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El poeta que sabía escribir novelas

9788416291335JUAN CARLOS SIERRA | De un tiempo a esta parte a Vicente Valero se le ve más por los pagos de la narrativa que por los que supuestamente eran los suyos, los de la poesía. Será porque con los poetas nunca se sabe. De repente se cansan de los versos o los agota la poesía y se callan o se mudan a otro género o juegan al despiste en modo multifunción literaria. Se me ocurren muchos nombres –bueno, quizá no tantos– para ejemplificar todo esto, pero ahora nos toca hablar de Vicente Valero, un poeta que desde 2014 no ha parado de publicar, siempre en la exquisita editorial cacereña Periférica, su particular mundo narrativo altamente recomendable y deslumbrante. Primero, apareció el volumen Los extraños, un recorrido por esos personajes peculiares que existen en todas las familias; después, en 2015, vino El arte de la fuga, un libro compuesto por tres relatos extensos sobre tres poetas, San Juan de la Cruz, F. Hölderlin y Fernando Pessoa, que a su modo trataron de trascender, de huir de sí mismos; y, finalmente, en este 2016, aparece Las transiciones.

Si en el primer libro de los mencionados el relato rondaba lo autobiográfico, en el que nos ocupa aquí se salta definitivamente al yo, que no solo narra, sino que también actúa como pieza fundamental de lo narrado. Contar una vida, la propia, en concreto la infancia y adolescencia, esas etapas decisivas de la existencia de cualquiera, no deja de ser un riesgo que no todo escritor está dispuesto a asumir y, en caso de que así sea, a salvar con dignidad. Esos episodios que el novelista considera que por sí mismos construyen un relato hay que saber trenzarlos, hay que tener manejo para contarlos para no aburrir al lector, hay que ser hábil para dotarlos de una tensión narrativa que los acontecimientos en sí no poseen. Transcribirlos, reproducirlos sin más en el caótico acontecer de cualquier vida no son garantía de nada; más bien aseguran un sopor insufrible para el lector que se atreva con ellos.

Sin embargo, Vicente Valero sabe construir en Las transiciones una trama bien sostenida, sabe dotar al libro de una tensión narrativa que no decae desde el primer capítulo hasta el final. Para conseguirlo creo que aquí es fundamental el manejo de los tiempos narrativos, de los diferentes planos temporales que se utilizan en el desarrollo de los acontecimientos, las inteligentes y hábiles transiciones del pasado al presente y viceversa que se despliegan a lo largo de la novela. El lector va tejiendo un puzle capítulo a capítulo en el que no sobra ni falta pieza alguna y que se cierra circular y perfectamente con la última ficha del rompecabezas.

Este acierto constructivo contribuye además a que la novela fluya de forma natural, sin tropiezos, sin zonas oscuras, sin pérdidas irreparables. La información que va aportando el novelista en el desarrollo de la acción es la justa y necesaria, exactamente la que el relato va demandando a cada momento. Entiendo que para esto, antes de dar por finalizada una novela, hay que realizar un cuidado y exhaustivo trabajo de poda en el que el escritor se ve obligado a sacrificar pasajes esenciales para él –no para la novela–; en el caso que nos ocupa, el sacrificio es mayor puesto que, dado el carácter autobiográfico de la narración, puede suponer una verdadera automutilación. Así que asistimos a una sonada paradoja: Vicente Valero demuestra que por encima de la vida contada –la propia– se hallan los resortes de la ficción; o, dicho de otra manera, si quiero que el lector se crea la autenticidad de esta vida no me queda más remedio que «ficcionarla». Pero, bueno, esto es un asunto que ahora y aquí no cabe, porque nos llevaría a otros debates y otras consideraciones que trascenderían los límites de esta reseña y las del libro que nos ocupa. Volvamos a Las transiciones.

Otro de los aspectos destacados de la última novela de Vicente Valero es el cruce de la «historia» con la «Historia», el encuentro temporal entre las transiciones que suceden en la vida de los personajes de la novela –con sus momentos decisivos– y eso que se ha llamado en la Historia de España La Transición –decisiva también, para bien y para mal–. Realmente el nudo argumental de Las transiciones se halla aquí, su trascendencia y su significado hay que buscarlos en el título del libro, los debates sobre la novela radican en esta encrucijada política y vital. No obstante, creo que se puede rascar una capa más que desborda los límites históricos, políticos, nacionales y biográficos y que queda resumida en las siguientes palabras del protagonista: “Pude haber dicho que sí, ésa es la verdad, tal vez me lo pensé seriamente, no recuerdo que yo tuviera convicciones sólidas de ningún tipo, nunca las he tenido, y ahora quizá también estaría muerto como casi todos ellos, pero el caso es que decidí quedarme en el lado más seguro, que es lo que he venido haciendo siempre” (página 103). Así, descontextualizado, quizá el fragmento no diga demasiado o resulte tremendamente ambiguo. Sin embargo, cuando uno llega a esta parte final del libro, estas líneas se convierten en una de esas piezas que señalábamos antes y que encajan perfectamente en la novela de Vicente Valero.

Amable lector, si has llegado hasta aquí, te propongo que olvides todo lo leído o que revuelvas todas las piezas del puzle para que vuelvas a hacerlo y a disfrutarlo tú solo. El resultado será tan hermoso como emocionante. ¿Qué más se puede pedir al arte?  

Las transiciones (Periférica, 2016) de Vicente Valero | 116 páginas | 15 €

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