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Erguidos ridículamente frente al mundo

9788432229503NURIA MUÑOZ | Cuando era pequeña, la compra de polos en verano constituía una satisfacción elevada al cuadrado, porque no bastaba con chupetear los contornos derretidos del Frigodedo de turno por puro placer, sino que lo hacías llevada por la avidez de descubrir si tu palo tenía premio. Un premio directo, sin sorteos, aunque la mayoría de las veces fuera un “sigue buscando”.

Recuerdo acercarme al quiosco con la curiosidad de saber qué encontraría en mi palito del mismo modo en que me asomo a libros o autores de los que no tengo demasiadas referencias. Esto último es lo que me ha ocurrido con Paulina Flores, joven autora chilena que acaba de ver publicada su selección de relatos en Seix Barral. Qué vergüenza es el título del libro, pero también es el del relato que lo abre y que tanto la contraportada como la solapa destacan que fue galardonado con el Premio Roberto Bolaño en 2014. A mí, que recelo de los galardones algo menos que de las fajas laudatorias que últimamente se han convertido en un ‘must’, este tema me deja ya con la mosca detrás de la oreja. Mal pensada que es una…

Pero, sorpresa, no estoy en lo cierto. El libro de P.F. reúne 9 relatos que, pese a no ser uniformes en cuanto a calidad, muestran una madurez literaria difícil de encontrar, y más a ciertas edades. Flores despliega un lenguaje ágil, vivo, tan contemporáneo como las historias que cuenta. En ellas, se repiten motivos que amarran los cuentos unos a otros, conformando una estructura firme y personal, en la que narra el paso a la edad adulta desde distintas posiciones.

El volumen Qué vergüenza habla del paro, referido siempre a los progenitores masculinos, padres que se abandonan o son abandonados, apartados del sistema y, por tanto, presa fácil del desquiciamiento o la depresión. Paulina Flores sitúa el ángulo en los descendientes, que asisten al derrumbe del mundo familiar y se enfrentan sin pericia a la entrada en el territorio de la madurez. Los chicos y chicas de Flores se ven empujados al vacío de una existencia que estará irremediablemente marcada por los pasos que den recién expulsados del nido.

“Qué vergüenza”, “Talcahuano”, “Tía Nana”, “Laika” y “Últimas vacaciones” son relatos que hablan del paso de la niñez al mundo adulto, sobre la pérdida de la inocencia y la búsqueda de la clave del funcionamiento del mundo, de su descubrimiento fuera de las fronteras familiares. Y, dejando al margen el primero de ellos, que no es precisamente uno de mis favoritos, los otros cuatro me han regalado una excelente lectura.

En “Talcahuano”, un grupo de chavales planea un inocente robo mientras uno de ellos rememora cómo su madre y hermanas se han marchado de casa, y cómo su padre, ex milico y desempleado, se encamina hacia el desastre en lo que constituye una llamada de atención desesperada a su mujer. “Cuando uno vive experiencias fuertes se tiene la ilusión de comprender muchas cosas. Yo creí entender cómo funcionaba la vida”, afirma el protagonista ya adulto, que confirma que nunca se tiene información suficiente para mantenerse a salvo.  Del mismo modo, la narradora nos habla de la pérdida de la niñez en “Tía Nana”, donde el personaje se nombra con su propia ocupación, cuidar los hijos de otros a cambio de un lugar donde vivir:“Mi madre no le pagaba por cuidarme (… ) El hecho de que no tuviera otro lugar donde ir tras la muerte de su madre era tan evidente como que en diez años más tampoco nadie (…) la querría en sus casas”. La narradora niña de “Tía Nana”, que solo se siente segura bajo la cama cuando algún miedo la angustia, encuentra en este personaje, leal y discreto, una gran cama bajo la que ocultarse. “En esa época me erguía ridículamente frente al mundo, creyendo que podría vencerlo y salir ilesa”, recuerda con cierta amargura la narradora adulta, palabras que podrían estar sacadas de “Últimas vacaciones”, otra mirada al abandono de la niñez. En este relato, P.F. cuenta la historia de un niño desatendido por su madre al que su tía lleva de vacaciones para intentar arreglar su futuro. Durante su estancia, el chico entiende que los consejos de la hermana de su madre no son tan intrusivos como pensó en un primer momento, sino que contienen algo esperanzador. “Quizá era cierto que mis calles estaban llenas de peligros”, dice mientras contempla la posibilidad de que su mamá no sea la persona más apropiada para encargarse de él, mientras sucumbe levemente a la tentación de negarla para después redimirse aun a costa de su propio futuro.

EnLaika” se encuentra, a mi juicio, el mejor relato del volumen, la historia de una niña que quiere ser adulta porque sueña con ser la novia de un chico mayor. P.L. construye una narración en ocasiones brumosa, como un sueño en el que hay destellos de amor y deseo, de abuso y sexualidad, poniendo palabras al momento preciso en que se abandona la niñez, cuando la pequeña protagonista intenta emular los besos de los personajes de las teleseries y encuentra de repente en su boca la lengua de él: “Ella iba a comenzar con su meneo de cabeza cuando sintió que un cono suave, húmedo y frío penetraba en su boca. (…) La besa y al retirar su boca queda un hilillo de saliva, brillante como la seda de una telaraña”.

El resto de relatos de Qué vergüenza (“Teresa”, “Olvidar a Freddy” o “Espíritu americano”) no alcanzan la brillantez de los ya mencionados, aunque sí que demuestran el buen hacer literario de la autora. Sin embargo, el último,Afortunada de mí”, me pareció excesivamente extenso, con una historia confusa que avanza a trompicones a lo largo de sus casi 100 páginas. Tal vez no hubiera sido necesario sacar un volumen de cuentos tan extenso, tal vez habría que haber sido más meticuloso con la poda y preferir calidad a cantidad, aunque hubiera quedado un librito de aproximadamente la mitad de extensión.

Con todo, pese al exceso, el palito de Paulina Flores viene con premio seguro.  

Qué vergüenza (Seix Barral, 2016) de Paulina Flores | 295 páginas | 18,50 €

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