0

En busca de la soledad perdida

ELENA MARQUÉS | Que levante la mano quien no ha tenido alguna fase asocial. A mí, desde luego, la idea de alejarme del mundo me asalta con frecuencia. Quizás más de la deseada para alguien que quiere pasar por una persona normal, si es que eso existe. De hecho, hubo una época en que miré como opción de vida las oposiciones a guardafaro, pero me echaron para atrás los muchos conocimientos de ingeniería que se demandaban para cubrir el puesto. Y ni siquiera estoy segura de que la página que informaba de aquello estuviera actualizada, pues parece una profesión dispuesta a desaparecer. También es cierto que, tras la lectura de Bajamares, de Antonio Tocornal, y el visionado de la película de Robert Eggers, me percaté de su dureza, o lo mucho que los fareros estaban al límite de la locura, y cambié el proyecto de convertirme en ermitaña de costa por el de simplemente mudarme de casa. Tampoco lo llevé a cabo.

Dicho esto, la atracción por los faros debe ser algo más común de lo que uno puede pensarse, no tanto por la aureola romántica que los rodea, sino por su misma función y arquitectura, por elevarse hacia el cielo y trazar caminos protectores entre las olas. Por ahí tengo yo un principio de texto, malo de caerse, en el que recorría, como Jazmina Barrera en Cuaderno de faros, algunos de la costa ibérica como excusa para crear una trama (exigua) y recrearme en sus paisajes y asirme blandamente a su morriña.

Por eso no dudé en llevarme de la Feria del Libro de Madrid el libro, editado, como siempre, con pulcritud, por Pepitas de calabaza, y solo puedo decir lo mucho que lo he disfrutado. En él, la escritora mejicana recorre un número limitado de esos espacios hechos para la salvación en un viaje de coleccionismo en el que quizás ella misma anduviera buscando su propio rescate. Barrera describe su obra como eso, un cuaderno donde anota, más que lo que ve, lo que experimenta y recuerda, desechando el formato de diario (aunque este aparece en el capítulo último) y no sé si guardando las distancias del concepto ensayo en el que parece encasillarse en la contracubierta.

Bien es verdad que el género no es lo que uno acostumbra a pensar que es, algo aburrido y sesudo con fines pseudofilosóficos o simplemente eruditos. En su origen, tal como descubrí redactando mi TFM sobre un texto híbrido que no voy a mencionar aquí, se definía como «obra literaria didáctica ligera y provisional», escrita en primera persona y atravesada por el subjetivismo del narrador. Los estudiosos García y Huerta, consultados por mí entonces, hablaban de la importancia concedida en su elaboración a «la experiencia y la libre invención», y extendían esa libertad creativa tanto a la variedad de temas como a la diversidad estructural, donde caben digresiones y reflexiones poco exhaustivas.

Si sigo esos principios, y por «diversidad estructural» entiendo la suma de fragmentos que parecen a veces dispersos pero que acaban teniendo una relación, sí que puede afirmarse que a eso asistimos en este Cuaderno de faros de Jazmina Barrera, que salta de un tema a otro, de referencias arquitectónicas y estéticas a cuestiones funcionales, por las que conocemos la evolución de su funcionamiento desde los fuegos encendidos por los celtas al elevado en Alejandría en tiempos de Alejandro Magno, la revolucionaria lente Fresnel y la informatización de cada proceso, las investigaciones del abuelo de Stevenson y sir Walter Scott en el primer buque faro de Inglaterra. No esperaba yo semejante lujo.

Pero lo que más me interesa, menciones literarias aparte (a Herman Melville y su Moby Dick, casi obligada cuando hablamos del mar, ese misterio; o a Virginia Woolf creando a la señora Ramsay y el «arquetipo de la promesa, de la expectativa de felicidad que puede a veces confundirse, o quizás ser, la felicidad misma»; o a Edgar Allan Poe, cuyo último texto, inconcluso, trataba sobre un farero; o al mismo Cernuda en uno de sus más famosos soliloquios) son esas hermosas reflexiones acerca de la soledad y la vida, la huida del mundo (el faro, como la torre de marfil, siempre resultan simbólicos), sobre el tiempo y su perpetuo vagar, sobre la relación de percepción y pensamiento, sobre la posesión que los lugares hacen de nosotros, sobre la belleza del silencio y la atracción de la muerte, sobre la consecución del deseo («La última realización del deseo es insoportable: anula el motivo, aniquila el sentido»), sobre la finalidad de ese coleccionismo al que se ha visto abocada («Coleccionar […] aporta una dirección, por más arbitraria que sea. Se vuelve entonces no solo una manera de escapar, sino también de construir. Se puede crear mediante la huida»), sobre la aceptación de nuestra finitud, sobre la imposibilidad del regreso.

Pues ya está. Creo que con todos estos mimbres y su estilo elegante y sencillo ha construido Barrera un texto amable y profundo por el que navegar. Si con ello, además, ha conseguido vencer una etapa vital desfavorable para regresar a tierra firme, mucho que me alegro.

NOTA: Reproduzco aquí este fragmento del libro, porque me da la gana y lo creo urgente en tiempos en que el ruido es atronador. Así termino con algo provechoso para quien quiera aplicárselo:

«Cuando le pregunté días antes si no había sido dificilísimo pasar diez días de retiro sin hablar me dijo que no, que en realidad era de lo más sencillo. Lo difícil había sido volver a hablar. Casi todas las palabras, después, parecían innecesarias, una pérdida de tiempo».

Cuaderno de faros (Pepitas de calabaza, 2019) | Jazmina Barrera | 128 páginas | 14,75 euros

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *