José Manuel Mora Fandos
La Isla de Siltolá, 2011. Colección «Levante»
ISBN: 978-84-15039-88-4
160 páginas
12 €
Prólogo de Enrique García-Máiquez
Rafael Suárez Plácido
Durante un tiempo apenas entraba en ella, sólo me apostaba a mirar las novedades frente al cristal. No siempre he podido tener los libros que deseo. Tampoco es posible ahora. Siempre hay un motivo que supone un problema: a veces simplemente el azar.
Saber. Intuir. A veces, el azar. Hay libros que llegan a mi vida por azar, como este.
Es un libro pequeño. Hay un expositor de libros de pensamiento de pequeño formato, como El elogio de la sombra o El ángel caído, o Crónica de un tiempo perdido, todos ellos con sus pequeñas dimensiones nos dicen más que muchos que ocupan cientos de páginas.
Siempre he disfrutado la belleza del libro como objeto. No es algo que haya aumentado después de aquella experiencia. Ya estaba de antes. Las tintas, las tipografías, las diferentes calidades del papel siempre han llamado mi atención. Tendría que haber sido editor. Y este librito, del que sólo veía el lomo, me habría llamado la atención del mismo modo si lo hubiera visto hace cinco años o hace diez. Sabía a qué editorial pertenecía ese símbolo: una palmera en una playa, con otras dos palmeras detrás, y unas líneas que bien podrían ser los maderos de una barca a sus pies. Es el símbolo de La isla de Siltolá.
Hay algo de mágico en el hecho de tomar un libro que casi nadie antes ha tocado en tus manos y palparlo, abrirlo, acariciarlo. Algo fetichista hay que ser para sentir que esos pasos nos van derrotando y van venciendo nuestras reticencias a hacernos con él, aunque unos minutos antes apenas supiéramos nada de él. Mirar cada uno de sus símbolos, sentir sus rugosidades y texturas, disfrutarlo. Yo casi siempre necesito leer solo, como casi todo. Soy un ser solitario y algo hay de vocacional en ello. Nunca me he sentido demasiado a gusto en las bibliotecas y la lectura, casi a hurtadillas, en una librería siempre la he sentido como un acto clandestino y excitante. Y aún no he escrito nada de Literatura, sólo de objetos hermosos. El grosor del papel casi verjurado, las tipografías, los distintos tipos de letra y los números. Hace unos meses conocí personalmente a Abel Feu, el tipógrafo de Siltolá. Ya conocía su poesía y, antes que ello, conocí su trabajo como impresor y editor en Renacimiento, cuando Renacimiento era lo que está siendo ahora Siltolá, o en Los papeles del sitio, su proyecto más personal.
La portadilla del libro es de color ocre, color piel clara, casi translúcida, con símbolos impresos en rojo y negro. La portada interior es acartonada, blanca, con las tintas de la portadilla, aunque eso aún no lo había visto. Sí, en cambio, eché un vistazo al interior a la vez que, muy discretamente, me acerqué el libro a la cara. Me gusta sentir el olor de los libros recién impresos y este lo era. Lo supe por su olor.
Abrir el libro, quizás para disimular ese gesto que ya hice de llevármelo a la cara y olerlo y empezar a leer. Es sólo tinta negra, dirán algunos. La portada parecía presagiar el rojo para algunos títulos o cifras. T. S. Eliot, en su gran poema Cuatro cuartetos, alude a la tendencia universal a escuchar “hacia otra parte” cuando no interesa lo que se oye: “El género humano / no soporta demasiada realidad”. Últimamente leo a Eliot por todas partes. No es mala costumbre. Alguien me ha preguntado recientemente si me siento más de los Cuatro cuartetos o de La tierra devastada. Él se sentía más de este último poema; yo también: mi poema favorito de Eliot es La tierra devastada. Mora Fandos constantemente cita Cuatro cuartetos. Octavio Paz y Juan Malpartida conversaban constantemente sobre el papel de Eliot en la Historia de la poesía moderna y parece ser que se decantaban por La tierra devastada; Luis Cernuda, quizás el gran introductor de Eliot en España, siempre citaba Cuatro cuartetos; Gil de Biedma, La tierra devastada y así podríamos continuar. No hay poeta que no se decante por uno de los dos colosales poemas. Mi amigo, uno de los mejores poetas españoles que tengan en torno a cuarenta y pocos años, se decidía, ya lo he dicho, por La tierra devastada.
Son muchos azares, muchos recuerdos. Decido quedarme el libro. Viene con un prólogo de Enrique García-Máiquez. Es el segundo libro con un prólogo del poeta gaditano que reseño. Es curioso, porque aunque lo valoro, no es alguien con quien yo coincida en demasiadas cosas. Por otra parte es el único autor con el que he repetido reseña. El libro anterior que reseñé fue Todo es para siempre, del poeta Pedro Sevilla, con quien sí soy más afín ideológicamente.
