JESÚS COTTA | Enhorabuena a los que hacen posible el Premio de Poesía Blas de Otero por premiar en su decimoquinta convocatoria un buen libro de poesía con el que se estrena un buen poeta, Javier Gilabert; y lo hace por la puerta grande: poesía que intenta decir lo inefable del modo más transparente posible.
Se trata, en efecto, de un libro con imágenes lo más transparentes posibles, hechas muchas veces con los elementos más inmateriales del cosmos, como el humo, sombra, tiempo… imágenes visualmente discretas pero que abren muchas puertas a la interpretación y no se cierran en sí mismas, como el universo mismo.
Otra virtud del libro es su hondura reflexiva a la vez que su exquisitez poética. Filosofía y poesía no siempre van de la mano, pero a veces se encuentran en el mismo carril cuando, como ocurre en este poemario, tratan las dos de la existencia individual desde la que nos es dado gozar del mundo sin pertenecerle del todo, que en eso consiste el misterio de la vida humana.
Si “la vida que transcurre / se apoya en su bastón”, como nos dice el poeta, este libro se apoya en el asombro que perdimos al perder la niñez; ese asombro lo guarda intacto, como un niño grande, el poeta, que es aquel que no ha perdido su edénica capacidad para contemplar la maravilla contundencia que es la presencia de cada cosa y el inefable misterio que es cada experiencia. Aquí el poeta “convierte en sacramento el acto de mirar”. El poeta ha sabido captar muy bien cómo esta vida nuestra apresurada y atolondrada y utilitarista nos pone en los ojos un velo que afea las cosas, las convierte en objetos que se usan y se tiran, o sólo en experiencias que nos hacen más ricos y sabios, y así nos dificulta contemplar las cosas y tener las experiencias como valiosas en sí mismas, y no por el bien o el beneficio que nos vayan a reportar.
Es un poemario para ser leído despacio, como éste, aéreo e íntimo, que aquí traigo, una especie de revelación diáfana de lo que es en realidad nuestra existencia en el cosmos, de aquello que luego las urgencias y ofuscaciones y ligerezas nos hacen olvidar.
Apenas se abre el día lo recibo
al lado de los pájaros
e intento ser del sol su recipiente
sumido en un silencio casi puro.
Las aves no lo rompen, lo completan.
Quiero destacar en concreto un poema que es una especie de círculo cuadrado, porque es tanto poesía como aforismo, y ello porque es a la vez tanto una poética como una máxima de vida: es una poética porque define la poesía como la expresión humana más irrenunciable, la que nada ni nadie nos puede arrebatar, casi tanto como la conexión religiosa con lo sagrado, y máxima vital porque está declarando el anhelo de belleza como un poder superior a todas las contingencias y oscuridades que nos amenazan en la vida.
Si alguna vez el miedo
pudiera con nosotros,
no habría más poemas.
No existe, no imagino,
un miedo tan inmenso.
Abundan los poemas donde las cosas no son indiferentes al alma, sino que están ahí intentando, a su modo, transmitirle un mensaje; el reto del poeta es adaptarse a ese modo y traducirlo. Esos poemas son, a mi entender, más reales y más grandes que los que sólo reflejan los sentimientos del poeta, porque en ellos un hombre no es una isla en un mundo indiferente a él, sino uno de los autores e intérpretes de la gran sinfonía cósmica.
Bienvenido, pues, sea todavía el asombro que nos lo recuerda con buenos versos.
Todavía el asombro (Ediciones El Gallo de Oro, 2023) |Javier Gilabert |XV Premio de Poesía Blas de Otero-Ángela Figuera |108 páginas |15 euros