JOSÉ M. LÓPEZ | A este Nic Pizzolatto le tengo seguida la pista. Es el creador de True Detective, serie policíaca ambientada en Luisiana, cuya primera temporada entusiasmó a público y a crítica, y a mí simplemente me gustó, y cuya segunda temporada decepcionó a público y a crítica, pero que a mí siguió gustándome. También se reseñó por aquí su primera novela, Galveston, una historia de carretera bastante negra publicada por Salamandra. La misma editorial publica ahora un libro de relatos que salió en EE.UU. antes que esta novela. ¿Su título? La profundidad del mar Amarillo. ¿Sus claves? Las mismas que observamos en el resto de su obra.
Uno de los puntos fuertes de la narrativa de este autor se encuentra en el dibujo de los personajes, que suelen estar turbados y emocionalmente defectuosos debido a sus enormes carencias afectivas. Estas llagas del alma se deben, en la mayoría de las ocasiones, a la ausencia del padre y, como consecuencia de esto, a los insuficientes e insatisfactorios esfuerzos de una madre neurótica por agradar a su hijo. Estas carencias hacen del protagonista de cada relato una especie de autómata inhabilitado para amar, que busca, desesperadamente, una vía de escape a esta frustración a través de sucedáneos como el sexo, el alcohol, las drogas, la delincuencia, la violencia, o aficiones tan extrañas como avistar ovnis o saltar al vacío en caída libre. Y todo porque se ven incapaces de encontrar la libertad y su propia salvación vital a través del “hobby” más apasionante y sencillo que existe: amar y ser amado.
Otro elemento esencial es la importancia del enclave. Estos seres desgraciados suelen vivir en el medio oeste y sur de los Estados Unidos, cuyos pequeños pueblos adquieren cierto cariz mítico, gracias a unas descripciones cargadas de lirismo y a un trasfondo filosófico que, en ocasiones, también hay que decirlo, terminan dando como resultado pasajes algo cargantes y desesperadamente lentos. Sin embargo, cuando encuentra el justo medio, parecemos encontrarnos ante una especie de “real maravilloso” del “Midwest”, donde cada colina, cada valle o cada caravana destartalada no es más que un pedazo del alma de alguno de los personajes.
Entre los cuentos que más me han sorprendido se encuentra “Pájaro fantasma”, singularísima historia de un ‘freak’ aficionado al salto al vacío con paracaídas y a la filosofía oriental. El autor parece sentirse muy cómodo bajo el marco de narración de carretera, y lo demuestra en el relato que da título al libro. El personaje principal es un chico que trata de encontrar a una joven que no quiere ser encontrada, pues se ha dado cuenta de que la huida del hogar es la única vía de salvación. Todos los demás relatos, ambientados en parajes similares y protagonizados por seres con parecidos traumas, mantienen cierta altura en el estilo, siempre entre la sobriedad y la poesía. Sin embargo, me dejan la sensación de que no me aportan nada nuevo, de que parece que ya los he leído antes. Sí, todo muy minimalista, todo muy “realismo sucio”, pero quizás ya sea hora de que ciertos autores de cuentos estadounidenses corten de una vez por todas el cordón umbilical que les une a Raymond Carver.
Sinceramente Galveston me pareció un libro más redondo. Puede que sea porque al autor le sienta mejor el formato largo, con las dificultades que ello conlleva, donde la trama, la evolución de los caracteres y la aparición de la violencia extrema agilizan bastante el texto. O puede que con aquella novela, escrita cinco años después que este libro de relatos, hubiera encontrado el grado de madurez y equilibrio que todo escritor necesita. Bueno, sea por el motivo que sea, este Pizzolatto no se va a librar de mí tan fácilmente, así que continuaré siguiéndolo de cerca. Pero, si es en formato largo, mejor. Al final va a resultar que el tamaño sí importa.
La profundidad del mar Amarillo (Salamandra, 2015), de Nic Pizzolatto | 295 páginas | 19 € | Traducción de Maia Figueroa