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El mismo que viste y calza

978849414375

 

Liquidación

Iván Reguera

Sloper, 2013. Colección «La noche polar»

ISBN: 978-84-941437-5-5

321 páginas

18 €

X Premio Cafè Món

 

 

Fran G. Matute

Iván Reguera no lo sabe, pero yo soy su lector ideal. Ya contaré luego por qué. Pero primero me interesa que sepa que, precisamente por ser su lector ideal, también soy su peor lector. El más exigente. Porque soy capaz de leer Liquidación al trasluz, de verle al texto las costuras. Sé de qué material está construida la primera novela de Reguera y su protagonista, ese egregio crítico de cine caído en desgracia cuya odisea laboral, la verdad sea dicha, nos es aquí contada con más ganas que talento, con más pulso narrativo que fuerza literaria.

Reguera empieza mal, y en este caso es pecado capital si tenemos en cuenta que estamos ante una novela que pretende hablar del ocaso del cine tal y como lo conocemos, al desoír las enseñanzas del gran Cecil B. DeMille que afirmaba que una película debía comenzar con un terremoto y a partir de ahí ir subiendo en intensidad. Ojalá se hubiera aquí aplicado ese principio porque Liquidación ofrece uno de los peores comienzos de novela que servidor se ha echado a los ojos en mucho tiempo, uno de los más sonrojantes, al presentar a esos “caballeros de la prensa” bajo nombres absolutamente ridículos con los que Reguera pretende referirse a los críticos de cine más conocidos de este país. Baste decir que Molino Moix viene a ser Vicente Molina Foix; que Botero es, cómo no, Carlos Boyero; y que un tal Humanes pasa por ser un trasunto de mi querido Carlos Pumares. Y, en ese plan, unos cuantos nombres más que no vamos a comentar por razones obvias.

No obstante, los anteriores personajes no son más que secundarios. Algunos, de hecho, no vuelven a pisar las páginas de Liquidación o lo hacen de forma muy circunstancial. Así que aguantaré la crítica en este punto y asumiré que se trata de un (fallido) juego satírico porque aquí el verdadero protagonista de la novela, la «gran creación» literaria de Reguera es Luis Dédalo: un crítico de cine malhumorado y elitista, singular e independiente en sus opiniones, siempre excesivas y políticamente incorrectas, alérgico a las nuevas tecnologías, que vivió tiempos mejores en la prensa escrita y en la televisión (cuando en los 90 presentó un programa de clásicos y hasta los Oscars), que disfrutó en primera persona del esplendor de los grandes festivales de cine y que en su senectud ha perdido fuelle entre sus seguidores. Se ha quedado obsoleto. Anclado a su colección de bandas sonoras en vinilo (Nacida libre es su favorita), enamorado de la Kathleen Turner de Fuego en el cuerpo, convencido de que a Gregory Peck no hay quién se lo crea en Moby Dick porque no sabe hacer de malo… “La de Dios”, sí, también dice de vez en cuando eso de “la de Dios”, a modo de coletilla. ¿La de Dios, Reguera? ¿La de Dios? La de Dios eres tú, joder.

Porque ahora, Reguera, como tu Luis Dédalo, me voy a poner en modo ‘flashback’ (que, por cierto, vaya forma chorra de poner a recordar a un crítico de cine) y me va a dar por visualizar al jovencito Fran G. Matute absolutamente fascinado por una voz que salía de la radio a altas horas de la madrugada, una voz que escuchó durante muchos, muchos, muchos años. Una voz que devoró de forma enfermiza, que engulló, que grabó y reescuchó hasta la saciedad. Una voz que le enseñó a amar el cine como ninguna otra. Una voz de la que tanto aprendió, que tanto le influyó. Una voz que tú bautizaste “un grito en la noche”, ¿te acuerdas? Claro que sí. Pues aquí está ese chavalín insomne, Reguera, que te quiere decir una cosa. Te quiere decir, básicamente, que tú no has creado ningún personaje. Ni siquiera te has “inspirado” en alguien. Tú, directamente, has vampirizado a uno de sus ídolos de juventud. Tú, Reguera, como hacen los restaurantes con la patata frita, ¡¡has prostituido a Carlos Pumares!!

De todas formas, mentiría si dijera que el anterior descubrimiento me ha sorprendido. Es más, debo confesar que si algo me interesó de Liquidación fue, primero, su temática (la crisis vista a través del desmoronamiento de la industria del cine) y, sobre todo, su protagonista, en el que algo de mi querido Pumares quise ver en la breve descripción que daba la contraportada. Y si bien es cierto que Luis Dédalo no es Carlos Pumares, si bien es cierto que hay importantes aspectos del personaje de Reguera que no se asocian con la personalidad del crítico de carne y hueso (las adicciones, ese afán autodestructivo…) la realidad es que, como construcción de ficción, Dédalo termina encerrado en el espejo en el que se mira. Sí, como los malos de Superman II, por si quieren una metáfora cinéfila.

