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El juego de Vázquez-Figueroa

Garoé

Alberto Vázquez-Figueroa

Martínez Roca, 2010

ISBN. 9788427036260

304 pág.

19,50 euros

Alejandro Luque
Una isla rocosa, casi inaccesible. Un paraje lunar, sacudido por erupciones volcánicas, que marca los límites del mundo conocido, azotado por la sequía y bañado por un mar bravo y traicionero. Este es el salvaje y sugestivo escenario de Garoé, la novela con la que el superventas Alberto Vázquez-Figueroa (Santa Cruz de Tenerife, 1936) obtuvo el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio, al parecer el primer concurso al que se presenta, con evidente éxito, en su dilatada trayectoria.
El protagonista de esta historia, más emparentado con la clásica narración de aventuras a lo Pérez-Reverte que con la novela histórica propiamente dicha, es Gonzalo Baeza, un general español que recibe la visita de un viejo amigo, monseñor Alejandro Cazorla, a quien el rey le ha pedido que le convenza de aceptar el cargo de gobernador de la isla de El Hierro. Por lo visto, Baeza no está dispuesto a asumir tales responsabilidades ni por todo el oro del mundo, y sus razones las irá desgranando en una morosa conversación.
Según su relato, Baeza participó muchos años atrás en una expedición que tenía como objeto afianzar la soberanía española en El Hierro, para lo cual debían meterse en el bolsillo a los primitivos habitantes de la isla y tomar posiciones estratégicas en tan escabroso territorio. Pero habrá dos factores que corrijan el previsible curso de los acontecimientos: en primer lugar, el romance de Baeza con Garza, una bella indígena que despierta en él todas las simpatías hacia ese pueblo invadido. Y segundo, el descubrimiento de intereses comerciales ocultos bajo el pretexto de la incursión militar, en concreto la recogida de un liquen misterioso, la orchila, imprescindible para la producción de unos codiaciados tintes, y cuyo uso se remonta a los tiempos de los fenicios.
No descubrimos nada si decimos que el estilo de Alberto Vázquez-Figueroa tiende a ser un tanto descuidado, pródigo en ligerezas y repeticiones. El propio autor ha reconocido alguna vez en sus entrevistas que la minuciosidad en la prosa no es ni su fuerte ni su obsesión. Está siempre dispuesto a sacrificar estos melindres en aras de la eficacia del relato, estructurado en capítulos cortos –y estos a su vez en párrafos igualmente breves– sin más descripciones que las justas, con diálogos ágiles y tratando de no incurrir en demasiadas complejidades en la trama.
Una lectura, en suma, destinada a ser bebida por el lector en tres sorbos. No hay claroscuros en el dibujo psicológico de los personajes, entre los cuales los buenos son espléndidos y los malos rematadamente pérfidos. La relación entre Baeza y Garza, por ejemplo, nace sin más de un flechazo instantáneo que destierra cualquier tribulación. El general, además, demuestra una concepción del amor, así como una conciencia social y una visión crítica con la Iglesia más propias de un ciudadano actual que de un soldado del siglo XV. Y lo mismo podría decirse de sus expresiones, como las de la simpática guarnición bajo su mando, que por momentos discurren al filo del anacronismo.
Son las condiciones que Vázquez-Figueroa propone en su juego, y el lector las toma o las deja. Quienes accedan a la propuesta del autor de Ébano, El perro o Coltan, se regalarán unas cuantas horas de simple y llano entretenimiento, recibirán algunas nociones de Historia, comprobarán que las alianzas entre religión, ejército y economía no son de invención reciente, y puede que vibren asistiendo al viejo choque entre civilización y barbarie, hombre y Naturaleza.

[Publicado en Mercurio]

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