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Éntasis literaria

casa de las hojas

La casa de hojas

Mark Z. Danielewski

Pálido Fuego/Alpha Decay, 2013

ISBN: 978-84-928374-6-5

736 páginas

29,90 € (edición a todo color)

Traducción de Javier Calvo Perales

Maquetación de Robert Juan-Cantavella

 

 

“True conception, knowing why
Brings even more than meets the eye
Slip inside this house as you pass by.

(…)

The space you make has your own laws
No longer human gods are cause
The center of this house will never die.”

Slip Inside This House” (Roky Erickson/Tommy Hall)

Fran G. Matute

Decía Groucho Marx que “fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre. Y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer.” No tuvo, el viejo Groucho, la oportunidad de ver publicado La casa de hojas (2000) de Mark Z. Danielewski, un libro tan oscuro como el estómago de un cánido. Porque sumergirse en sus tripas es como lanzarse a un abismo del que no sabes cuándo vas a salir. O, incluso, si podrás llegar a salir algún día. Se trata de una experiencia sensorial que trasciende el mero acto de la lectura. Un viaje al interior de una casa de dimensiones incómodas para la razón y, por tanto, es un viaje a las profundidades de la mente humana. Dentro de La casa de hojas ya no es que no se pueda leer sino que es prácticamente imposible respirar. Así que, cojan aire, por favor, que vamos a bajar unas cuantas escaleras…

Lo primero que llama la atención al incauto, mucho más allá de la historia que se narra en La casa de hojas, es el envoltorio. Es inevitable, por otro lado. Forma parte del atractivo del libro, como objeto, pero también como artefacto narrativo. El uso de distintas tipografías, infinitas notas a pie de página, esa extraña maquetación que se emplea en determinados pasajes de la novela, palabras en color, palabras tachadas, fragmentos incompletos, fragmentos que han de leerse con un espejo o girando el libro, fotografías, dibujos, diagramas, fórmulas… Hojear el libro es ya en sí un espectáculo. ¿Y todo esto para qué? Se preguntarán, con todo el derecho del mundo. ¿Por qué tanta floritura? ¿Es un mero atrezo? ¿O es la esencia del libro? Creo que resulta pertinente zanjar este debate antes de introducirnos en su contenido: todo en La casa de hojas tiene un por qué. Si no estaríamos hablando de un libro que es, directamente, una gilipollez. Pero el azar no rige el contenido de la novela. Aunque sí la digresión. Otra cosa es que el lector se quiera tomar la molestia de unir todos los puntos. De atar todos los cabos que Danielewski va dejando agazapados a lo largo del camino. El que quiera entrar en ese juego metaliterario tan aparentemente complejo (no ya de entender, sino de descubrir y montar), bienvenido sea. Pero pienso que no es necesario dejarse los ojos para leer y disfrutar en plenitud La casa de hojas. No es un libro embrollado. No es un libro difícil. No es una “modernez”. No le tengan miedo al libro, al formato, a las “extrañezas”. Eso sí. Prepárense para su historia. Ténganle, si no miedo, cierto respeto. Porque su lectura es adictiva y desasosegante.

La casa de hojas narra la historia de un matrimonio, Will Navidson y Karen Green, con ciertos problemas conyugales, que decide mudarse a Virginia para encontrar de nuevo el equilibrio. Pero será la nueva casa la que pronto se coloque en el centro de sus vidas, introduciendo un elemento adicional de tensión entre la pareja. Navidson descubrirá, casi por casualidad, que las dimensiones de su nuevo hogar son mayores en su interior que en su exterior. Hay más fondo que forma. Más contenido que continente. Este “desequilibrio” lógico será el detonante de una obsesión. Navidson comenzará a medir su nueva casa desde todos los ángulos posibles, utilizando todos los medios imaginables, y en ese proceso de prospección hallará puertas, habitaciones y pasillos que no figuraban en los planos originales. Que, simple y llanamente, no estaban allí cuando compraron la casa. Es fácil comprender, partiendo de esta premisa tan fantasiosa con alma de ‘best-seller’, que el descubrimiento de Navidson lo lleva a un estado de excitación tal que, un buen día, decide introducirse por esos pasillos ignotos, primero solo y luego montando toda una expedición.

