Las luces interiores
Karmelo C. Iribarren
Renacimiento, 2013
ISBN: 978-84-8472-781-1
72 páginas
8 €
Rafael Suárez Plácido
Karmelo C. Iribarren (1959) publicó su primer libro de poemas en 1993. Lo tituló Bares y noches, y bien podría decirse que este, creo que es ya su décimo libro, podría llevar el mismo título. El tiempo en que ocurren la mayoría de los poemas sigue siendo la noche; su lugar más recurrente, los bares. Conversaciones con clientes y otros camareros y, sobre todo, reflexiones de barra de bar con el hueco del codo bien asentado en ella. ¿Qué reflexiones son esas? Las de un hombre de cincuenta y pocos años que ve pasar cada día el tiempo y lo va plasmando en sus poemas, siempre fiel a sí mismo. Las «luces interiores» del título se refieren a esos momentos en los que se encienden las luces de las ventanas de los bloques de edificios, después de vivir un nuevo día que está a punto de pasar, y nos quedamos mirando al vacío que nos queda. Algunos, como el propio Iribarren, tienen la posibilidad de ocultar ese vacío, de manera simbólica, rellenando una hoja de papel en blanco y así esquivar de alguna manera el paso del tiempo. También pueden ser las luces interiores de un bar o de algún tugurio que se encienden en cualquier gran ciudad cuando cae la noche. Y, al mismo tiempo, son las luces o las musas, con el sentido de la claridad mental, del fogonazo, de esos breves momentos que vivimos en los que somos conscientes de lo que está pasando, de que, aunque los sitios sean los mismos, nosotros ya no somos los de antes ni, tampoco, los de ahora.
Es el mismo el paisaje de hace veinte años, pero no es la misma la compañía más cercana. Algunas de las mujeres que miramos en la calle, “las que nunca / terminan / de pasar”, tienen la misma edad de nuestras hijas y los mismos sueños que teníamos nosotros cuando empezábamos a emborronar papeles con poemas se han convertido en un presente desesperanzado: “Padre de familia, camarero y poeta. / Así es la puta vida.” Pero aun siendo así, hay algo que nos salva, pese a todas las inclemencias y decepciones, es el amor: “Si no te hubiera conocido / mi vida sería otra. // No sé si mejor / o peor: / distinta. // Y me gusta mucho / mi vida.” ¿Es el amor? ¿Es un poema dedicado a una mujer o, más bien, a la Poesía? El poema se llama “Otra manera de decirlo”. ¿Qué hace que nos cambie una vida? Ser capaz de decir las cosas de otra manera. Además, el poeta tiene su pequeño reino, sus secretos. Aunque el lenguaje es llano y coloquial, en ningún momento deja de lado ese lirismo que proporciona el ritmo de sus versos y, siempre, es capaz de decirlo de otra manera. Aunque el lenguaje es coloquial, sus poemas, casi siempre breves y teñidos del pigmento del humor, siempre aportan un ingrediente críptico. En esta sociedad que tanto dice valorar la transparencia, necesitamos algo que nos haga diferentes. En un ensayo magnífico de Byung-Chul Han, llamado La sociedad de la transparencia (Herder, 2013), aparece una cita de otro gran escritor y gran poeta, Peter Handke: “Vivo de aquello que los otros no saben de mí.” Es cierto. Karmelo C. Iribarren también tiene otra manera de decirlo, seguramente sin conocer la cita, la hace suya en un poema que se llama “Madrugada con tu sabor”: “Estos con los que me cruzo / por las calles / de la madrugada, // no te conocen, / no saben cómo eres, / lo que esconde tu piel…// Y eso me salva.”
Yo también tengo la sensación de que me cruzo con este hombre en bares o en alguna calle de madrugada, de punta a punta de la geografía española, cuando leo sus poemas que sigo desde hace años. Y creo que lo conozco, porque las páginas de este libro funcionan como un espejo. No hay grandes descubrimientos, pero sí un reconocimiento paulatino, página a página, poema tras poema.