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El tormento y el éxtasis

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Memorias de Neil Young: El sueño de un hippie

Neil Young

Malpaso, 2014

ISBN: 978-84-15996-19-4

416 páginas

22 €

Traducción de Abel Debritto

 

 

Fran G. Matute

Tiene uno la sensación, tras terminar de leer estas Memorias de Neil Young (2012), de que este es un libro que no puede gustar a todo el mundo. Habrá quien espere encontrar en su interior una detallada exposición de la carrera musical del autor, un relato pormenorizado sobre la gestación de sus discos y los procesos de grabación; otros esperarán un sinfín de intimidades sobre las giras, la vida en la carretera o las largas noches. El tormento y el éxtasis, en definitiva, asociado a una estrella del rock. Algo, o mucho, de eso hay aquí, qué duda cabe, pero creo que la clave para acercarse a estas elucubraciones de Neil Young está en el acertado subtítulo que contiene esta obra: El sueño de un hippie. Porque, de fondo, hay una pregunta que sobrevuela todo el texto: ¿Qué ha hecho con su vida un hippie que se convierte en multimillonario, de la noche a la mañana, a los veintitantos años?

El origen de estas memorias no puede ser más prosaico: Neil Young ha dejado de beber y de fumar marihuana por prescripción médica, porque se le ha detectado una perturbadora mancha en el cerebro. Lleva un año sin componer una sola canción y de alguna forma ha de matar el tiempo, así que se pone a escribir como un loco. Todo lo que le viene a la cabeza lo vomita en el papel. Sus recuerdos, su presente, sus reflexiones, sus anhelos; todo es repensado, con fluidez y sin tumultos, pero de forma no lineal. Saltamos de un pensamiento a otro, como si estos se presentaran indomables para el músico: ahora toca hablar de mi colección de trenes, luego de Buffalo Springfield o de mis hijos, más tarde será sobre la infancia… No es que Neil Young utilice la escritura a modo de terapia, simplemente es que necesita entretener con algo a sus pensamientos. El no estar haciendo nada se lo come por dentro y ese es uno de los grandes rasgos de su personalidad, algo que impregna todo lo que hace. Neil Young parece que no puede estarse quieto. No puede parar de crear.

Quizás esto explique su casi inabarcable discografía, que ya cuenta con más de cuarenta referencias (sin contar recopilatorios, colaboraciones o militancias en otras formaciones). Quizás esa característica justifique los mil y un proyectos de excéntrico emprendedor -de hippie multimillonario, vaya- en los que está metido Neil Young: una empresa de escucha digital ‘on-line’, con la que pretende corregir el pobre sonido comprimido que ofrecen los formatos que manejamos hoy día; un coche reacondicionado para funcionar con biocombustibles; conciertos y acciones benéficas varias… Más allá de su música, Neil Young es coleccionista de coches antiguos y de maquetas de trenes, y de casi todo lo que cae en sus manos, y estas accesoriedades de su personalidad parecen tener en sus memorias (y en su vida) el mismo peso que sus creaciones. Y si no fuera así, si esa capacidad compiladora que muestra para casi todo no formara parte de su ser, no sería posible haber armado, por ejemplo, un artefacto tan ambicioso como The Archives, otro de esos proyectos alocados en los que actualmente se encuentra el músico sumergido y en cuyo segundo volumen verá por fin la luz, presuntamente, el grueso de su obra inédita, esa de la que lleva hablando toda la vida: los legendarios álbumes Homegrown (1974-1975) y Chrome Dreams (1977). Solo de pensarlo me sudan las manos.

Pero, ya digo, los que solo (o, sobre todo) busquen en estas páginas cuestiones de índole musical podrán verse algo defraudados. Young utiliza aquí su música para cerrar heridas, para reconocer errores, para valorar en su justa medida las aportaciones de aquellos músicos que lo acompañaron durante toda su carrera. Todos salen bien parados, no son éstas unas memorias para ajustar cuentas. Son momentos de homenaje, de reconocer, por ejemplo, el genio sin parangón de su amado/odiado Stephen Stills (“era como un reloj con sentimientos”); de llorar una vez más a Danny Whitten (el guitarrista original de sus Crazy Horse -se revela en estas memorias la inminente publicación de las primeras grabaciones inéditas de la banda, esas que reivindicarán por fin la figura de Whitten-, al que tantas canciones dedicó; de cuya muerte por sobredosis se siente, en el fondo, algo responsable); y a Bruce Berry, y a Ben Keith y a David Briggs… todos los que ya no están. Y de dar las gracias: Young no deja de dar las gracias a lo largo de estas memorias, en un acto creo que sincero pero que sin embargo deja entrever al hippie trasnochado que late en su interior. ¿O no?

Hay una especie de sinceridad, casi infantil, en las palabras de Neil Young que hace que estas memorias sirvan, más que para conocer tal o cual anécdota o curiosidad de su vida, para construirse una idea bastante certera de cómo es la persona detrás del creador. No se trata tanto de centrarse en las imágenes cotidianas del compositor, en casa jugando con los niños, montando fiestas de cumpleaños o compartiendo momentos hermosos con su esposa y amigos, sino de encontrar en su forma de pensar, en su visión del mundo, a una persona sensible como pocas que no vive de vueltas de todo, que sigue mirando hacia adelante y que no guarda excesivos rencores. ¿Son estas memorias buenrollistas? Sí, creo que sí. Pero, al contrario de lo que se pueda pensar, no me parecen impostadas. O no me parecen más impostadas que las crónicas negras y autodestructivas que nos han vendido los Lou Reed de turno, con el único objetivo de hacer más interesante su música. No hay que olvidar, por ejemplo, que Neil Young también le cantó a la heroína, para despreciarla, y no tuvo que acudir como otros a la sordidez para quebrarnos por dentro:

El que en estas memorias no se incida en los excesos ni en las disipaciones no quiere decir que no haya en ellas pasajes dedicados al dolor. Pero éstos se centran, sobre todo, en esa peste negra que recorre su sangre y la de su familia, acosada por las enfermedades: la de su padre, que sufrió de demencia; las suyas propias, con su principio de poliomielitis, sus problemas crónicos de espalda, sus ataques de epilepsia y, finalmente, sus infartos; la de sus hijos, dos de ellos tetrapléjicos, que al ser de mujeres distintas le recuerdan a diario la eventual herencia de unos genes deteriorados… Entre tanta calamidad personal, Young se confiesa en ocasiones iracundo, impertinente, petulante y, casi siempre, impaciente. Una impaciencia que muchos padecieron en sus carnes y que aquí encontrarán una más que sincera petición de perdón.

Del mismo modo que el cancionero de Neil Young es bipolar, siendo sombrío, abigarrado y denso cuando lo acompaña Crazy Horse y limpio, melódico y despejado en su formato acústico, así se conjugan sus palabras y sus pensamientos. De tal forma que, sin pretender hacer las veces de autobiografía, se encuentra uno en estas memorias al más genuino de los Neil Young; el único, por otro lado, posible: el del genio que lleva más de cincuenta años haciendo lo que le da la real gana y haciéndolo (casi) siempre bien. El sueño del viejo hippie se presenta tan auténtico que es (casi) imposible que no se salga con la suya, busques lo que busques en estas páginas.

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