El fruto de las investigaciones que Navidson y su equipo espeleólogo hacen de los confines de la casa da forma a la primera capa de esta cebolla literaria que es La casa de hojas. De aquellas expediciones surgen numerosos vídeos caseros, con las grabaciones realizadas en los sinuosos pasillos que recorren la casa y que, una vez salen a la luz, conmocionan a todo el mundo. Una de las personas más impactadas por los misterios de la casa y las imágenes registradas en su interior es Zampanò (aparentemente nada que ver con el personaje de La strada de Fellini), un solitario escriba que queda fascinado por dicho material y a él termina dedicando su vida, realizando un pormenorizado estudio denominado “El expediente Navidson”, que conforma la segunda capa de lectura que ofrece la novela. Danielewski decide entonces que sea un tercer personaje, el inestable Johnny Truant, el depositario de “El expediente Navidson”. Gracias a él verá también la luz la obra de Zampanò. Pero la versión que se publique de «El expediente Navidson» será la comentada por Truant, el cual utilizará el exhaustivo documento a modo de diario íntimo, en el que verterá todo sus miedos e inseguridades, sus pesadillas y sus desahogos. Es esta versión glosada de “El expediente Navidson” el documento definitivo que llega a nosotros, los lectores. Es la narración de Truant la base de La casa de hojas, la novela. Pero no es, realmente, la última capa de la cebolla.

De alguna forma, tiene uno la percepción de que los supuestos editores de Truant son también personajes dentro de la historia, al dejarse ver en el texto a través de esa “grotesca maquetación” (como así se autodenomina en la novela) que todo lo impregna y de las matizaciones que incorporan en las notas a pie de página. ¿Y es esta la última capa de ficción? ¿Seguro? ¿Qué pasa con los editores de carne y hueso, los de Danielewski? ¿No son acaso ellos también actores de la trama? ¿Y los editores de esta versión en castellano? ¿También serían “personajes” de La casa de hojas? ¿No es la maquetación real de esta novela una forma de intervenir en la experiencia lectora? Claro que sí. No nos extraña que en esta novela haya que darle su protagonismo al maquetador, Robert Juan-Cantavella, pieza fundamental del proyecto, con la misma entidad que el traductor o el corrector. Sí, La casa de hojas es puro postmodernismo. Hasta ahí no hay nada especialmente novedoso. Pero sí que su modelo de metaliteratura es realmente singular. Por ejemplo, para materializar tanta capa de lectura y que la cebolla no haga llorar al lector, no confundirlo en demasía, se aplica una tipografía diferente a cada voz (por qué se usa tal o cual tipo de letra también tiene su significado, pero estas cosas mejor se las dejamos a los friquis). Así que aquí lo que tenemos es, verdaderamente, un ejercicio de postmodernismo editorial llevado hasta sus últimas consecuencias.

Como hemos mencionado anteriormente, la espina dorsal de la novela es “El expediente Navidson” confeccionado por el ascético Zampanò, que no deja de ser un claro ejemplo de análisis absolutamente psicótico en el que el prurito académico -que se manifiesta en las incontables notas a pie de página que salpican esta obra- es llevado hasta el paroxismo. Es difícil no ver aquí una burla al academicismo (los nombres de las supuestas obras consultadas son, en ocasiones, hilarantes), ese que fomenta investigaciones científicas inoperantes, centradas en buscar significados filosóficos en los más recónditos actos o manifestaciones culturales. Una búsqueda que, en la mayoría de las ocasiones, da resultados peregrinos. Esta mofa a la bibliografía se refuerza cuando conocemos que Zampanò era ciego -este es un velado homenaje a Borges, cuya literatura es gran inspiradora de esta novela-, y, aunque no se sabe cuándo perdió la vista, se abre la posibilidad de que lo fuera desde siempre y, por tanto, que nunca viera los vídeos que grabó Navidson y su equipo dentro de la casa.

En todo caso, y con independencia de que la fiabilidad (hablo en términos de coherencia interna de la historia, claro está) de lo narrado en “El expediente Navidson” deba ser puesta en entredicho constantemente, lo que tal documento viene a mostrar es la fascinación que puede provocar en una persona cierto material. En este aspecto, La casa de hojas parece querer darle una vuelta de tuerca a la idea principal que planteaba la obra magna de David Foster Wallace, La broma infinita (1996), en la que una película se convertía en arma mortífera, pues anulaba a todo aquel que la visionaba. La fuerza de la imagen, de poder observar lo que no se comprende, lo que se creía que no existía, es tan poderosa, que hace que los cimientos de la “realidad” se tambaleen. Uno se enfrenta al vacío y, acto seguido, las puertas de la locura se abren de par en par. Y cualquier cosa puede, entonces, entrar dentro de nosotros. De esto va, en mi opinión, La casa de hojas.

