termina siendo un vulgar best-seller que narra la patética odisea de un cincuentón arrastrado por las circunstancias y su propia dejadez vital, y que pretende redimirse, de pronto, a través de la familia tan disfuncional que tiene. “Hay pocas cosas más graciosas, si el contexto lo acompaña, que alguien en una pantalla para quien todo en la vida resulta trascendental” Y eso es justo lo que cuenta esta novela. La historia de alguien para quien todo, de repente, se vuelve demasiado trascendental. Sólo que aquí debe de fallar el contexto, pues la diversión de la lectura empezó a disiparse bastante antes de llegar a la mitad de la película. Al final, Steve Tesich se termina mostrando como un gran escritor de caracteres pero eso, lo saben hasta los guionistas de Hollywood, dista mucho de convertirte en un buen novelista. Les advierto. No lean esta novela si no están asegurados. Los ardores van a ser terribles…

admin

2 comentarios

  1. Hombre, por fin alguien no aconseja un libro, que mi lista es muy grande y ya no soy posible para leer más. He oído que para estos casos se utiliza la palabra «truño», no? Me gusta mucho el dibujo de la portada, eso sí, con el dedito en el cerebro, muy chulo, de quién es? pero claro el dibujo se tarda dos segundos en verlo y no hay que pagar y el libro leer todo eso bueno no está pagado, señor G.
    Una última cuestion este crítico es también poeta? A mí todos me suenan de poetas. Es el mismo que el señor Martínez Ros? Yo leí poemas de Martínez Ros y por eso llego a este blog pero no sé si es el mismo que el señor G. o si el señor G. es poeta también.
    Gran Saludo.

  2. Amigo Chris,
    El autor del dibujo es Miguel Brieva.
    Y no, por suerte para la Humanidad, no soy poeta con independencia de que pueda existir cierto parecido -hasta físico, diría yo- entre el Sr. Martínez Ros y un servidor.
    Saludos.

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