REYES GARCÍA-DONCEL | De padres a hijos transmitimos rasgos corporales, color del pelo, de los ojos, a veces enfermedades… y también valores, cultura o educación. O por lo menos eso pretendemos. Los resultados de nuestros esfuerzos suelen aparecer en la adolescencia, y es evidente que no siempre se consiguen las expectativas. Y quizás se trate de eso, de las expectativas creadas, de la pretensión de corregir los errores cometidos en nuestra propia educación, de la desorientación ante un mundo cambiante en valores lo que hace la labor parental tan complicada y a menudo frustrante. En El hijo zurdo asistimos a los esfuerzos de una madre por rescatar a su hijo adolescente de un grupo neonazi al que se ha unido, un hijo que ha heredado de ella la zurdera, antiguo símbolo maldito perseguido con métodos intolerantes (el libro está dedicado a las niñas que se educaron en las escuelas franquistas), y que en la narración simboliza también la marca de un destino fatal, pues ella siente que con su zurdera le ha transmitido la incapacidad de encajar, de encontrar su lugar en el mundo.
Lola es una mujer madura, divorciada de un exitoso abogado, madre temprana de dos hijos, escritora e ilustradora de cuentos infantiles que firma con pseudónimo. Empezó escribiéndolos para sus hijos y así ha continuado a pesar de la incomprensión familiar y social, ambientes contra los que ella lucha, intentado existir como ser individual que se resiste a claudicar, a integrarse en el rebaño tal y como se espera de su condición. Los problemas están en la familia, tanto que en un momento se pregunta ¿qué es la familia?: «eso es la familia a veces: individualidades, ingredientes únicos que nos empeñamos en mezclar». Porque Lola es una mujer perdida, desenfocada si utilizamos términos cinematográficos —aludiendo a la serie televisiva que se ha realizado basada en la novela— pero inevitable madre de un hijo en el que se reconoce más de lo que a ella le gustaría: «cuando la miro, veo en la mano de Lorenzo mi propia mano de niña», y al que no sabe cómo manejar. Se debate en el difícil equilibrio entre control y libertad, entre el acercamiento afectivo: «ese hijo que últimamente se opone a cualquier demanda que ella exprese con ruegos, con blanduras», o la distancia supervisora. Y es que ella misma tampoco sabe dónde situarse, aunque los prejuicios sociales sí la han situado ya al otro lado, junto a su hijo: «… la herida abierta en el hombro del hijo por donde supura tanta culpa, todo ese infeccioso pus católico», siendo la única responsable, asumiendo su culpa, la de que Lorenzo saliera zurdo, y raro.
Mediante una prosa fluida, sencilla pero profunda y muy emotiva, alternando saltos temporales con tres voces narrativas, la autora nos muestra de forma eficaz la deriva de Lorenzo cada vez hacia situaciones más violentas; y la historia de Lola, desde su infancia (muy bien la descripción de la España franquista en la que detectamos planos autobiográficos), sufriendo el desapego de una madre áspera, los primeros y añorados amores, su juventud como madre inexperta: «Aun no te ha dado tiempo a digerir esa infancia, no la has analizado todavía, y el cuidado de tu hija te la devuelve con una claridad dolorosa», el posterior divorcio y su soledad actual. Rosario Izquierdo utiliza a menudo el juego de espejos, por ejemplo entre las dos madres, Lola y Maru —la del neonazi amigo de Lorenzo— enfrentadas por sus hijos y por dos clases sociales distintas. Así mismo en los capítulos donde ella es narradora la vemos desorientada pero intentando sacar a flote su vida y su hijo: «intuyendo oscuramente esas otras presencias que tiran de mi hijo hacia algún sitio perdido del que sólo sé que debo rescatarlo, pero no sé cómo, no sé cómo hacerlo», sin embargo la visión desde los ojos de Lorenzo —bien construida la personalidad del adolescente conflictivo y violento—, es la de una mujer dependiente de las pastillas, sin iniciativa ni solvencia: «… mantiene la parálisis para evitar el conflicto. Pues cómo ser entonces. Cómo debería ser la madre de este hijo»
De igual manera la vertiente sociológica de la autora parece emerger cuando analiza el fenómeno social de las bandas urbanas, en especial los neonazis, en las que los mensajes simples pero efectistas, adornados de una estética atractiva e incluso acompañados de un movimiento cultural, actúan sobre jóvenes frustrados «hombres jóvenes y blancos, de clase trabajadora» haciéndolos sentir superiores: «con la promesa de un nuevo orden, que no era en realidad más que un caos diferente».
El hijo zurdo analiza a la familia, y por tanto a cualquiera de nosotros, con una mirada reflexiva y con una voz cercana y firme pero no estridente. En algún momento del viaje emocional de Lola podemos encontrarnos, y junto a ella asumir que quizás nuestro lugar en el mundo se encuentre en «ese hueco templado de verdades sencillas, enunciadas con naturalidad». Como el olor de los guisos caseros que nos devuelven a la infancia.
El hijo zurdo (Editorial Comba, 2023)|Rosario Izquierdo |17 €| 216 Páginas