Quizás la parte más espectacular de esta novela sea, precisamente, la que documenta las expediciones al interior de la casa. Danielewski ofrece en estos pasajes, escritos con puro nervio de ‘thriller’ de terror, brillantísimas reflexiones sobre lo que supone enfrentarse a la nada, a la inmensidad, al silencio, a la falta de eco, al hueco. Son estos pasajes, además, los que más beneficiados se ven por la extraña maquetación, pues la tensión mental que supone estar atrapado en ese laberinto sin fin se vuelve física durante la lectura [SPOILER (por ejemplo, el juego de alturas que ofrece la inabarcable escalera que los exploradores encuentran en el interior de la casa se ve gratamente potenciado por el diseño de las páginas en las que se narra esa experiencia). FIN DE SPOILER] Por otro lado, las citadas reflexiones gozan de mayor entidad cuando se es consciente de que quien las escribe es un hombre que no puede ver y cuyo sentido del espacio debe ser bastante peculiar. Leyendo estos pasajes me ha venido a la mente, en más de una ocasión, la ‘nouvelle’ de Jonathan Lethem Cuando Alice se subió a la mesa (1997) en la que una científica se enamoraba de un agujero negro que había creado en su laboratorio. Claro que no existe en la novela de Danielewski el mismo sentido del humor irónico que Lethem utilizaba en su obra pero, de alguna forma, sí que puede uno vislumbrar ciertas inquietudes generacionales entre los dos escritores. Porque, al fin y al cabo, ¿no está Navidson enamorado de ese vacío que domina el interior de su casa? ¿No está Karen celosa de esa nada?

«Puede que Eco viva en las metáforas, en los juegos de palabras y los sufijos (…), pero su alcance se extiende mucho más allá de sus muros literales.»

«Ya no finge tener (…) autoridad sobre la oscuridad (…). Renuncia de forma inherente a toda pretensión de significado.»

«La oscuridad no se puede recordar. (…) Es una adicción. Nadie queda nunca satisfecho. La oscuridad nunca satisface.»

Podrá pensar la mayoría, al hilo de las citas anteriormente resaltadas, que La casa de hojas transita con cierto peligro entre el género de terror y la filosofía existencial. Un cóctel explosivo que puede llegar a rebosar por pretencioso o venirse abajo por pueril. Pero Danielewski se muestra como un escritor enormemente sólido para mantener los tonos y las atmósferas. Y además consigue que las “escenas” se perciban de forma muy visual, lo cual es coherente con el hecho de que la historia que se narra es, al fin y al cabo, la de alguien que analiza unas cintas de vídeo. Comparte así, La casa de hojas, una sensibilidad similar a la que se puede desprender de los últimos productos televisivos. No hay ningún problema en reconocer que series como Perdidos, American Horror Story o Black Mirror, comparten muchos elementos en común con esta obra de Danielewski. Del mismo modo que no resulta complicado imaginar una versión cinematográfica de La casa de hojas con un Richard Kelly o un Spike Jonze o un Darren Aronofsky tras la cámara y guionizada por alguien como Charlie Kaufman.

Ahondando en esa visualidad, resulta interesante que la propia novela sea más que consciente de su capacidad referencial al incorporar al texto, vía nota a pie de página (en concreto la 167 y la 168), numerosas referencias culturales, tanto audiovisuales (Poltergeist, El resplandor, la serie de Amityville…) como literarias (Conrad, Melville -sí, por extraño que parezca, hay mucho de Moby Dick en esta novela-, Sartre…), que podrían identificarse con los extraños sucesos que se narran en La casa de hojas, finiquitando así cualquier debate posible acerca de la falta de originalidad de la premisa de esta novela. Y más allá de esa autoconsciencia de producto cultural que bebe de todas partes, lo cierto es que este engendro de Danielewski parece haber sido parido a seis manos: las de Stephen King, Neil Gaiman y David Foster Wallace. Y maquetado, claro está, por Chris Ware.

Hecha referencia a los procesos obsesivos de Navidson y Zampanò, nos quedaría comentar el impacto que tiene «El expediente Navidson» en Johnny Truant, un personaje que no desentonaría mucho en una novela de Bret Easton Ellis. En sus anotaciones se puede detectar a un animal herido, física y mentalmente, en busca de algo tan simple como el amor. Pero como todo animal atormentado, Truant muerde y huye y su psique parece mimetizarse, a medida que se sumerge en «El expediente Navidson», con las obsesiones de sus predecesores. [SPOILER Podría argumentarse que «el monstruo» que acecha en las inmensidades de la casa de Navidson se apodera del quebradizo Truant. Pero a mi juicio esta sería una lectura demasiado plana. Porque ¿no es posible entender que todo lo que sucede en La casa de hojas es fruto de la imaginación de Truant? No suena muy descabellado pensar que Truant, desfigurado por un accidente de la infancia y que presenta unas carencias afectivas familiares desorbitadas, sea un ser tendente a la introspección, a imaginarse una vida de sexo, drogas y ‘rock and roll’, y que esté de alguna forma proyectando sus vacíos en esa mitología de casas encantadas y ciegos eruditos y muñequitas de Playboy. FIN DE SPOILER]

