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El único argumento de la obra

Llega la negra crecidaCAROLINA EXTREMERAAhora es verano y el fruto cae
Y el largo viaje hacia el olvido…

Es la hora de marcharse, de decir adiós
A uno mismo y encontrar una salida
Desde el yo caído

Oh, construye tu barco de la muerte, tu pequeña arca
y llénala con comida, con pequeños pasteles y vino
para el largo vuelo hacia el olvido.

D.H. Lawrence

Ya nos contó el poeta –el nuestro, qué otro iba a ser- que la vida iba en serio, y le creímos. Siempre hemos sabido, por otro lado, la importancia de la muerte, la gran protagonista solemne de todas las religiones, de la filosofía, de tantos poemas, libros y cuadros. ¿Qué pasa entonces justo antes de morir? ¿Es esa parte de la vida menos heroica que el final, menos relevante? Es la vejez. Digámoslo de nuevo, sin miedo: la vejez. De acuerdo, podemos decirlo con un poco de reparo. Porque el gran tabú no es la muerte o, al menos, no la de uno mismo, sino la vejez, el momento en el que nos dejaremos de parecer a los que creemos que somos y comenzaremos a perder a nuestros seres queridos.

Llega la negra crecida está escrito por una Margaret Drabble de setenta y siete años que, ante la proximidad del deterioro, elige un tono cáustico y humorístico para enfrentarse a él. Nos presenta a Fran, una mujer que continúa trabajando a pesar de su edad y que, muy convenientemente para el tema de la narración, trabaja en una ONG que estudia las condiciones de vida de los ancianos y las posibles innovaciones para acondicionar sus viviendas.

Muchos de sus conocidos –su exmarido Claude, su mejor amiga Josephine, el académico Bennett– rondan su misma edad y cada uno ha escogido un camino diferente para sus últimos años. Así como Fran continúa trabajando y conduciendo de forma temeraria por todo el país como condición indispensable para realizar su labor, Claude vive recluido en su casa, cuidado por Perséfone, a la que ha contratado al efecto, y alimentado exclusivamente de los platos preparados que su exmujer le lleva cada semana. Está totalmente decidido a “beber únicamente vino caro” hasta el día de su muerte. Josephine, por otro lado, se ha instalado en una residencia de ancianos mientras trata de seguir impartiendo talleres literarios. Por último, encontramos a Bennet y Ivor –bastante más joven que su pareja– que se han retirado a Canarias como refugio para los últimos días de Bennett y cuyo vínculo con Fran es a través de Christopher, su hijo, que a pesar de no ser un anciano ya conoce la pérdida de personas importantes de primera mano.

Todos ellos se nos van mostrando a través de Fran, que es nuestro Virgilio en este purgatorio, y cada uno afronta diferentes situaciones relacionadas con la vejez de forma distinta. Algunos piensan en cuáles serán sus últimas palabras o cómo se enfrentarán al lecho de muerte, otros se limitan a buscar recetas de canapés aptos para dentaduras postizas, o se aferran a la literatura y, otros, al humor ácido. Hay instantes en los que se tienen revelaciones, hay aceptación de las propias limitaciones, de la movilidad reducida, personajes que se centran en lo más sencillo y encuentran la felicidad en los pequeños momentos, está el terror al alzheimer y el miedo a las últimas indignidades. Es un fresco de todo lo que se puede plantear alguien conforme le acecha la edad y resulta muy real, lejos de esas historias edulcoradas del anciano que encuentra el amor y el renacimiento, oh sorpresa, en el cuerpo de una mujer joven o la historia de la anciana que encuentra el sentido a su vida, oh sorpresa, cuidando a otras personas más necesitadas.

El lenguaje que Drabble decide emplear es coloquial, fluido e irónico, como si quisiera reírse de ella misma y de todos sus conocidos. El tratamiento de los recuerdos es uno de los logros de la novela: es más importante el hecho de estar recordando algo que el hecho en sí que se trata de recordar. Esta no es la historia de una persona mayor que abusa del flashback y en la que la ancianidad no es más que una excusa para hablar de la juventud, es el presente y el futuro, de los que desearían evadirse, los que tienen atados a los protagonistas y también a nosotros. La autora teje además una red que une sutilmente a todos los personajes y cierra con mucha precisión todas las tramas –al estilo de Iris Murdoch– aunque no haya mucho que contar. Porque en realidad, el argumento es muy básico y en más de trescientas páginas apenas hay dos o tres sucesos relevantes. El libro está construido a base de escenas y muchas conversaciones y reflexiones. De hecho, se puede interpretar como una reflexión muy larga. En ese sentido, hay algunas partes que he encontrado más pesadas en las que abandona el tono coloquial para centrarse en investigaciones académicas emprendidas por algunos personajes que se extienden demasiado en temas que pueden no ser del todo del interés del lector. Desde mi punto de vista, restan bastante fluidez a una novela que sin estos pasajes sería mucho mejor.

Llega la negra crecida puede hacerse difícil de leer también por la temática. Todos sabemos cuál es la única forma de dejar de ser anciano y, en ese sentido, no da muchas esperanzas. Mientras la leía y admiraba la calidad de su repertorio y su facilidad para dar con tantas claves sobre los miedos en la edad tardía me he preguntado si, de tener treinta o cuarenta años más, la habría disfrutado lo mismo. Como muestra de las partes con mejor tono de la novela, les dejo un extracto: “A veces Fran piensa que puede llegar a entender el impulso que lleva a una persona de veintitrés años a querer asesinar a un montón de viejos inútiles. Todos podemos esperar vivir más, pero recientemente se publicó que la mayoría de nosotros pasará los seis últimos años de nuestra dilatada vida padeciendo enfermedades serias, sufriendo algún tipo de dolor y mala salud. A Fran esta estadística la sacó de sus casillas, fuera o no verdad. La longevidad nos ha jodido las pensiones, la conciliación entre vida personal y laboral, el sistema de salud, la vivienda, la felicidad. Ha jodido la propia vejez”.

Llega la negra crecida (Sexto piso, 2018), de Margaret Drabble | 336 páginas | 23,90 euros | Traducción de Regina López Muñoz

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