RAFAEL ROBLAS CARIDE | “Escribir en España es llorar”. Leo las primeras páginas de este Diario de posguerra en Madrid. 1943 de Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882 – Madrid 1964) y es inevitable que a mí acuda Larra con su célebre sentencia. A estas alturas de la historia, apenas se vislumbran ya en el escritor las sombras del poeta, las del novelista, las del ensayista, o las del hebraísta. Mucho menos las del ultraísta rompedor que sorprendiera en Cervantes, Grecia o Ultra. Sobrevive –a duras penas y como restos de un penoso naufragio–, su oficio de traductor y el de biógrafo (porque de algo hay que vivir) entre las ruinas de un lejano esplendor pasado. La guerra civil ha arrasado el país completamente. También se ha llevado por delante su cultura. Muchos intelectuales optan por el destierro; otros tantos permanecen en la península. Que nadie se engañe: todos son perdedores. El propio Cansinos ha sido depurado en 1941 por el Régimen, acusado de “judío” y de “llevar una vida rara”. En 1943, a sus 61 años, el escritor sevillano no es más que un viejo prematuro y agotado que se recuesta en un recodo del camino para observar y no llamar demasiado la atención.
Dentro de ese contexto –y como documento privado– hay que entender este Diario… que hoy tan primorosamente nos hace llegar su Fundación a través de Arca Ediciones. Documento privado de 234 cuartillas mecanoescritas valiosísimas que nos muestran un Cansinos cotidiano, plenamente humano, casi “de andar por casa”. Un Cansinos que, en múltiples ocasiones –y a diferencia de lo anteriormente conocido de él– prefiere utilizar el silencio y la autocensura como mecanismos narrativos que le eviten sobresaltos innecesarios. La historia de esta edición nos la refiere Rafael Manuel Cansinos Galán –hijo del autor y responsable de su Fundación– en el necesario epílogo. A su muerte, Cansinos Assens deja múltiples anotaciones biográficas que abarcan casi toda su vida, quizás destinadas a una posible publicación en Aguilar, su editorial de cabecera. La secuencia correcta de las mismas sería Consolation, Memorias de Sharón, La novela de un literato, Diario de la Guerra Civil en Madrid y Diario de posguerra en Madrid (período que se extiende hasta la muerte de Josefina Megías Casado, su amor más prolongado, en 1946). Sin embargo, finalmente todas permanecieron inéditas, pues, hasta hoy, solo La novela de un literato ha llegado a manos de los lectores (primero gracias a Alianza, en 1982 y 2005, y más recientemente a Arca). Por eso, resulta de justicia que se prosiga el turno con las restantes y ahora se comience por la posguerra –y por 1943– en atención a las peculiaridades del documento original: es el mejor conservado y, por otro lado, se encuentra íntegramente escrito en castellano.
Y, efectivamente, esta entrega de 1943 sirve de continuidad biográfica respecto a La novela de un literato, aunque el ambiente bohemio y canalla de la Tertulia de Pombo se diluya en un paisaje nacional contemporáneo triste, anodino y decadente. En contraste con aquella otra España anterior a la contienda civil de La novela… , los personajes que se mueven en el escenario de la posguerra no son más que monigotes sin gracia, mediocres y grises que se afanan en la dura lucha por la supervivencia. Casi ninguno de los habitantes de El Gato Negro, de Frisel o de El Cocodrilo conserva un mínimo de moralidad; la ética brilla por su ausencia; los ideales se abandonan al menor contratiempo. Es tiempo de violencia y de infidelidad. Triunfa el adulterio y la mentira. Por otro lado, el hambre y la miseria pintan a diario las paredes de un negro pegajoso. “Hay que ir a Frisel. Pese al calor. Dan doble ración de azúcar y no cobran el subsidio. Los días de emblema, se lo facilitan a los clientes y luego se lo reembolsan”, apunta Cansinos en la entrada del tres de junio, a pesar de su relativo desahogo económico.