Ahondando en las ensoñaciones de Truant, en ese proceso de autodestrucción mental que se plasma en sus comentarios a «El expediente Navidson», resulta muy revelador el contenido de las cartas del Instituto Three Attic Whalestoe que se incluyen en el apéndice de La casa de hojas. Si bien podría argumentarse que la «novela» termina en la página 528, la realidad es que el «artefacto» llega hasta la 709, gracias a la incorporación del citado apéndice cuya principal aportación son, precisamente, las cartas enviadas a Truant por su madre desde el sanatorio Three Attic Whalestoe, que son ciertamente inquietantes. [SPOILER En ellas percibimos el mismo proceso de deterioro mental tanto en Truant como en su madre, que se encuentra internada en el Instituto. Igualmente, observamos que las cartas de la madre de Truant presentan similitudes con la extraña maquetación que hemos observado anteriormente en «El expediente Navidson». Por no hablar de esa especie de relación edípica que se deja entrever en la correspondencia entre madre e hijo y que se sustenta en la existencia de un vacío afectivo. ¿No puede ser que Truant haya proyectado esa carencia en la casa de Navidson? ¿Es esa obsesión por la casa, por el vacío que alberga, una metáfora de la ausencia del amor materno? FIN DE SPOILER] Sin duda, según se interpreten estas cartas, La casa de hojas se mueve en unas dimensiones u otras.

Los griegos, en su incansable búsqueda de la perfección artística, construían sus descomunales templos pensando no sólo en la precisión matemática de su estructura sino en la correcta armonía que debía percibirse por el que los admiraba. Por ello, los arquitectos clásicos utilizaban columnas no simétricas, ligeramente deformadas, con el objetivo de que, una vez en planta, la visión del conjunto arquitectónico fuera lo más «perfecta» posible, corrigiéndose así los “defectos” que la vista humana provocaba al observarse el monumento desde determinadas distancias. Esta “corrección” física de la percepción visual se conoce como éntasis. Y lo que Danielewski construye en La casa de hojas bien podría estar impregnado por este concepto arquitectónico. Si la casa de Will y Karen es más grande por dentro que por fuera, lo mismo ocurre con La casa de hojas, pues estamos ante una novela cuyo exterior promete un viaje físico diferente y en su interior lo que encontramos es una inmensidad, oscura y absorbente. La casa de hojas es, en definitiva, pura éntasis literaria.

admin

11 comentarios

  1. Gran reseña, Sr Matute. Le va a costar treinta euros a mi maltrecho bolsillo…

    • Porque un mes su gato y su perro coman un poquito menos, no pasa nada… 😉

  2. ¿El reseñador es también personaje pues, al igual que los editores? Estas letras más que éntasis son éxtasis, aunque la verdad es que no sé si mi maltrecho bolsillo podrá comprar le artefacto, quizá el señor Ros pueda dejármelo cuando lo acabe pues del sr. garcía me pilla, como dijimos, más lejano.
    Gran Saludo.

  3. Brillante reseña. Sí, dan ganas de hacer más daño a la maltrecha economía doméstica. Pero todo lo que cuentas no me chirría, más bien al contrario, con la referencia a Moby Dick. Intuyo la misma desmesura, la misma demencia, el mismo desequilibro y descontrol que en la novela de Melville. Cuando la lea te diré. Si lo hago: la vida es corta y las deudas lectoras pendientes, muchas.

  4. Extensa reseña Sr. G., espero que haya encontrado el punto exacto del libro -no se espera menos de usted- porque caso contrario habré tirado 30 pavos.

  5. Magnífica reseña man! Ya al leerla te sumerges en la novela, en el autor, en la propia maquetación, y aún sin haber visto las «dimensiones» de cada página. Gran trabajo.

  6. A mi me gusto pero aunque ciertas partes ayudan.lo de Johnny Truant se lo podia haber ahorrado.un enorme pisapapeles que podriq haber tenido 200 paginas menos.chapo al sr cantavella por la maquetacion de la version de España por Alpha Decay

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