JOSÉ MARTÍNEZ ROS | Es curiosa la evolución de Orham Pamuk, el premio Nobel turco, uno de los más distinguidos novelistas del panorama mundial contemporáneo. Sus primeras obras fueron severas obras realistas, con tramas intensamente dramáticas, que mostraron su interés por describir en toda su complejidad la sociedad turca, como Cedvet Bey e hijos o La casa del silencio. Sin embargo, las obras que lo consagraron internacionalmente y le acabaron procurando el máximo premio de la literatura mundial fueron novelas mucho más imaginativas, donde se percibía la influencia de las vanguardias occidentales, de Joyce a Borges, Nabokov o Calvino. Así fuimos conociendo El castillo blanco, ambientada en el siglo XVI, donde contraponía el esplendor del Renacimiento y el del Imperio Otomano en su apogeo, es decir, la eterna dicotomía entre Oriente y Occidente; Me llamo Rojo, originalísima combinación de novela histórica y de misterio contada a través de un amplísimo mosaico de voces que se entrelazan y se contradicen; y la que probablemente es una de sus dos obras maestras, El libro negro, en la que es capaz de aunar metaliteratura, narración policíaca, misticismo sufí, reflexión política, una historia de amor obsesiva y un retrato -una de sus grandes obsesiones- de la Estambul moderna, servido con una escritura prodigiosa: un libro laberíntico y genial que tiene pocos términos de comparación, tal vez imaginarnos la Rayuela de Cortázar a través del filtro de las Mil y una noches. Después de una novela menor de ecos dantescos, La vida nueva, llegó la segunda joya de su bibliografía: Nieve, en la que el regreso de un escritor turco a su ciudad natal, en un remoto rincón de Anatolia, le sirve para trazar un amplio panorama de la Turquía actual, marcada por el enfrentamiento entre los grupos occidentalizados asociados a la casta militar y las clases medias urbanas, la izquierda revolucionaria cuyos miembros se reclutan a menudo entre los alevíes y los kurdos, excluidos de los círculos de poder, y el islamismo que ha ido ganando pujanza entre las clases populares y la población rural, pero todo envuelto en un halo onírico, como un extraño cuento de hadas, con múltiples niveles de lectura. Sin duda, una de las más grandes novelas publicadas en cualquier idioma en las últimas décadas.
Después de la concesión del Nobel, Pamuk, quizás asumiendo el papel de embajador literario de la Turquía actual, ha escrito dos novelas monumentales, pero donde abandona ese atractivo halo experimental. Primero nos llegó, El museo de la inocencia, la historia de Kemal, un joven miembro de la alta burguesía de Estambul cuya vida parece discurrir según las convenciones de su clase social: ha empezado a trabajar en uno de los negocios de su familia, prepara su boda con Sibel, una muchacha occidentalizada, y dedica el resto del tiempo a divertirse con sus amigos, ignorando la situación de un país ensangrentado por los enfrentamientos entre distintas facciones políticas. Pero algo cambiará radicalmente su vida: cuando entra en una tienda en busca de un regalo para su prometida, se reencuentra con Füsun, una pariente lejana que no veía desde que era una niña y por la que sentirá, desde el primer instante, una pasión devoradora, absoluta. Esa pasión consumirá su relación con Sibel, sus actividades sociales y, en cierta forma, el resto de su vida. Esta historia de amor total, desarrollada a lo largo de seiscientas páginas, estaba marcada por la omnipresente presencia de Proust, el autor de ese insuperable tratado acerca del deseo, la memoria y los celos que es En busca del tiempo perdido.
Y ahora llega su nueva obra, también con un número de páginas considerable: Una sensación extraña y cuyo protagonista es un vendedor callejero Mevlut Karatas, donde nos ofrece, a través de sus vivencias, las de sus conocidos, amigos y familia, un retrato cambiante de su país a lo largo de cuatro décadas y, sobre todo, el de la ciudad de Estambul entre 1969 y 2012. Una historia que se ofrece a través de los “testimonios” de numerosos testigos de sus andanzas, lo que recuerda en cierto modo a la técnica de la parte central de Los detectives salvajes de Bolaño. Uno de los mejores hallazgos de la obra es el personaje de Karatas, soñador, enamoradizo y bondadoso, cautivado por la milenaria ciudad que habita; un protagonista del que es imposible no encariñarse. Le veremos madurar, renunciar a sus primeras fantasías y ganarse la vida como vendedor callejero de boza, una bebida tradicional turca. Y el momento más dramático de sus vida, en el que percibirá esa “sensación extraña” que da título al libro: la que Mevlut experimenta cuando, víctima de un trágico error, descubre que la muchacha con quien se ha fugado no es la mujer de la que se había enamorado. Y mientras tanto, vemos a Estambul crecer y transformarse, asistimos a la creciente influencia de especuladores y caciques, a las luchas políticas, a la caída de los gobiernos, a los golpes de estado, a los grandes hechos de la convulsa historia de la Turquía contemporánea.
Pamuk es una narrador magistral que sabe contar su historia con una prosa fluida y sencilla, lejos del tono hipnótico de El libro negro o Me llamo rojo, poblada por una auténtica multitud de personajes complejos, contradictorios y, a la vez, comprensibles para el lector. Es una de esas novelas de las que se les suele afirmar que “parecen del siglo XIX”, y ciertamente resistiría una comparación con cualquiera de las más populosas obras de Galdós o Dickens. Es probable que un lector veterano de Pamuk eche de menos al escritor que ofreció obras mucho más personales y menos inclusivas. Pero no puede dejar de reconocer la altura y el valor de este libro.
Una sensación extraña (Literatura Random House, 2015), de Orhan Pamuk | 640 páginas | 23,90 € | Traducción de Pablo Moreno González