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Escribir como rezar

Fosse

ALEJANDRO LUQUE | Acabar el año leyendo la historia de un hombre y su compañera, embarazada y a punto de dar a luz, en su desesperada búsqueda de un lugar en el mundo, invita a cualquier lector a encontrar fáciles asociaciones y reminiscencias navideñas. Sin embargo, la peripecia que cuenta Trilogía no tiene lugar en la Palestina de dos mil años atrás, sino en la gélida Noruega y en un momento inconcreto, pongamos que hace un largo centenar de años.

Los protagonistas, Asle y Alida, han escapado del pueblo marinero de Dylgja hasta Bjørgvin. En su huida, Asle ha tenido que llevarse por delante alguna que otra vida, lo que multiplica los problemas para la pareja: además de verse en la necesidad de encontrar un refugio de la lluvia helada, muy pronto la justicia les pisará los talones.

A Bjørgvin, la actual Bergen, en el corazón de los fiordos, todavía le falta algún tiempo para ser la cuna del death metal nórdico y la capital de los cruceros, pero ya se paga el bacalao a buen precio y su población es lo suficientemente densa como para que los dos fugitivos traten de pasar desapercibidos, y el inminente parto se produzca en las mejores condiciones posibles. Sin embargo, Asle y Alida no escaparán al viejo dicho de que al perro flaco todo se le vuelven pulgas: cada techo que se les preste, cada bocado que se lleven a la boca, cada minuto de sosiego, deberán ganárselo como si pelearan por su propia vida.

Trilogía, título justificado por la estructura en tres partes, nos coloca así en la delgada línea que separa el instinto animal de la dignidad humana. En ese punto en que el pacto social naugfraga y los individuos se convierten en lobos los unos para los otros. Como contrapunto a esa tensión insoportable, el amor se revela como la única redención posible, el único espacio donde sentirse a salvo cuando la vida, además de ir en serio, empieza a ponerse muy fea.

Todo esto lo cuenta Jon Fosse dosificando con cuidado la dureza del relato, imponiendo a la narración un ritmo deliberadamente moroso, que sumerge al lector en una atmósfera húmeda y opresiva, dominada por pulsiones elementales. Fosse, cuyo nombre alguna vez ha sonado en las quinielas del Nobel, y a quien el mismísimo Karl Oven Knausgård ha definido como “uno de los grandes escritores europeos”, se mueve en una zona que es a la vez lírica pero sin aspavientos; y de un fuerte sentido de la oralidad –ahí se manifiesta la mano del dramaturgo de largo recorrido que también es el noruego–, aunque se resiste  a caer en el coloquialismo.

En esos equilibrios se basa la solidez de esta novela, que acaba trascendiendo su contexto geográfico y temporal para volverse universal: Asle, Alida y el pequeño Sigvald podrían ser perfectamente una familia del Oeste americano salida de un relato de Steinbeck, o de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. O de la Palestina de dos mil años atrás.

En alguna entrevista he leído decir a Jon Fosse que escribir es como rezar. Algo de letanía hay, desde luego, en el tono general de Trilogía, y también de apelación a una fuerza superior que señale el camino para purgar nuestros pecados, y para comprender el sentido de la vida y trascendernos a nosotros mismos.

Texto publicado en la revista Mercurio.

Trilogía (De Conatus, 2018) | Jon Fosse | Traducción de Cristina Gómez Baggethun y Kirsti Baggethun | 168 páginas | 16,90 euros

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