¿Qué es la literatura de izquierdas?
Es más fácil que coincida literariamente con autores conservadores, que con otros que se dicen de izquierdas.
Creo que aún no lo he dicho: el libro se llama Tan bella, tan cerca y tiene seis ensayos, muy heterogéneos y poco ortodoxos, sobre asuntos relacionados con la estética. Lo que se ha dado en llamar Prosa Poética o Miscelánea. ¡Esta manía de encasillar los textos! Parten de cualquier excusa, a veces un viaje o algo que se ha leído o una lámina que reproduce una pintura, para comenzar una serie de reflexiones y asociaciones que no sabemos a dónde nos van a llevar. Nos dejamos llevar con gusto.
Es un libro de viajes que hacemos desde el sillón de nuestra casa.
El primer ensayo, «Una bella inquietud cotidiana», es un canto a la belleza que reside en lo cotidiano: la belleza que queremos creer que está, que es aunque no la conozcamos. Nos lleva a Roma y de ahí retrocedemos en el tiempo, es inevitable, a la época del imperio, para volver a retroceder a la ficción de la Ilíada. Mora Fandos prefiere esperar en los soportales de las casas a los héroes, mientras estos luchan por el ideal de belleza personificado en Helena, y disfrutar viendo cómo los esclavos aran la tierra o los enfermos beben su caldo de pollo. No olvidemos que las asociaciones son tramposas y subjetivas y nos transportan a donde quiera el autor.
Si en el primer ensayo partimos de una estancia en Roma, una simple ocurrencia va a provocar que en el segundo ensayo, en mi opinión el central, reflexionemos sobre la importancia del silencio y de la escucha activa. En el texto hay dos niveles tipográficos, uno el de la reflexión de Mora Fandos y otro, el de algunas citas en que se apoya para trasladarse de una idea a otra. Estas citas pertenecen a textos que, en muchas ocasiones, hemos leído y han pasado desapercibidos quizá porque no hemos estado demasiado atentos a la lectura.
“Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. (…) Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterios mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante, a su manera, para el mundo.”
Mora Fandos nos sienta a una mesa con Eliot y con la baronesa Blixen, y con Orwell y con los mismísimos Homero y Aristóteles, y con Michael Ende, y nos pone a escucharlos, con fondo melódico de Miles Davis. Nos crea la sensación de que participamos en los debates, cuando lo que realmente hacemos es dejarnos llevar.
Hace unos meses leí 1Q84, de Haruki Murakami. El libro está publicado en dos partes: primero salieron la una y la dos, en un solo volumen, y, unos meses después, salió la tercera. Yo decididamente hubiera obviado la tercera, aunque sea una novela con apariencia de ‘thriller’ policíaco. Pero en esta tercera, Murakami recurre a un detective que va tratando de solucionar el caso por medio de lo que he llamado “asociaciones tramposas”, esto es: reflexiones que le conducen de manera muy aleatoria a donde quiere llegar.
Lo que no me parece lícito en un ‘thriller’ policíaco, sí puede serlo en un libro de ensayos. Los ensayos son subjetivos y se supone que no pretenden llegar a ningún punto, a ninguna verdad, sino que simplemente llegan y ya está. Sería curioso saber si Mora Fandos sabía a donde le iba a llevar cada una de estas pequeñas y arriesgadas aventuras que son estos ensayos, o si por el contrario se aventuraba sin saber qué Ítaca le esperaba al final de la travesía.
Los dos últimos ensayos sí estaban, en cambio, predestinados de antemano. La persona madura que es capaz de atender a los demás con más cuidado, en el cuadro de Homer, y el sentido final de la obra de arte, del texto narrativo que llega siempre a buen puerto. Ahí no hay ni podría haber margen de error.
Tan bella, tan cerca es un libro de recuerdos, que nos va a proponer un viaje a través de la belleza que está en lo que tenemos cerca, en nuestra casa, en nuestro entorno, en nuestras vidas. Sólo tenemos que hacer un pequeño esfuerzo por escuchar y leer atentamente y nos daremos cuenta de esa bondad que antes no veíamos, o sí. Cada uno sabrá cuál es su caso.
No sé bien si en Alicante podré conseguir este libro que el crítico pone tan bien. No entiendo la alusión a los poetas conservadores ni al thriller, pero le aplaudo su interés y extensión en la reseña. Con una editorial que tiene palmeras en su anagrama, supongo que en el Levante se la encontrará fácilmente. Gracias, señor Suárez.
Además, como he tenido que releerla, me he dado cuenta de que mis conocimientos de poesía son nulos. Para mí Eliot es el amigo de ET y nada de «Tierra devastada» ni de «Cuatro cuartetos». Si me ponen a elegir, yo soy más de chocolate con churros ahora por la tarde.