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El misterio viaja en tren

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El tren cero

Yuri Buida

Automática, 2013

ISBN: 978-84-15509-17-2

117 páginas

14 €

Epílogo de José María Muñoz Rovira

 

 

 

Juan Carlos Sierra

Hablar de El tren cero, una vez leído el epílogo que se le dedica en esta edición de Automática Editorial por parte de José María Muñoz Rovira, resulta una tarea algo complicada, pues en este añadido a la novela corta del escritor ruso Yuri Buida se traza un análisis muy certero del libro, al tiempo que se establece un diálogo rico e interesante con la historia de la literatura universal. Así que el objetivo de esta reseña, entre otros, será intentar no redundar en los comentarios más que atinados que José María Muñoz Rovira aporta a propósito de la novela que nos ocupa.

La historia que cuenta Buida en El tren cero es simple en su planteamiento, pero desasosegante. Aunque las referencias históricas son escasas, lo cual añade al texto un valor universal, parece claro que el tiempo y la geografía de la novela se enmarcan en la Unión Soviética estalinista. El gobierno -la Patria- decide construir una red ferroviaria -la Línea- para que puntualmente, todos los días a la misma hora -a las 00:00-, pase sin contratiempos el tren cero -“cien vagones, cuatro locomotoras”- con destino a un lugar que no conoce ninguno de los operarios que mantienen a punto las diferentes estaciones y vías por donde pasa el convoy. Su carga también es un misterio.

Y como sucede con los misterios, hay quien se hace preguntas, como los exjefes de estación Misha Landáu o Vasili Dremújin, y otros que prefieren no planteárselas, como el protagonista de la novela, Iván Ardáviev, a quien se pueden atribuir estas palabras en uno de los frecuentes fragmentos en estilo indirecto libre de la obra -sin duda, uno de los aciertos de Yuri Buida en cuanto a las herramientas narrativas puestas en el tablero de su narración-: “Sea como sea, hay que vivir. Plantar la patata. Abastecerse de paja. Hacer provisión de setas deshidratadas. (…) No hay tiempo para cansarse. Ni para pensar, a decir verdad. Los pensamientos cansan más que el martillo. Los pensamientos queman al hombre por dentro. Queman las fuerzas. Y hay que vivir. Eso por delante de todo: hay que vivir. Lo demás llegará. Si es que existe ese «lo demás»”.

Aquellos que desertaron de su puesto para desvelar el misterio del tren cero acaban mal. De Misha nunca más se supo y Vasili morirá atragantado, asfixiado, con el papel del cuaderno donde pretendía anotar los horrores que había visto al final de la Línea -“Vasili, ya de vuelta, se sentaba al lado de su cama, contraía el rostro de barba crecida, lloraba: «Iván, no hay más que niños y mujeres… o sea, no hay nada ni nadie, pero esas nadas y esos nadies son niños y mujeres»”-.

El juego de realidad/irrealidad que plantea en su libro Buida resulta igual de desasosegante que el misterio del fin -destino, final u objetivo- del tren cero y de su carga. El lector, ya avanzada la novela, puede llegar a preguntarse si realmente existe el tren cero:”…no es más que el viento que viene de Rusia, el país de los fantasmas, de los niños perdidos, tierra de madres y padres arrebatados, de amores muertos, de traidores y dementes, el viento que viene de la Patria que devora a sus hijos…”. Lo mismo que Iván Ardáviev. Pero no, para él no hay más verdad que ese tren del que cuida por obligación, por su deber con la Patria. Porque si se tratara de un espectro, su vida no habría sido más que un simulacro, una mentira y eso, por muy pocas preguntas que uno se quiera hacer sobre el sentido de ese tren, sería insoportable. Una cosa es no pensar sobre lo que hay fuera de uno y otra muy distinta sobre uno mismo.

Aparte de estas consideraciones, desde un punto de vista narrativo, Yuri Buida acierta de pleno en la elección del cero como elemento simbólico, no solo para nombrar al convoy sino, sobre todo, al asignarle las 00:00 como momento de paso por la estación -la Novena- donde sitúa la acción principal de su novela. El cero, como cualquiera puede colegir, es la nada, lo que no existe. Pero además, la hora exacta cuando pasa el tren cero por la Novena es el no tiempo, el punto justo en que este se detiene para traspasar la frontera de un día a otro, el momento preciso donde se suspende, donde nada existe -exactamente igual que sucedía en Drácula, la genial novela del irlandés Bram Stoker; los no vivos surgen en y del no tiempo-. Este juego simbólico contribuye de forma efectiva a plantear todas las dudas posibles sobre la existencia de ese tren del que tanta gente depende, pero especialmente Ivan Ardáviev, el único que se mantiene en su puesto cuando el resto ha huido de la Novena.

Finalmente, para cargar las tintas en el ánimo del lector, Yuri Buida echa mano en gran parte de la novela de un estilo telegráfico, nervioso, inquieto, construido a partir de periodos oracionales breves que se van solapando unos a otros. Se trata de un rasgo de estilo que encaja perfectamente con el ambiente y las sensaciones que el escritor ruso pretende crear en el lector y que le vienen como anillo al dedo a la historia narrada.

En apenas cien páginas, cabe todo esto que hemos señalado y mucho más -ahí está para corroborarlo el epílogo que mencionaba al principio de Muñoz Rovira-. No me detengo ahora a hablar, para no cansar al lector de esta reseña, en otros asuntos enjundiosos como la magnífica caracterización de personajes, el papel silencioso pero cruel del régimen que pone en funcionamiento la Línea, las cuestiones que giran en torno al rol de las mujeres de esta historia, la figura de la judía Esther,… Eso merecería un par de reseñas como esta y el tiempo que el lector de un blog como este quizá no tenga. Lo que está claro es que El tren cero es una novela imprescindible con infinidad de recodos que cualquier lector atento será capaz de recorrer y disfrutar. Siempre y cuando exista el tren cero y esta novela.

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