ALEJANDRO LUQUE | Quienes llevamos algún tiempo siguiendo la trayectoria de Cristina Morales sabemos ya de su tendencia a no plagiarse a sí misma, a no pasar dos veces por el mismo terreno; y, al mismo tiempo, nos consta que escriba de lo que escriba, ya sea sobre Teresa de Jesús o sobre los conspiradores contra Fernando VII, no hay que despistarse: de algún modo nos está hablando de nosotros, del mundo en que vivimos, del aquí y ahora.
Esta sensación viene redoblada en la novela que promete ser su consagración definitiva, Lectura fácil, que conquistó el Premio Herralde en su última edición. Ambientada en la Barcelona del presente, la obra narra la peripecia de cuatro mujeres diagnosticadas como “especiales” y que comparten un piso tutelado después de circular por diversas residencias urbanas y rurales para personas con discapacidad intelectual, las RUDIS y CRUDIS.
Las peores limitaciones a las que deben hacer frente Nati, Patri, Marga y Maria dels Àngels no proceden, sin embargo, de sus características físicas e intelectivas, sino de las múltiples situaciones de represión y sometimiento a las que el sistema las aboca. Sin embargo, el lector no encontrará en estas páginas nada parecido al clásico relato de criaturas frágiles y desguarnecidas. Las cuatro protagonistas se bastan y se sobran para plantar cara a todo y a todos, porque son discapacitadas, pero de tontas no tienen un pelo.
A través de varias líneas narrativas, desde la novela autobiográfica que escribe Àngels en su teléfono móvil a las declaraciones del juicio en que se debate la esterelización forzosa de Marga, pasando por las actas de una asamblea de okupas o las páginas de un ácido fanzine, asistimos a la negativa de nuestros personajes a pasar por los múltiples aros que la sociedad actual les impone.
Y lo harán del único modo que les es dado, con la única arma a su alcance: la palabra. El lenguaje es aquí, desde la primera línea hasta la última, un campo de batalla. El que utiliza el poder para afianzarse, entendido aquí como poder heteropatriarcal, monógamo, blanco y neoliberal, pero también el que se coloca frente a él bajo distintas formas de activismo que se diluyen bajo sus propios códigos retóricos.
No obstante, el título de la novela, que alude al método de escritura con el que Àngels va hilvanando sus memorias, me recuerda a aquella novela que Leonardo Sciascia tituló irónicamente Una historia sencilla, cuando era endiabladamente complicada. La obra de Morales se lee muy a gusto, sí, porque goza de un ritmo vibrante, vigor, creatividad e irreverencia a manos llenas, pero no me atrevería a llamarla fácil en el sentido complaciente: al menos este lector siente que se le escapan algunas claves, no siempre es fácil seguir a las cuatro féminas en sus discursos, y mucho menos compartir todas sus opiniones.
Y seguramente no se trata de eso. En todo caso, Lectura fácil da para mucha y muy buena reflexión, para mucho cuestionamiento en torno a las libertades que gozamos en nuestra feliz democracia y de las posibilidades reales de disidencia que se dan en su seno. El limpio humor que airea el relato contrasta con la dureza con que muestra la eficacia con la que, a menudo de un modo casi imperceptible, se aplasta y margina a quien es diferente.
Cristina Morales ha desarrollado todo esto en una novela que, como dirían los anglosajones, no hace prisioneros. Carga su fusil de palabras, argumentos, rabia e inteligencia, y abre fuego. Y ante ráfagas así, déjenme adelantarlo, no se salva ni el gato.
Texto publicado en la revista Mercurio.
Lectura fácil (Anagrama, 2018) | Cristina Morales | 424 páginas | 19,90 euros | Premio Herralde de Novela 2018