FRAN G. MATUTE | Ya en la entrega del Premio Goncourt se resaltó, entre otras cualidades, que este No llorar de la veterana Lydie Salvayre venía escrito en frañol, “una lengua mixta y transpirenaica llena de incorrecciones, barbarismos, neologismos y confusiones”. El crítico Bernard Pivot, presidente del jurado, se lamentó incluso de que en esta novela hubiera a veces “demasiado español”. Ha de asumirse, por tanto, que al traducirse la obra al castellano gran parte de este juego lingüístico se pierde o se transforma en otra cosa. Esto explica, por ejemplo, la aparición de numerosas palabras o expresiones marcadas en negrita, que uno termina concluyendo por el contexto (la edición no dice nada al respecto) que son las escritas en español en el original. En cualquier caso, lo del idioma no deja de ser una anécdota, pues afortunadamente lo más destacable de No llorar no es eso, ya que se trata, por encima de todo, de una estupenda novela.
En No llorar, Salvayre se atreve con el tema más delicado de nuestras letras: la Guerra Civil. Pero al contrario de lo que se pueda pensar, no hay aquí intrusismos de ningún tipo. Hija de españoles, Salvayre destila en este texto los recuerdos de su ya anciana madre durante los primeros meses de la contienda, ofreciendo un retrato vívido, equilibrado y equidistante de la España rural del 36, aún en el ojo del huracán. Una España en la que la palabra facha “pronunciada con la che española, se arroja como un escupitajo”. Una España en la que “un ten es preferible a dos tendrás”, y en la que los españoles “se pudren en su miseria y se creen sensatos, cuando están empantanados en viejas rutinas, aderezadas con algunos lugares comunes y cuatro o cinco refranes de una estupidez supina”. Así, las contradicciones del bando republicano, que revertirán en la atomización de la izquierda, se expondrán a través de los conflictos vividos en el pueblo leridano en el que se crió la madre de la autora, que en su incultura se acogerá al inmovilismo, que en su impresionabilidad se dejará arrastrar por el “lirismo torrencial” de lo revolucionario; por su parte, las atrocidades del bando nacional serán puestas en boca de otro francés, el monárquico y católico Georges Bernanos, el cual, tras su estancia en Palma de Mallorca, plasmó los horrores presenciados en la isla en Los grandes cementerios bajo la luna (1938), donde descarga toda su ira contra los fascistas y la Iglesia católica auspiciadora, quizás la gran odiada en esta novela. Engarzando ambas lecturas, todas desilusionadas, Salvayre consigue escribir con la distancia necesaria (y alguna que otra explicación excesiva) sobre algo tan difícil como son “las dos Españas”, sin dejarse salpicar por ideologías, sin caer en el sempiterno maniqueísmo. Y quizás, de nuevo, no deje esto también de ser una cuestión secundaria, porque más allá del temple con el que se exponen los hechos, lo cierto es que No llorar es una historia familiar, intimista y personal; y lo más importante, espléndidamente escrita.
Salvayre despliega en esta novela una prosa de lo más sonora, contundente y provocadora, en ocasiones visceral, que interpela con fuerza al lector. Una prosa que suena tan castiza en español (por su vocabulario, por determinadas construcciones) que, en su aparente brillantez, parece desafiar los límites de una traducción ajustada al original. El ritmo que impone Salvayre a la narración es arrollador, y únicamente decae en los escasos momentos en los que la narradora (la propia autora) se deja ver demasiado por las páginas de este No llorar, un más que recomendable ejercicio literario de reconstrucción histórica, familiar y memorística. [Publicado en El Cultural]
No llorar (Anagrama, 2015), de Lydie Salvayre | 224 páginas | 16,90 € | Traducción de Javier Albiñana | Premio Goncourt