JOSÉ MANUEL GARCÍA GIL | A veces el hecho de que unos poemas escritos hace más de sesenta años se conviertan en una novedad para la mayoría de los lectores de poesía, debe ser un motivo de celebración. Acaba de ocurrir con la publicación de Radical libre, edición antológica de la obra poética de Eduardo Chicharro (1905-1964) preparada por el poeta y profesor Jaume Pont, en Libros del Innombrable. Chicharro, más conocido por su papel principal en la fundación del Postismo, junto a Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi, que por su creación literaria es, no obstante, uno de los poetas más singulares e iconoclastas de nuestro siglo XX. El hecho cierto de haberlo adscrito frecuentemente a la categoría de los escritores raros, la de los ignorados por la crítica, la de los vilipendiados por las instancias legitimadoras del mundo literario, la de los desconocidos de los lectores no especializados (llámense escritores, académicos o periodistas) ha perjudicado en exceso la difusión de su poesía.
En el caso del escritor madrileño, el reconocimiento de su labor siempre fue difuso e intermitente, incluso tras su muerte. En ese sentido, la edición de la antología Música Celestial y otros poemas, preparada por Gonzalo Armero en 1974, o de Las patitas de la sombra en 2000, no hace sino corroborar que, cuando a esta clase autores se les ha querido sacar de su relativa oscuridad, ha sido en vano: de una u otra manera vuelven a su lugar de objeto cultural, como si el sitio en que realmente habitan fuera un lugar de sombras con algunas rendijas de luz y gustasen de ese limbo que les permite en cierta manera estar fuera del tiempo, es decir, fuera de cualquier canon, ajeno a los éxitos fulgurantes del mundo, pero también a sus más sonados fracasos. Cabría para ellos esa bella definición del autor maldito que sugirió Leila Guerriero: «Los une, a veces, esa materia que se llama olvido, esa cosa esquiva que se llama genio, y una forma, muy humana, del desasosiego, de la insatisfacción y de la rabia».
Quizás por esos motivos la poesía de Eduardo Chicharro no estuvo nunca en ese escalafón literario que él persiguió y que, por circunstancias que estaban en su personalidad y en la clase de poesía que hacía, nunca alcanzó. Quizás también porque las razones de esa exclusión tienen mucho que ver con la construcción de un mundo imaginativo muy personal, «sondado por la maravilla y el misterio» y confeccionado a partir de algunas obsesiones, de manías que derivan de esa personalidad curiosa, anacrónica y descolocada, que si bien deslumbra por su hondura y originalidad, marcada por cierto barroquismo y cierta abstracción, exige casi siempre un especial esfuerzo por parte del lector.
Para que ese esfuerzo sea menor, a Radical libre lo precede un prólogo de más de cuarenta páginas de Jaume Pont, el mayor especialista en el Postismo y, posiblemente, en la obra poética de Eduardo Chicharro. Un prólogo que muy bien pudiera servir de libreto de instrucciones para desentrañar aquellos puntos oscuros o ingredientes mágicos que conforman los valores literarios de una poesía que destaca por la exploración de ritmos, rimas, metros y sonidos; por el humor, el absurdo, el nonsense, el juego de palabras y la fuerza expresiva. Una poesía en donde importa más la forma que el fondo. El poema «Carta de noche a Carlos», dirigido a su amigo y discípulo Carlos Edmundo de Ory, es un ejemplo de esta escritura: «Carlos yo te escribo trece trenes / trinos trece te estremece / y te envío mecedoras / a tu casa».
En muchos casos, en estos poemas que van del soneto o el romance al versículo, las normas gramaticales son abandonadas a medias -el mensaje es legible- en beneficio de los juegos ingeniosos de la construcción: «Dame tú a mí la torrija y yo a ti el pan de piñones / doite a ti yo el tentempié y a mí tú la diatomea / que a ti doite tú a mí des si en tú dándote me das/ en yo dándome a ti doy donde vas y donde voy…». Es decir, la búsqueda de un significante -Chicharro se decanta por neologismos, acrónimos, hipérbatos, trastrueques morfológicos y sintácticos- puesto al servicio de unas preferencias léxicas que se dirigen, como señala Pont, «hacia lo inusual y lo extraño».
Ese es el asunto: no hay nada facilón en esta poesía, y al mismo tiempo sus materiales, palabras y palabras, son el más evidente ejemplo de que no podemos alejarnos en literatura de la capacidad de decir y de contener de estas. La función principal del poeta sigue siendo, como dijo Mallarmé, devolverle el sentido a las palabras de la tribu. Por eso, la polémica entre hermetismo y claridad en poesía es de todo punto absurda. En ese sentido, el lenguaje no admite criterios simplificadores de facilidad o dificultad. Por ese motivo, a Paul Celan le producía asombro constatar, con pesadumbre, que muchos críticos consideraban su poesía «hermética».
«Sólo lo difícil es estimulante», escribió para siempre José Lezama Lima. Y esto nos vale para la poesía de Chicharro que, si bien puede considerarse difícil, es sobre todo mágica. Y para que surja esa magia, desde la propia exigencia del autor, sus palabras no son ni intercambiables, ni traducibles, ni tampoco «oscuras» o «claras»; sino que responden únicamente a la necesidad interna de la propia creación. Es en esa exigencia del poema en la que está inmerso el propio Chicharro. Y es ahí donde radica la dificultad, o la oscuridad: en el proceso.
Y en su resultado, los lectores hallarán en esta muestra, diversa y esclarecedora, los textos esenciales de sus libros Las patitas de la sombra, La plurilingüe lengua y Cartas de noche, y los poemas completos de Tetralogía y Música celestial. Una ocasión pintiparada para adentrarnos en el territorio de un poeta intemporal en cuyos poemas hallaremos música y juego, humor y delirio, tradición y modernidad, sorpresa y razón. Elementos que se proyectan «en un radical signo de revelación y conocimiento».
El ya mencionado Carlos Edmundo de Ory se preguntaba a principios de los setenta: «¿Sabe alguien acaso que tenemos en España un poeta que se llama Eduardo Chicharro?» Bienvenida sea esta muestra antológica para romper esa barrera y matar prejuicios y para que, sobre todo, le surjan nuevos y jóvenes lectores a Eduardo Chicharro, un poeta que sigue siendo símbolo de aquel sueño vanguardista que unos cuantos tuvieron en España en una época en la que incluso soñar estaba prohibido.
Radical libre: Antología poética (Libros del Innombrable, 2017), de Eduardo Chicharro | 308 páginas | 22 euros