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Encierros y abismos

JORGE ANDREU | Pilar Adón es poeta. Creo que sería la primera palabra para identificarla como autora. Poeta. Hasta en la prosa narrativa. Lo demostró hace poco en su novela y ahora su tono de baqueta en sordina vuelve a resonar en los cuentos de Las iras. Retomando temas y motivos anteriores, la autora se sumerge en un universo claustrofóbico donde suceden cosas que a menudo es mejor callar.

Los personajes de estos cuentos son, en su mayor parte, mujeres que vienen de hacer algo, por lo general algo que les acarrea graves consecuencias, que las llevan al encierro o al autoconfinamiento. Aunque a veces ese encierro se debe a causa ajena: en «Primera sangre» la narradora está encerrada con su madre y cuenta los pormenores de su enfermedad, que es lo mismo que decir de su dependencia emocional de un hombre. En «La sublimación de los afectos» es un encierro por trabajo para cuidar de una niña a la que debe rehabilitar después de que haya cometido un crimen. En «Elle est belle, le monstre» es un encierro al aire libre como forma de hallar refugio al final de la tormenta. Todas ellas, asomadas al abismo, dejan ver un halo de misterio que se aprecia en sus propias palabras, donde el camino de su discurso se entretiene en socavones y desvíos.

Mención aparte se merece, creo, el cuento «Rosa blanca, fondo azul», que junto a otros de la colección, tanto en el tono como en las referencias, evoca el ambiente de la novela anterior de la autora. Una mujer tantea un terreno, lo estudia, lo analiza, en busca de la forma de levantar una parcela que la proteja del exterior: «Construirá una casa y se hará vil por ella porque no hay ser que no envilezca cuando tiene una casa que no tuvo antes» (pág. 110). A esa casa la llamará Betania, el escenario donde transcurre De bestias y aves, a la que por otra parte llegaba una protagonista perseguida por la culpa. Confluyen así los hilos de la narrativa de Pilar Adón en escenarios comunes con protagonistas similares, cuyos actos previos las han llevado a una situación desesperada en busca de la calma y la belleza.

Cabe destacar algunos de los relatos que por su extensión podrían ser secuencias cortas de una trama mayor. «La casa de la eternidad», «En el páramo», «Desobediencia», «Masacre» y «En el nombre de la hija», cinco piezas relámpago en las que cabe todo. Un botón de muestra: la construcción de un templo en la primera de estas estampas parece que preceda a toda la acción global que subyace en el libro, por ser un elemento simbólico en el que todos van a encerrarse de una forma u otra, con «puertas que no darían a ninguna parte, pero necesarias para la ilusión verdadera» (pág. 53). Dentro de ese abismo pueden suceder todas las historias, incluso las que sólo quedan sugeridas, que son muchas en las veinte piezas de este libro.

La voz de Adón es una voz enigmática, que de pura hipnosis somete al lector a un trance similar al de la lectura de poesía, donde las imágenes de la naturaleza se entrecruzan con las del sueño. Se crea así una nebulosa que lleva a lo que me parece la mayor virtud de estos cuentos: el hecho de que la mayor parte de la trama se intuye, no se cuenta, y por tanto cobra más importancia el valor de la palabra por encima de todo. Porque a través de la palabra, y del silencio también, las protagonistas de estas vidas terroríficas se hacen eco –o hacen el vacío– de lo que realmente sucedió y que cargan a sus espaldas como una losa.

Quizá sea cierto que hemos perdido algo en «ese paraíso en el que habitaban todas las bestias del campo y todas las aves del cielo» (pág. 30). Este libro saca algunos de esos granos de arena escondidos que por invisibles hacen más fuertes a las protagonistas de estos cuentos.

Las iras (Galaxia Gutenberg, 2025) | Pilar Adón | 160 páginas | 17 euros

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