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El teatro no es un sector

ALEJANDRO LUQUE | Ahora que lo pienso, de todo el tiempo que pasé con Juanito, con Juan de la Zaranda, apenas hablé con él de teatro. En todas aquellas horas de día, de tarde y sobre todo de noche, leímos juntos, jugamos al dominó, bebimos (bebimos demasiado), reímos (reímos muchísimo), vimos espectáculos buenísimos y otros de los que nos salíamos a los cinco minutos en busca del bar más cercano. Pero del teatro propiamente dicho, de su industria, del mundo del espectáculo, del sector, apenas recuerdo haber hablado con él.

Reparo en ello ahora que tengo entre mis manos este ejemplar de sus Obra y legajos. Teatro incompleto que primorosa y heroicamente han editado los amigos de Ediciones del Bufón. Entre sus páginas encontramos las dos obras que lo consagraron como dramaturgo en la escena de ambas orillas del Atlántico, Vinagre de Jerez y Mariameneo, Mariameneo, junto a una gavilla de textos más desconocidos que entroncan perfectamente con el espíritu de aquellas, y en los que sobre todo hay una voz única, personalísima, inimitable a pesar de los reiterados intentos que muchos han hecho por imitarla.

Para quienes no hayan oído hablar de él, les pongo en situación: en la España de los 60-70, exhausta de monserga tardofranquista, algo se está moviendo en los márgenes de la cultura. Hay todavía mucha gente que cree en el poder transformador del teatro, de un arte que no tiene nada que ver con ese divertimento burgués al uso, sino con una búsqueda de las propias raíces y de la esencia del hombre llena de preguntas incómodas.

En la Baja Andalucía, en Sevilla, en Lebrija, en Cádiz, hay gente joven tanteando esas teclas. En Jerez, dos hermanos, Paco y Juan, hacen lo propio. El primero ha adquirido en Madrid algunos rudimentos escénicos, el segundo es un ávido lector de poesía y un observador del alma humana que no va a tardar en emborronar papeles llamados a cobrar vida sobre las tablas. Solo unos años antes, un polaco llamado Tadeusz Kantor ha estrenado una obra asombrosa, La clase muerta. Los hermanos Sánchez aseguran que todavía no tenían noticias de él, pero intuitivamente estaban fundando su propio teatro de la muerte en la tierra del vino y los toros.

Vinagre y Mariameneo no fueron las primeras obras de La Zaranda, pero sí aquellas en las que cristalizó esa búsqueda de un lenguaje que nombrara el tiempo y el mundo que les había tocado vivir. La respiración del flamenco, la oralidad de la calle, el acento ceceante y desacomplejado, la atmósfera trágica del barroco semanasantero, un brochazo de Francisco de Goya, un natural de Paula, un fogonazo de Valle-Inclán y un ay de Agujetas, todos esos ingredientes burbujearon en un potaje para el cual la mayor parte del público español, de paladar tirando a fino y sobre todo ansioso de modernidad de chupa de cuero, hombreras y neón, no estaba preparado. Pero quiso la suerte que, por medio del Festival de Teatro Iberoamericano de Cádiz, ese teatro pobre pudiera dar el salto a las Américas, donde varios millones de almas iban a entenderlo perfectamente, como entendían las imágenes alucinantes de César Vallejo. La Zaranda partió como una rareza, una anomalía de la España de la Expo y regresó como compañía aclamada.

Juan (al que ni siquiera se le menciona en la entrada de Wikipedia dedicada a La Zaranda, sic transit gloria mundi!) no tardó en bajarse del barco y volver a sus rutinas, mientras sus compañeros siguieron una carrera brillante y exitosa que todavía continúa hoy, aunque “brillante” y “exitosa” sean dos ideas que La Zaranda ha detestado siempre. Bueno, todos debemos vivir con nuestras contradicciones. Pero que el reconocimiento a ese proyecto, recientemente laureado por enésima y merecidísima vez, no nos prive del placer de volver a la semilla, de saborear de nuevo las palabras vivas que escribió Juan y que siguen saltando ante nuestros ojos, chisporroteando, retumbando en el pecho. Ahora entiendo que Juan me habló muy poco de teatro, que en general hablaba muy poco de teatro, porque eso hubiera supuesto disociarlo de la vida, que es lo que le importaba de verdad. Recuerdo que, rodeados como solíamos estar de gente relevante en aquellos festivales, su atención siempre se iba hacia los personajes anónimos que aparecían en cualquier momento: María la Gorda, Juaqui el Ketama, Gabriel el Chandra… Estoy seguro de que podría haber escrito una obra con todos ellos, de lo que no me cabe duda es de que nunca escribiría una línea para la industria, para el sector. Con el debido respeto para el sector.

Obra y legajos de Juan de la Zaranda (Ediciones del Bufón, 2023) | Juan Sánchez |172 páginas | 15 euros

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