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Es fácil hescrivir

Cómo piensan los escritores

RAFAEL CASTAÑO | Estos días está de moda en Twitter uno de esos memes simpáticos por los que todos pasamos: consiste en añadir, tras el título del último libro que hayamos leído, las palabras «con una motosierra». Nos encanta jugar con las palabras. Nos encanta reírnos con los libros, librarlos de toda la costra que años de mala educación y malas lecturas le acaban incrustando.

Así que supongo, porque no lo he comprobado, que todas las reseñas que este libro ha suscitado incluyen la hilarante anécdota que Richard Cohen recoge en la página 11: Brendan Beehan, «quien se autodefinió como «un bebedor que tiene problemas con la escritura»», da una charla sobre el arte de los papeles arrugados. Pregunta entonces quién quiere ser escritor. Y ante un mar de brazos en alto, responde: «Entonces volved a casa y poneos a escribir de una puta vez».

Lo que más me gusta de los libros de divulgación escritos por ingleses es que nos toman por tontos. No estiran la lengua hasta romperla, no son un Derrida psicótico, no levantan párrafos pesados como elefantes prusianos. Son prácticos, flemáticos. Poco después de hablar de Beehan, Cohen añade que los profesores de escritura, de enseñar un camino al alumno, deben enseñar el camino de salida: «Lo que sí pueden hacer es evitar que esa persona [sin talento] vaya por donde obviamente no debe».

Faltan profesores de estos, desde luego.

Perdónenme que siga en mi reseña, casi página a página, el trazado que marca este libro: tengo una nueva cita, esta vez de la página 12 y de Hemingway, quien se quejaba en una carta a Gertrude Stein de que, por su culpa (por su culpa y gracias a ella) se había dado cuenta de dos cosas: de que antes era un mal escritor, y de que ahora también lo era, pero de otra manera. ¿Hay algún escritor que no considere, aunque sea un poquito, que puede ser mejor? ¿Más elocuente? ¿Más contenido? ¿Más rico?

Como no estoy logrando avanzar, porque me puede el entusiasmo, propongo al lector que ignore lo que ha leído hasta ahora. Suponiendo que esta fuera la palma abierta de una hoja de papel, apliquemos el consejo que Chéjov le dio a su hermano: «¡Abrevia, abrevia! Empieza por la segunda página!» (página 15).

Empecemos de nuevo, pues. Segunda página.

Blackie Books ha publicado, ya hace unos meses, Cómo piensan los escritores. Técnicas, manías y miedos de los grandes autores. Son muchos los libros que tratan a los autores como deidades, como antiguos profetas, como exploradores. Cada uno de sus pasos guarda un significado: el significado del libro. Es más: quizás los libros que hablan de este tipo de cosas -qué comieron, a quién amaron, a quién se comieron- son los que con menos respeto tratan al libro, que es a fin de cuentas el fruto de un esfuerzo, una vida resumida, un grito, un canto, un lomo quebrado. Nos cuentan que el libro, que lo quiere decir todo, no cuenta nada. Es más, más aún: de qué me sirve saber qué comió ayer el futbolista, qué marca de pasta de dientes usa el actor, a dónde va de vacaciones el domador de leones. Por qué el escritor sí, entonces.

Y sin embargo, aquí interesa. Aquí Richard Cohen consigue hacer que entendamos por qué nos sentimos atraídos por este misterio, por qué es tal la fascinación que despiertan esos pedazos de papel que se propagan como epidemias, esa suerte de bichitos que vibran en los dedos y saltan, que brotan y se desperdigan, como moscas o migajas o lágrimas, y que dejan en el escritor sorprendido un síndrome del nido vacío. Escribir (quien escribió lo supo) es no saber qué va a pasar. Es un exorcismo, una puerta por la que se escapan los fantasmas, un microscopio que muestra lo que a simple vista no se veía, incluyendo el ojo que mira por su lente.

Como estoy siendo pesado, seguiré siéndolo: escribir nace del dolor, de la primera consciencia del dolor. Transformar eso en alegría, en belleza, en algo inteligible y con ello analgésico, es otra cosa. Quizás la escritura, que se vende como un retrato de la vida, no es más que un retrato de cierta vida: la de los que no viven, o los que viven apenas desde una cierta actitud o intensidad contrahecha. Por eso hay libros que triunfan porque hablan de libros. El lector y el escritor, pese a todas las contraindicaciones, se mantienen aferrados a la burbuja del libro, no quieren saber nada del mundo del que escriben.

Por eso entra aquí el humor, porque Richard Cohen ha sido editor y sabe qué y por qué se escribe, y porque por él han pasado muchos libros deshechos y por hacer, libros imposibles y libros demasiado perfectos, opiniones de libros, libros de opiniones, egos, nervios, ridículos. Y el asco convive con el roce y el cariño. Baste como ejemplo el Bad Sex in Fiction Award, un premio que otorga la revista Literary Review a quienes agarran el sexo con manos torpes. De los archivos de la revista extrae Cohen algunos ilustrativos ejemplos: «El pene se describe como «una sorpresa elástica dentro del bote de mostaza» (David Huggins), otras veces como «un pepinillo rosado y gallardo» (Isabel Allende) o «el pistón de su cilindro» (Quim Monzó)». Y mi favorito: «En Para amar, honrar y traicionar: hasta que el divorcio nos separe, de Kathy Lette, «el miembro erecto» de un amante «era tan grande que lo confundí con uno de esos monumentos que se ponen en el centro de las ciudades. Casi me entraron ganas de ponerme a dirigir el tráfico a su alrededor»».

Tratando de ponerle algo de orden a este bosque de episodios y consejos, el volumen se compone de doce temas, cada uno centrado en un aspecto de la escritura. Son especialmente brillantes los dedicados al ritmo y la ironía. Todos son entretenidos y útiles, y no le pedimos otra cosa a un maestro. El libro es una delicia, me van a dar las gracias, ya verán.

Cómo piensan los escritores. Técnicas, manías y miedos de los grandes autores (Blackie Books, 2018) | Richard Cohen | 336 páginas | 19,90 € | Traducción de Laura Ibáñez

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