Defenestrado Dédalo como personaje, no lo está sin embargo como protagonista. Sigue siendo válido, aunque ahora sea mucho menos interesante, para guiar al lector por esa espiral de precariedad en la que se ve envuelto el crítico tras ser despedido del periódico para el que ha trabajado durante toda su vida. “Pasé de hacer cola en los cines a hacerla en el INEM”, afirma Dédalo en lo que pretende ser un chiste ingenioso. Y en su periplo por ese submundo que es el desempleo y el trabajo basura encontraremos una reflexión bastante acertada sobre cómo todos terminamos vendiéndonos, de una forma u otra, al sistema, gracias a nuestra propia complacencia, perdiendo poco a poco las energías de juventud en pos de un cinismo inoperante que, en el caso de Dédalo, viene a dar por bueno el viejo cliché de que todo crítico es, en el fondo, un artista frustrado. No deja de resultar curioso que Dédalo encuentre cierto acomodo emocional cuando, accidentalmente, se convierte en protagonista de un documental sobre su vida, un documental que pretende contar hasta qué punto de degradación ha llegado un arte y una industria como la cinematográfica.

Pero todo aquel que haya seguido la carrera de Pumares más allá del esplendor de su programa radiofónico, más allá de su relación con el cine, será capaz de vislumbrar un nuevo paralelismo, casual o no, entre la trama de Liquidación y la vida del famoso locutor. Pumares, tras perder su estatus en el mundo de la radio (introduciendo, poco a poco, en su programa otros contenidos ajenos al cine como la medicina natural o, incluso, una vidente que leía las cartas), terminó deambulando -arrastrándose sería una palabra más certera- por los platós de televisión, paseando al personaje que se creó tras el micrófono: el de crítico gritón e irascible que pontifica sobre todo lo divino y lo humano. Y de esa guisa lo vimos en programas de dudosa entidad cultural como Crónicas marcianas, Sálvame Diario y ¡Mira quién salta!, convertido en una caricatura de sí mismo. Pumares también ha vivido su propio descenso a los infiernos. Tenía que ganarse el pan, como todo el mundo. Y cuando su estrella dejó de brillar y ya nadie se acordaba de él tuvo que pedir limosna a sus «amigos» del medio. Lo mismo que Dédalo. Sustituyan la dietética por la televenta, el tertulianismo televisivo por la corrección de guiones y ya tienen montada la historia de Liquidación.

Modo ‘flashback’ de nuevo, porque de repente he recordado que el joven Fran G. Matute llamó una vez al programa radiofónico de Pumares. «¿Carlos?«, le dijo nervioso cuando entró en antena. «El mismo que viste y calza«, respondió. Y, entre otras cosas, aquel chiquillo le preguntó qué le parecía Rocky. “Esto lo voy a grabar -contestó gruñón, el locutor-, porque lo he repetido ya muchas veces.” Lo que no sabía Pumares era que el que estaba grabando la conversación era yo. Y por eso recuerdo, con claridad, que me dijo: “Lo bien hecha que está la última parte hace que se te olvide lo aburrida que es al principio”. Y yo quería haber podido, al menos, decir eso de Liquidación. Pero no puedo. Porque aunque Dédalo termine con sus huesos, en un giro interesante e inesperado, en plena acampada en la Puerta del Sol y el discurso que se deja leer durante esos pasajes tenga su gracia, sobre todo si se tiene en cuenta lo delicado y arriesgado del giro, lo cierto es que la prosa de Reguera no me ha entusiasmado en ningún momento. Quizás sea un buen narrador, un buen «redactor», pero creo honestamente que Liquidación rezuma muy poca literatura.

Hay en la novela una conversación sobre el efecto que tienen las malas críticas en algunos creadores. Dédalo se encuentra con un viejo director de cine al que años atrás machacó en una de sus reseñas. “Lo siento si te hice daño, pero formaba parte del oficio. Madura”, se explica Dédalo con ese tono suyo tan chulesco y condescendiente. “No, de tu oficio no. Tu oficio es currarte de verdad el texto y no decir cuatro cosas ingeniosas y ofensivas en media hora (…)”, replica el director de cine, ciertamente resentido. No sé si esta crítica está currada o no. No sé si se limita a decir cuatro cosas ingeniosas. Espero que no diga nada ofensivo. Y desde luego que no la he escrito en media hora. “Miénteme, dime que me quieres”, le decía Sterling Hayden a Joan Crawford en Johnny Guitar. Pero insisto, Reguera. No puedo. Porque tú no lo sabes, ya lo decía al principio, pero a ese Fran G. Matute que en sus años mozos pasaba las noches en vela escuchando Polvo de estrellas no lo llamaban en su casa Fran ni Francisco ni Paco ni Matute ni, por supuesto, Fran G. Matute. Ni siquiera Matutillo. A ese chavalín, desde hace más de veinte años, lo vienen llamando en su casa Pumares. Y con eso, creo y espero, queda explicado todo.

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