José M. López
Hoy vengo aquí a reivindicar la figura del lector pasivo. Gente que entiende de esto me había dicho que toda literatura de calidad requiere un lector activo, activísimo; y ya con las últimas olas posmodernas, algunos de cuyos prohibidos frutos, he de reconocerlo, he disfrutado, el receptor debía convertirse en un lector siempre dispuesto al esfuerzo, “vigoréxico” casi; un lector, en definitiva, explotado, obligado a realizar una serie de trabajos forzosos para desentrañar una trama compleja y apenas atisbada, para reconocer a unos personajes presentados a casi inexistentes pinceladas, para descubrir, finalmente, la grandeza simbólica de un libro donde nada es lo que parece. En esta literatura de calidad, el libro obliga al lector a trabajar por él, a hacer la tarea que él no se ha dignado, por obvia, a realizar, de modo que la novela en cuestión es más feliz cuanto más incómodo se siente el destinatario.
Yo estoy dentro de ese grupo de lectores masocas, pero qué pereza da a veces. En ocasiones, se agradece, tras una larga temporada realizando, a pico y pala, lecturas forzadas, convertirse en lector pasivo. No me refiero al lector dormido, que es otra cosa. El lector pasivo es aquel que, apoltronado en su sofá, disfruta de una trama que se muestra con claridad, pero también recibe, de manera placentera y descansada, una gran cantidad de jugosos conocimientos o agudas reflexiones que un autor inteligente decide aportarle. De una forma casi mágica, y una vez acabada la distendida lectura, este lector pasivo almacena en su mente toda una serie de insólitos puntos de vista que le permite interpretar la realidad que le rodea de una manera totalmente novedosa. Y todo esto sin esfuerzo, en pijama, y dejando que el autor vaya colocando en su mente, sin que apenas lo note, todas estas ideas de una forma natural y descansada. Pues Rafael Reig es uno de eso autores a los que acudo si busco un libro que me aporte nuevos enfoques, personajes reales, y tramas bien diseñadas, con un estilo cuidado pero humilde, como si el autor no pretendiera amargarme la vida.
Debo decir que yo admiraba a Rafael Reig incluso antes de haber leído alguno de sus libros. Y esto se debe a que durante un año estuve visitando casi a diario su blog, que recomiendo desde aquí. En estas entradas aparece el día a día de un hombre inteligente y enormemente culto, pero sencillo, bebedor y campechano. Uno de esos tipos simpáticos que salen siempre sonriendo en las fotos, y abrazando fuertemente a la chica que posa con él. Así son, en mi opinión, sus libros: ingeniosos, eruditos y muy trabajados, pero amables y considerados con el lector.
El formato de novela negra es una de esas pastillitas que utiliza el señor Reig para aligerarnos la digestión del libro. El autor es un verdadero maestro a la hora de construir tramas, y sobre todo, a la hora de diseñar su estructura. En Todo está perdonado, su última novela, se entrelazan dos historias: una es un “thriller” psicológico, protagonizado por Carlos, un padre divorciado que recoge a su hijo Jorge para pasar un fin de semana en la sierra. Por un descuido aparente, Carlosdeja a su ex mujer, Carmen, una novela negra que acaba de escribir. Carmen no puede comunicarse con ellos en todo el fin de semana, debido a que no hay cobertura, por lo que empieza a leer la novela, y a interpretar la realidad a través de esa ficción que su ex le ha dejado, no sabemos si intencionadamente o no. Obsesionada, termina creyendo que el libro está lleno de mensajes ocultos y malintencionados que su ex marido intenta comunicarle, y que aportan ciertas pistas a cerca de las, según ella, oscuras intenciones del padre. ¿Están verdaderamente en el libro esas maléficas intenciones del autor, o es la imaginación de Carmen, la que lee entre líneas lo que no está escrito, y de ahí su angustia? Así, como se afirma en la novela, “(…) este es el problema de la lectura, proyecta sobre el texto la sombra de tus deseos o de tus temores, tu propia sombra que oscurece la página hasta que sólo lees lo que esperabas leer, y todo trata de ti (…)”
El libro de Carlos se convierte, por tanto, en una amenaza, en una novela viva, creadora del mundo que rodea a Carmen, y que ansía ser leída, lo exige, para después jugar con la mujer, manipularla y desvirtuar así la forma en la que esta interpreta los hechos. De esta forma, Lo que no está escrito se convierte en una novela sobre la lectura, actividad no siempre saludable, pero, al igual que la escritura, también creativa, debido a la voluntad e inventiva del lector.
El libro gira en torno a estos tres personajes: a Carlos lo conocemos a la perfección. Es el padre severo, a la antigua usanza, que ama a su hijo, pero del que a la vez se avergüenza, debido a que no soporta su debilidad. Carmen es la ex mujer bondadosa pero resentida, que se convierte en el espejo del lector, al que la novela, la de Carlos, o la de Reig, va a tomar como víctima.
Lo que no está escrito es una brillante novela de suspense que no te deja respirar hasta la última página. Y al terminarla, notas que el autor ha jugado contigo, que has sido zarandeado, sacudido de un lado a otro como un pelele. Y has disfrutado como un niño; eso sí, tranquilamente, sin mucho esfuerzo.
Totalmente de acuerdo, maestro! Migue.
Más allá de la novela de Reig, a quien aprecio tanto como tú, ¿crees que debemos censurar el uso de ‘plantillas’ en la narrativa (que alivian la lectura tanto como la escritura) o son un recurso legítimo?
Debo reconocer, Ale, que soy amante de la literatura de género, que, como bien dices, nos reconforta, por reconocer unos patrones que nos son familiares. Pero creo que el autor que parte de esa «plantilla» está en la obligación de modificarla, superarla, reírse de ella o simplemente liquidarla. Si no, la novela se vuelve insípida y previsible. A todo esto, me pregunto si existe algún escritor que escriba sin plantilla, del tipo o del grosor que sea.
Me has convencido (aunque esto dará para más de una cerveza), gracias por tu respuesta.
Convencido quedo, joven. De hecho, hasta voy a comprarme un pijama nuevo para el disfrute. Gracias y un abrazo.
Don CalcetínRelleno