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En las distancias cortas es donde un Houellebecq se la juega

PN928_Configuración de la última orilla.inddNURIA MUÑOZ | Michel Houellebecq: encías retraídas por la ausencia de dientes, dedos amarillos de gran fumador, pelo ralo. Labios ligeramente amoratados por efecto del vino tinto, discurso desvaído, parka con lamparones…  Si lo han visto en alguna de sus intervenciones podrán inmediatamente identificarlo, aunque no se hayan acercado jamás a su obra. Yo, en cambio, sí que lo he hecho, y es que reconozco que tengo debilidad por el francés. He leído todo aquello publicado de lo que he tenido noticia, e intento estar al tanto de sus intervenciones en prensa y televisión; lo he visto cantar, hacer de DJ y de eficacísimo actor cómico.

Dicho esto, he de aclarar que no me considero una experta en crítica poética, así como que tampoco soy fiel lectora de este género, pero, si Anagrama publica estos versos en su sección “Panorama de narrativas” (WTF?)… ¡qué demonios!

El Michel impertinente, procaz y controvertido autor de novelas no asoma demasiado la patita en su obra poética. Y mucho menos aún en este Configuración de la última orilla, título revelador que podría albergar una especie de despedida y que es, en cierto modo, el necesario resultado de una evolución personal que ha ocupado las páginas de títulos anteriores como Sobrevivir, El sentido de la lucha, La búsqueda de la felicidad y Renacimiento, todos ellos agrupados en el volumen Poesía que Anagrama publicó en 2012.  

Es en sus versos donde aflora el hombre, despojado del disfraz de cínico inmisericorde con el que se presenta en su narrativa. El hombre que duda, sufre, ama y desea, que dice no esperar nada mientras lo espera todo como el romántico empedernido que es.

El amor y la muerte, como le gustaría a un buen barroco, surcan el terreno del último poemario de M. H., donde se ha desprendido de gran parte de la ironía que impregnaba su obra lírica anterior. El Houellebecq de Configuración de la última orilla es el más creyente de sus yoes, el menos nihilista, un Michel desvalido, vulnerable y frágil que parece obligado a emprender su viaje y desea cerrar sus asuntos para no llevarse consigo el rencor, la frustración y la rabia. Por eso, el francés intenta reconciliarse con la humanidad, con la naturaleza. Consigo mismo.

Su último poemario es, a mi juicio, el más optimista de los que ha elaborado, porque Configuración de la última orilla incluye una explícita declaración: no quiere, pese a todo, abandonar este mundo: “Yo desconocía en mí / esta horrorosa obstinación por existir / fuera incluso de toda alegría, / de todo placer, de todo bienestar, / esta estúpida y sorda fuerza / que te empuja a seguir /aunque cada instante refuerce /la certeza de disminuir”. Existir aun a sabiendas de las imperfecciones que contiene la vida, de la miseria, el dolor y la infelicidad, de las muertes cercanas o del fracaso sentimental. El francés intuye aquí su inminente desaparición y se lamenta por su próxima partida, añorando de antemano el cuerpo deseado: “tierno animal de senos turbadores / que sostengo en el hueco de mi mano; / Cierro los ojos: tu cuerpo blanco / es el límite del reino”.

El libro se estructura en cinco secciones: «La extensión gris», «De puente en la zona 6″, «Memorias de una polla», «Las inmediaciones del vacío» y «Meseta». En todas, Michel combina con maestría el verso libre y las estructuras más clásicas, reduciendo el papel que la prosa ocupaba en poemarios anteriores. La lectura, como en el mencionado volumen Poesía, es posible también en francés, ya que se trata de ediciones bilingües, y es absolutamente recomendable para comprobar que M.H. domina el metro y la rima, que maneja el ritmo. Que es, en definitiva, mejor poeta que narrador, aunque sus novelas (sobre todo las últimas, que parecen escritas sin mucho empeño) sigan siendo bastante eficaces.

Configuración de la última orilla canta también a la carnalidad, a la sexualidad rotunda, y es que ésa es una de las marcas de la casa: “Pon tu lengua un rato sobre mi polla / antes de que no haya nada de nada. / Pasea tu lengua. Tú vives / en un universo distinto al nuestro”. Y recuerda que este mismo sexo es el que seguirá rigiendo, dolorosamente, al envejecer: “Nuestros cuerpos se estropean, / pero nuestras carnes están ávidas”.

Michel Houellebecq no ha dejado nunca de poner el dedo en la llaga, señalando el lado perverso del paisaje idílico, haciendo ‘zoom’ sobre el depredador que eviscera a dentelladas a la cría en la bucólica naturaleza,  realizando un ejercicio que me recuerda, ‘mutatis mutandis’, al que suele hacer el cinesta Lars von Trier. Pero ahora eso está en segundo plano. Configuración de la última orilla tiende más a la reconciliación que al desprecio: hay más amor, del que sana y del que hiere: “Te vuelvo a ver en la luz, / en las caricias del sol / me has dado la vida entera / y sus maravillas”.

Configuración de la última orilla (Anagrama, 2016) de Michel Houellebecq | 104 páginas | 12,90 € | Traducción de Altair Diez

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