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El silencio de la ayudante del mago

MANUEL HARO CONEJO | Mi hijo llega de la escuela con un pequeño telar de madera. Con su cuidadoso pulso infantil, va introduciendo y sacando la hebra de lana entre los hilos que se extienden de arriba a abajo en el marco del telar. Al llegar al final de la línea, prensa con los dedos lo confeccionado y continúa. La lana se acaba. Luego cambia de color y anuda la hebra anterior a la nueva. Poco a poco, la trama va tomando forma. De vez en cuando levanto la mirada del libro que estoy leyendo y observo la danza de sus dedos y la conexión con sus ojos: el mago haciendo magia y sorprendiéndose de su propio truco. Graham Swift ya hace tiempo que hace magia con su literatura. Los que leyeron El domingo de las madres lo pueden constatar; los que lean Bueno, aquí estamos no tendrán duda alguna acerca del magisterio del escritor inglés para tramar la vida de sus personajes y ofrecer un tapiz absolutamente sorprendente. El color de las hebras, la fuerza con la que se cruzan y se prensan, y los hilos escondidos que no vemos por debajo de los principales constituyen los elementos esenciales de una narrativa que deja en su lectores siempre con la extraña sensación de que lo leído tiene una profunda significación dentro del drama humano que es la vida.

A Swift se le da bien confeccionar una buena trama con tres hebras. Las hebras de este tapiz serán la vida de Jack Robbins, presentador de un espectáculo de varietés durante el verano de de 1959 en Brighton; la de Ronnie Deane, mago y amigo del presentador; y la de Evie White, la ayudante del mago. En un circo habitado por acróbatas, la gorda Doris Lane, malabaristas, giraplatos y el ventrílocuo Lord Archibald, se gesta el amor entre el mago y Evie. Resulta difícil hacer una sinopsis sin desvelar algo que no se deba en una novela cuyos nodos esenciales van llevando al truco final. Si se hiciera daríamos al traste con la tensión narrativa que subyace bajo estas páginas. Sí que se puede contar que Ronnie llegó a la magia siendo niño, cuando vivió en Evergreen, a las afueras de Londres, con una familia de acogida. Su madre lo deja con ocho años en un tren con destino a su nuevo hogar junto a los Lawrence para salvarlo del bombardeo alemán. En ese ambiente, tan alejado de la realidad gris y sórdida de su verdadera familia, el chico conocerá los libros y la magia de la mano de Eric Lawrence, que gustaba de hacer trucos en algunos lugares de Oxford. Al finalizar la guerra, Ronnie vuelve a casa con una madre endurecida por la viudez y la guerra. La madre le plantea la urgente necesidad de ganarse la vida. Cuando el adolescente le dice que quiere ser mago, explota en una llantina, un intento sentimental de disuadir a su hijo de semejante locura.

Ronnie y Evie tienen en común entrar en la corriente viva del mundo de mano de sus madres. Al futuro mago su madre lo coloca en el vagón de un tren para iniciar una nueva vida siendo un niño; a la joven Evie, la suya la empuja a ocupar un lugar en el mundo del espectáculo porque lo tenía todo para triunfar, menos la voz. De ahí que dieran tan buen perfil en la callada complicidad del mago. Las madres estarán presentes en la novela, en especial la de Ronnie Deane. De hecho, todo se precipitará cuando Deane intente saldar cuentas con el pasado latente. A partir de ahí todo parece propender hacia la explicación de un hecho que tocará la vida de los tres protagonistas. El arte novelístico de Swift reside en la densidad de lo que no se muestra, en los silencios llenos de ruido a partir de los cuales el lector tendrá que atar cabos para exclamar, una vez que cierra el libro, ¡ah, ahí está!

Bueno, aquí estamos trata sobre el amor que siempre recordaremos; sobre los ajustes de cuentas imposibles con el pasado; sobre la fraudulenta elasticidad del tiempo (al que creemos controlar ilusoriamente); sobre las renuncias silenciosas y el conformismo; y sobre la necesidad de guardar un secreto para poder vivir. Hay en esto último ciertas reminiscencias que recuerdan al final del cuento “Los muertos” de James Joyce en Dublineses.

Tras su lectura, el eco del libro permanece suspendido en el aire, mientras que nos ocupamos de nuestros quehaceres cotidianos.

Bueno, aquí estamos (Anagrama, 2022) | Graham Swift | Traducción de Antonio-Prometeo Moya | 184 páginas | 18,9 euros

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