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En el nombre del Padre

reconocimientos

Los reconocimientos

William Gaddis

Sexto Piso, 2014

ISBN: 978-84-15601-76-0

1.376 páginas

35 €

Traducción de Juan Antonio Santos

Prólogo de William H. Gass

 

 

Rebeca García Nieto

No es justo juzgar un libro por su portada, pero cuando se trata de una novela como ésta, en la que caben treinta años, varias ciudades repartidas en distintos continentes y una multitud de personajes, la portada parece un buen punto de partida. En este caso, se nos muestra El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, un cuadro conocido por haber dado pie a múltiples interpretaciones durante sus cinco siglos de vida. Como explica Dolores Glez. Pastor en un artículo publicado en Jot Down, si en un primer momento se pensó que se trataba de la celebración de un matrimonio en secreto ante los dos testigos que se reflejan en el espejo, las últimas teorías apuntan a que se trataría en realidad de una “anunciación póstuma, donde el ángel es un comerciante viudo y la virgen su mujer embarazada, y fallecida”.

William Gaddis no estaba al tanto de estas interpretaciones cuando publicó esta novela en 1955; sin embargo, seguramente le habría gustado saber que esta última lectura del cuadro resume a la perfección el comienzo de su novela: el protagonista, Wyatt, es hijo del reverendo Gwyon y de Camilla, que fallece en las primeras páginas: “Camilla había dado un hijo a Gwyon y había vuelto, virginal, a la tierra; virginal a los ojos de los hombres, en cualquier caso”.

En Los reconocimientos se alude al cuadro de la portada en un par de ocasiones. En una de ellas, en una fiesta, uno de los invitados menciona que “Una compañía de laxantes reproduce a todo color el retrato del doctor Arnolfini y su esposa, y se supone que eso es… ¡eepa!”. El tema de la anunciación del hijo venidero aparece parodiado en el embarazo histérico de Esther, la mujer de Wyatt, o en la falsificación de una Anunciación de Hubert van Eyck, hermano de Jan van Eyck, que Wyatt no llega a consumar.

Porque de eso trata Los reconocimientos. De falsificaciones, de cuadros cuya firma no corresponde al verdadero padre de la criatura, de padres que compulsan su obra con el nombre de otro; en definitiva, de ilegitimidades y bastardías. Pero las imposturas que aparecen en la novela no sólo tienen lugar en el mundo del arte. Se extienden a todos los ámbitos, desde el religioso al científico, y normalmente tienen que ver con el verde del ropaje de la señora que posa junto al doctor Arnolfini en la portada: el color del dinero.

Pero para no perdernos en los detalles, misión casi imposible en una novela como ésta, conviene recordar lo que dice el genial William H. Gass en el prólogo. La principal trama de la novela es tan arquetípica como el Edipo -o como la Biblia-. Camilla, la madre de Wyatt, es presentada como una santa; el padre, el reverendo Gwyon, es una especie de místico, pero difícilmente un padre. En cierto modo, Wyatt pasa la novela buscando a su madre, tratando de terminar su retrato. Esther, su esposa, le pide: “Termínalo. Entonces quizá haya sitio para mí”. Más adelante, Wyatt se servirá de las facciones de la modelo Esme para intentar terminarlo. Esme y Esther son, en cierto modo, sustitutas de ese primer amor de Wyatt: Esme se pone los pendientes de Camilla, se maquilla con la pintura de Wyatt, pero se da cuenta de que para éste sólo existe como parte de un cuadro, en su imaginario, en lienzo, no “en carne”, por así decirlo.

De su padre, Wyatt heredará la duda, las preguntas, pero, a diferencia de él, tratará de buscar la verdad a través del arte. Las epifanías de Wyatt no tienen un carácter religioso, sino artístico. Así, al ver Pesca nocturna en Antibes, de Picasso, dice: “…cuando yo lo vi fue uno de esos momentos de realidad, de casi reconocimiento de la realidad. (…) Cuando lo vi todo se liberó de pronto en un reconocimiento, realmente se liberó abriéndose a la realidad que nunca vemos, que nunca ves. Nunca la ves en los cuadros porque la mayor parte del tiempo no puedes ver más allá de un cuadro. La mayoría de los cuadros, en el momento en que los ves se vuelven familiares, y entonces ya es demasiado tarde”.

