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El juego de los saberes innecesarios

Prosas reunidasROSARIO PÉREZ CABAÑA | “¿Por qué estoy leyendo este libro?”, se pregunta la poeta Wisława Szymborska en una reseña sobre un manual de terrarios para reptiles y tortugas. “Solo lo estoy leyendo —responde— porque, desde pequeña, me produce placer acumular saberes innecesarios. Y porque, después de todo, ¿acaso puede alguien saber de antemano qué será necesario y qué no?”.

En torno al saber, y más precisamente en una de sus formas a veces más productivas, el “no saber para qué”, podemos situarnos para abrirle el vientre a este compendio y dispendio azaroso y elemental (con toda la anfibología que soporte este último adjetivo) que supone el volumen Prosas reunidas. Un catálogo de sencillez, de divertimento, de curiosidades, de reflexiones y de ficciones al hilo de la lectura de aquellos libros que nunca conseguirían el interés del crítico. Estos textos fueron apareciendo a partir de 1968 en diversas publicaciones periódicas polacas durante décadas; más tarde, se publicaron en tres volúmenes, Lecturas no obligatorias, Otras lecturas no obligatorias y Más lecturas no obligatorias, que ahora se recogen en este único volumen, traducido y prologado por Manel Bellmunt Serrano.

Saberes innecesarios, sí, esa caleidoscópica sabiduría inútil acumulada que se aprende como se vive: sin pretenderlo; al fin y al cabo, lo útil tal vez sería no olvidarnos del todo que somos una postergación del homo ludens, seres capaces aún de encontrar en la lectura su juego, una extraña y licenciosa parcela de libertad donde plantar los pies y recibir a Montaigne o a las aves domésticas; donde remontarnos a la vida cotidiana de Pompeya o detenernos en la vida psíquica de las mascotas; donde reconocer el amor incondicional (pero amor), amor paciente (pero amor) de Anna Dostoyevskaya hacia su marido, el gran “¿pobre Fedia?” y otras admirables miniaturas del saber. Un juego de rayuela. Saltos a tiro de piedra pulida (pero juego). Como ejemplo, sirvan las palabras que dedica a la monografía sobre George Sand que escribió Joseph Barry, en las que después de señalar que el autor cita constantemente fragmentos de las cartas amorosas de la temperamental y lúcida Amandine Aurore Lucile, nos explica, en un claro ejemplo de metaescritura, que, basándose en ellas, ha tratado de adivinar “cuál de entre todas sus relaciones era la más importante, cuál lo era menos, y cuál no lo era en absoluto”. Digan si no es esto un juego de adivinanzas de aquellos que acuden en la noche para librarnos del insomnio. Porque la autora juega y es absolutamente fiel a sus propias reglas: repasa, revisa, cuestiona y compara el peso de los amantes de la escritora francesa. Estoy segura de ello. Pero lo hace en silencio, en la intimidad de su lectura, para dejarnos caer solo la conclusión de su ensimismada investigación: “Por desgracia, he fracasado”. Tan solo un “Cuando Sand murió, Flaubert lloró sobre su tumba. Ya no pertenecía a aquella generación de los románticos, pero mucho me temo que sus lágrimas no eran fingidas”. Para qué más. Fin de reseña.

Inutilidad del conocimiento, decía, sí, claro, de qué le hubiera servido a Sir Thomas Browne saber qué canciones cantaban las sirenas. Pero qué útil, seguramente, la distracción, el puro deleite de no necesitar qué saber ni para qué. La ironía parece abrigar plácidamente a la autora que descree del antropocentrismo atávico, ese tupido engreimiento de un ser que tiene la osadía de sentirse superior a cualquier otro animal cuando es incapaz de nacer sabiendo escribir un buen soneto.

También yo me pregunto para qué estoy leyendo este libro. Y me preguntó, además, no diré que con vértigo, pero sí con cierta jocosidad, cómo se reseña un libro de reseñas. Apenas unas páginas me bastan para comprender que esto que tengo entre las manos se trata de otra cosa, un ejercicio más fabuloso y fabulador que dar breves noticias sobre lecturas. Porque da la impresión de que las reflexiones de Szymborska al cerrar cada libro sobre el que escribe vuelan como vilanos que abandonan su semilla y engendran nuevas asociaciones, tropiezan con las ramas, se paran en los callejones, se posan en los zapatos y remontan sobre su propio imaginario. Y es que los textos que aquí se recogen deben entenderse, si atendemos a la explicación de la propia autora, más que como reseñas, como reflexiones al hilo de las lecturas de aquellas obras que llegaban a las secciones de “libros recibidos” de las revistas literarias y que no recibían normalmente la atención de los críticos. Obras que, paradójicamente, eran las más vendidas en las librerías y confinaban a los estantes a las representaciones de la alta literatura. Pero no pensemos estrictamente en best sellers ni en la literatura mainstream, sino en aquellos libros de divulgación científica, guías, diccionarios de uso práctico, biografías, compendios de saberes diversos y no siempre, no todos, “necesarios”. La propia autora dejó escrito que, aunque su interés primero fue reseñar estos libros, pronto comprendió que era incapaz de escribir reseñas ni le apetecía hacerlo. “Aquel que califique estas Lecturas de folletinescas estará en lo cierto. Quien se empecine en que son reseñas se llevará un desengaño”. La lectura felizmente relegada a la excusa para escribir. Ojo por ojo, sea.

Quien se adentre en estas páginas, encontrará lúcidas divagaciones (a veces, digresiones que olvidan su pretexto) en muchos casos divertidas, nacidas a partir de la literatura, la música, el arte, los viajes, los animales, la naturaleza y otras muchas pertinentes excusas. ¿Acaso a la hora de leer un manual de bricolaje no sería mejor, como hacía ella,  distraerse en esa extraña y muy comúnmente lejana figura del “manitas”, ese hombre marcado a fuego por su habilidad, ese hombre que vivió, sin duda, una adolescencia exuberante, siempre al filo de la electrocución y el abrazo; ese hombre cuya madurez “estriba principalmente en que el contenido de sus bolsillos se traslade a sus cajones”. Grandes hombres que nunca leerán un manual de bricolaje porque no les hace falta. Y, claro, después de los manitas del mundo, por qué no podemos distraernos con otras triviales grandezas. ¿No es así el orden aleatorio de nuestro pensamiento? Grandezas como la de los diccionarios, como la de los árboles frutales, como la de la vida de algunos hombres y mujeres, como la de los pájaros, como la de las anécdotas de los científicos, como la de un tal Miguel de Cervantes, pobre hombre, que “no consiguió en su vida más que eternidad”.

Y de homo ludens a homo ludens, si les digo que es delicioso adentrarse en las opiniones, comentarios, nunca juicios, reflexiones, ocurrencias y otras agudezas de Szymborska; en este catálogo de nimias maravillas, recuerden que esta vez no estoy jugando. Sería tan fácil llevarse a engaño… Al fin y al cabo, reseñar un libro de reseñas no deja de ser otro juego más. Así que vayan a lo seguro. Pasen y lean. Y, sobre todo, hagan juego.

Publicado originariamente en Los Diablos Azules de Infolibre

Prosas reunidas (Malpaso, 2017), de Wisława Szymborska | 560 páginas | 24 euros | Traducción y prólogo de Manel Bellmunt Serrano

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