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Entender las barreras

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JOAQUÍN PÉREZ BLANES | Vivimos acotados por barreras. Barreras físicas, culturales, psicológicas. Tenemos las barreras verticales y horizontales que dificultan la libre circulación de personas. Tenemos las barreras que alguna fobia incrustó en lo más recóndito de nuestros miedos. Y luego está el ser humano, que en su cualidad más inmerecida, es capaz de construir muros atroces o de crear estereotipos que sirvan de defensa cultural, como un alzacuellos o un burka, una ideología restrictiva o un dogma alimenticio. Sin entrar en detalles de lo desatinado que puede ser el ser humano—capaz de lo mejor y de lo peor—, basta con echar un vistazo a nuestro alrededor para toparnos, enseguida, con alguna barrera levantada por nosotros mismos.

De alguna manera, el cómic de Brian K. Vaughan (guionista), Marcos Martín (dibujante) y Muntsa Vicente (colorista) presenta esas clases de parapetos, las fronteras físicas, las idiomáticas, las limitaciones culturales y étnicas que los propios individuos construimos en nuestros márgenes para sentirnos libres de lo desconocido. La historia de Barrera comienza con un gran plano lejano de una solitaria frontera estadounidense, una noche estrellada, en medio del desierto. Todos estos elementos tienen algún protagonismo en esta historia: El desierto, la frontera en mitad de ningún sitio, la quietud de la noche, la soledad aumentada, el profundo silencio, el cielo abierto como un abanico moteado de estrellas. Sin destripar en exceso este fantástico cómic, digamos que, básicamente, narra el encuentro entre Liddy, una ruda vaquera de la fronteriza Pharr, Texas, y un espalda mojada llamado Óscar, oriundo de San Pedro Sula, Honduras. Ambos se encuentran de manera inesperada y desafortunada en las tierras de Liddy y a partir de ese encuentro, Vaughan despliega una historia con algunos flashbacks con los que contar el desdichado pasado de cada uno de los personajes y avanzar en una narración que se transforma, repentinamente, en una historia de ciencia ficción. Ese brusco giro, sin duda desconcierta al lector aunque, poco a poco, el lector irá entendiendo los motivos de ese vuelco fantasioso y hasta dónde pueden llegar las barreras que vamos creando cada día, como si esas barricadas que levantásemos nos hiciesen más fuertes y más seguros, como si fuesen capaces de librarnos de algún mal imaginario, de alguna pesadilla infantil. Hans Magnus Enzensberger lo contaba con una sencilla y lúcida historia en su libro La gran migración: “Dos pasajeros en un compartimento de tren. Nada sabemos de sus antecedentes, de su procedencia, ni de su destino. Se han instalado cómodamente, han acaparado mesitas, colgadores y portaequipajes, han esparcido periódicos, abrigos y bolsos en los asientos vacíos. De pronto se abre la puerta y aparecen dos nuevos pasajeros. Los dos primeros no les dan la bienvenida. Dan claras muestras de disgusto antes de dedicarse a recoger sus cosas, para compartir el espacio del portaequipajes y recluirse en sus asientos. Aún sin conocerse en absoluto, los dos pasajeros iniciales demuestran una sorprendente solidaridad mutua. Actúan como grupo establecido frente a los recién llegados, que están invadiendo su territorio. A cualquier nuevo pasajero lo consideran un intruso”. Eso mismo les sucederá a Liddy y Óscar cuando se enfrentan juntos a lo desconocido.

Todos llevamos un prejuicioso dentro, crecido y amamantado por nuestra propia cultura, no hay nada más sensato para el ser humano que viajar y convertirse, de vez en cuando, en la otredad, en el forastero, en el incomprendido. Hay una canción de Kevin Johansen que se titula “De repente” y es un canto sincero a la esperanza, a ese romper vallas, quebrar estereotipos y destruir empalizadas: “De repente una nube/se esfuma y se disipa./De repente el amargo/esboza una sonrisa. (…)/De repente el prejuicioso/no se anticipa tanto”. No nos anticipemos, ni nos precipitemos y dejemos hablar al otro. Ese es el acierto más cautivador de esta obra, dejar hablar a los demás. En este libro, cada persona habla en su idioma, Liddy habla con ese inglés texano, tan peculiar y cerrado, con el que parecen estar mascando tabaco al lanzar un “howdy”, mientras que Óscar tiene su acento y su dialecto hondureño. Los textos no están traducidos, Liddy habla en inglés, Óscar en español, y eso permite que el lector comprenda y se acerque, más si puede, al sentimiento de estar perdido, desubicado, desorientado, confuso frente a alguien distinto, despojado de prejuicios para entender las barreras, antes de traspasarlas.

Este cómic es una colección de cinco episodios publicados inicialmente en Panel Syndicate, una web creada por el dibujante catalán Marcos Martín que acerca los cómics directamente de los creadores a los lectores, sin intermediarios, en formato digital y con una magnífica calidad. Cada usuario decide el precio que desea pagar por cada volumen. Dado el éxito que ya obtuvo The Private Eye en 2015—mismos autores que Barrera— con un premio Eisner en 2015, Gigamesh decidió publicar en papel ambas obras, los 10 números de The Private Eye en 2018 y en diciembre de 2019 los 5 de Barrera que deja el cuerpo con una sensación extraña, flotando entre la satisfacción y la turbación.

 

Barrera (Gigamesh, 2019) | Brian K. Vaughan, Marcos Martín y Muntsa Vicente | 200 páginas | 26 €| Traducción de Marcos Martín

 

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