Se podría decir también que Gaddis hizo uso de las técnicas de los pintores flamencos, maestros de las perspectivas múltiples, para “pintar” Los reconocimientos: “Las conciencias múltiples separadas de las… cosas en estos primitivos flamencos, ésa es realmente la fuerza y la tara de estos cuadros”, dice Otto, uno de los personajes de la novela. Y un poco más adelante: “La minuciosidad con que se sienten obligados a recrear la atmósfera, y la… estos pintores que no se detienen en sugerencias, sino que acumulan la perfección capa a capa, y el detalle, eso es… viene a ser tanto la fuerza como la tara (…) Como un escritor que no puede evitar dedicar tanta atención a un momento como a una hora”. Sobre este tema merece la pena leer Recognizing a masterpiece: William Gaddis´s reinterpretation of Flemish art, de Ted Morrissey.

La minuciosidad, el gusto por el detalle, que ya aparece en esta ópera prima de Gaddis, se convertirá en marca de fábrica del autor. Por citar sólo un detalle, conviene seguir la pista de la navaja de afeitar del padre de Wyatt. Como dijo Chéjov, si en el primer capítulo hay un rifle colgado en la pared, más adelante alguien tendrá que dispararlo… Y a estos pequeños detalles hay que añadirle una larga lista de personajes secundarios que se van sumando a la trama principal. Las vidas de estos personajes se van cruzando hasta las últimas páginas de la novela. Sánchez Ferlosio dijo que él sabía hacer punto, pero no sabía hacer jerséis. Habrá lectores que se pierdan en esta maraña y otros, como yo, que disfruten al ver cómo Gaddis hace punto y no les importe tanto la forma final del jersey.

Como ocurrirá en sus posteriores novelas, en Jota Erre y, sobre todo, en Gótico carpintero, esta primera novela de Gaddis es, en gran parte, una sucesión de largos diálogos entre los distintos personajes. Los diálogos están entrecortados y no siempre es fácil saber quién habla, con quién y de qué. Y luego está el ruido de fondo, ese blablablá que atraviesa la novela complicando, aún más, las cosas. Está claro que Los reconocimientos no es una novela para todos los públicos. El propio Gaddis parece ser consciente de ello cuando, a través de su alter ego, el escritor Willie dice: “Dios santo, Willie, estás borracho. O eso o estás escribiendo para un público muy reducido”.

Aunque la tercera parte, espejo en muchos aspectos de la primera, cierra la novela como los tapas de un tríptico de El Bosco, Los reconocimientos está tan abierto a distintas interpretaciones como el cuadro de la portada. Torrente Ballester en Off-side, otra novela de falsificaciones, dice que “sólo se acaba lo que puede ser perfecto, y en arte sólo alcanzan la perfección ciertas obras menores”. No puedo decir que Los reconocimientos sea una obra menor; al contrario, aunque no sea perfecta, se acerca bastante a lo que yo entiendo por obra maestra.

admin

3 comentarios

  1. Hola Receca.
    Me ha gustado tu reseña.
    Me leí Gótico carpintero y me gustó.
    Reincidí.
    Ahora estoy con Jote Erre, lo llevo mediado y como apuntas, me gusta como Gaddis hace punto. El libro tiene sus momentos, mejores y peores, pero tiene algo que me anima a seguir a leyéndolo, no buscando un fin, sino disfrutando del momento, de la travesía, del acto de leer, sin esperar futiles recompensas.

    Los Reconocimientos me lo compré y seguramente comience con él cuando acabe Jota Erre.

  2. Hola, Rebeca. Me he comprado una palmera de chocolate en la panadería de abajo. La cuña de ayer me gustó y aún me queda un trozo. En cuanto la acabe, comienzo con la palmera.

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