REBECA GARCÍA NIETO | Confieso que cuando empecé a leer a este libro no sabía de qué iba. Me interesé por él porque me gustó la anterior novela de Andrés Ibáñez, Brilla, mar del Edén, pero seguramente, de haber sabido que se trataba de una fantasía medieval, no lo habría leído. El propio Ibáñez hablaba en otra parte de estos prejuicios a propósito de Loba, una novela de Verónica Murguía: “Su portada de dragones y unicornios será un obstáculo para el lector con prejuicios que no baja de Rilke y de Yeats, pero lo cierto es que este libro sólo admite comparaciones con obras tan intensas como los cuentos de La rosa secreta, de Yeats, o las finezas de la prosa del Canto de amor y muerte del corneta Cristóbal Rilke”. Cuento todo esto porque creo que habrá lectores que no se acerquen a La duquesa ciervo por prejuicios. Y sería una pena, porque se estarían perdiendo un buen libro.
Los lectores encontrarán en él dragones, unicornios, princesas, brujas, magos y archimagos, además de un buen número de referencias a las Cruzadas, al Santo Grial, el ciclo artúrico y algún toque de ciencia-ficción a lo Ursula K. Le Guin. Pero, sobre todo, este libro contiene magia. Magia en el sentido en que lo entiende Alan Moore, pero también Nabokov, ilusionista visual y mago de las palabras donde los haya. La magia de la literatura es que crea nuevos mundos. En Ada o el ardor, Nabokov se sacó de la manga un mundo paralelo, llamado Antiterra (o Demonia), y lo llenó de nínfulas (Ada y Lucette). Salvando las distancias —de estilo, temática y época—, en esta novela, Ibáñez despliega una geografía imaginaria y la puebla de aprendices de mago, dragones que sueñan (o se despiertan) y seres humanos, demasiado humanos.
El importante papel que tienen los sueños en la novela me ha recordado al Diccionario jázaro, de Milorad Pavic, otra novela hecha de historias dentro de historias o, más bien, de sueños dentro de sueños. En la “novela léxico” de Pavic, los personajes sueñan la realidad de otros; aquí son los dragones los que sueñan (el unicornio es un sueño de dragón, se nos dice) y los protagonistas (la princesa Aliso y el aprendiz de mago Hjalmar) los que atraviesan el territorio de los Sueños, dominio de los Elven, antes de regresar al mundo de los hombres. Este mundo humano destaca por su gusto por la crueldad. En este sentido, La duquesa ciervo puede leerse también como una fábula filosófica al estilo de algunas novelas de Jacques Abeille. El malvado Ségeris Rémite hace negocio con el comercio de esclavos y poco le importa que éstos sean sólo niños. Las reflexiones de Rémite sobre por qué causa tanto placer el mal ajeno no tienen desperdicio: “Sólo una cosa no hastía: contemplar la tortura (…) Hay algo en el dolor de los otros que produce una fascinación infinita, un embeleso sin límites” o “Cuanto más daño se le hace al hombre, más cree que lo merece”. Teniendo en cuenta que la violencia es un elemento importante en este tipo de libros, las reflexiones sobre la fascinación que ejerce en el hombre me parecen muy oportunas.
En algún momento (especialmente, en el segundo tramo del libro), he llegado a pensar que el sombrero de este mago no tenía fondo. Como ya ocurría en Brilla, mar del Edén, el despliegue imaginativo de Ibáñez es tal que el lector puede sentirse un poco abrumado (al menos ésa ha sido mi experiencia). Imagino que para muchos lectores esa proliferación de personajes, de mundos dentro de mundos, será una virtud, pero, tal vez por mi inexperiencia en estas lides, a veces me he sentido algo sobrepasada por la “fuerza centrífuga” de la novela. No obstante, lo bueno de los libros inagotables, como éste o el citado Diccionario jázaro, es que se puede volver a ellos una y otra vez con la seguridad de que siempre se va a encontrar algo distinto, como el final de una frase que se comenzó a decir cincuenta años antes, una definición del amor de las que hacen pensar o algunos poemas sobre el silencio “Oh, dios del silencio, que creas/ el mundo con tu escucha./ No nos respondas nunca/ aunque el deseo de hacerlo sea fuerte,/ pues una sola palabra tuya/ podría destruirnos”. Creo que quien no se adentre en él por miedo a perderse, o por prejuicios, se perderá un libro que merece la pena.
La duquesa ciervo (Galaxia Gutenberg, 2017) de Andrés Ibáñez | 384 páginas | 20,50 €