Avanza uno en la lectura del Diario… como andando sobre las ascuas de un fuego castigador. En el exterior, las embestidas de la Guerra Mundial; en el interior, aún las heridas de la lucha fratricida del 36. El mundo como entrada al infierno. La nación española como dolorosa cicatriz en la que no existen vencedores ni vencidos. Cuánta desazón produce leer a Cansinos cuando el diez de julio conoce en el Retiro a una madre destrozada por la guerra: “[…] Qué imagen tan típica de mujer de la España nacional… La juntaremos con la otra de mujer roja, ¡en el único dolor de España!”. Dolor único, así deberían entenderlo actualmente también muchos otros para proceder a enterrar tanto odio y rencor como destilan bandos de “buenos” y de “malos”. “Buenos” que, en 1943, aún persiguen a “malos” que no han empuñado más arma que la pluma de su inteligencia. Por eso, a veces, llega el miedo y Cansinos escribe:
Por cosas así, se puede ir a Frisel. Pero, no obstante, tendré que dejar de ir. ¡Tanto miedo me meten todos con ese Saro [otro contertulio], que ahora vuelve a estar en funciones de policía! [Miguel] Naveros, sobre todo, me asusta, por encargo de Ramiro [Gómez]. Días pasados estuvieron ambos en la D[irección] G[eneral] de S[eguridad].
En aquellos pasillos angostos, [Joaquín] Saro tuvo el buen humor de decir:
– ¡Me gustaría ver aquí a don Rafael!
– ¡Caray!
¡Y tan fino conmigo está! La indicación es para tenerla en cuenta.
Mas la sangre no llega al río y la vida prosigue monótona y monocorde, sorteando, eso sí, las cucarachas que la primavera pone en los escalones de mármol de las casas de primera. Neutra monotonía gris solo derrotada temporalmente por la destartalada música de las verbenas de barrio, por las estúpidas comedias burguesas, por las sesiones de un balbuciente cinematógrafo recién nacido, por las tardes estivales en la Glorieta de los Patos del Retiro. Y entre col y col, la lechuga del amor. La llamada de la sangre y el deseo: Josefina. “Estas noches pasadas tenía yo un erotismo desaforado… Hoy la luna naciente me descifra ese enigma… ¿Será que la luna nueva tiene también poder sobre los hombres? ¿O que ese erotismo difuso viene a nosotros del celo femenil?”, registra Cansinos el veinticinco de abril, mucho antes de que su amante llegue a Madrid procedente de Don Benito. Sin embargo, tras su llegada, el uno de junio, nuevamente la queja, al no conseguir aplacar su pasión desmedida: “[…] qué rabia este jugar al escondite con el deseo… Con una palabra, quizá sin intención, ella me encandila sin quemarse… ¡La supongo ardiendo y soy yo el que se abrasa!…”. Amante insatisfecho. Frustración amorosa, ciudadana, ética, moral, vital. ¡Qué condena más hiriente!
La naturaleza del Diario… –ya se ha adelantado– es eminentemente privada, de ahí que en ocasiones la narración se tiña con burdo prosaísmo o, incluso, aparezcan alusiones escatológicas. Esta cita correspondiente al trece de junio resulta bastante elocuente al respecto y no necesita mayor comentario: “¡Josefina pretende que le huele mal la boca!”. Sin embargo, en otros momentos, la expresión de Cansinos remonta el vuelo y se produce un quiebro lírico que, evitando la cursilería vulgar, recuerda remotamente aquel modernismo que frecuentó en un tiempo bastante alejado. Así, el viernes diez de septiembre anota la siguiente entrada que nace con vocación de casi-greguería: “Las hermosas dalias amarillas del parque tenían esta tarde una patética lividez de crisantemos. Presentían ya noviembre”. O, por el contrario, el veinticinco de octubre, reflexiona machadianamente:
¡Oh, las moscas de otoño! Maduras como uvas, pesadas, mimosas, con el vientrecillo lleno de miel. Revolotean al sol, se pegan a nuestra carne y al espantarlas, mueren fácilmente, que da pena, dejándonos en la mano una melosidad viscosa de pasas estrujadas; no; de algo todavía más tierno y jugoso que enternece y asquea…
Por otro lado, la humorada, la ironía y el sarcasmo tampoco escapan de las páginas del Diario, como muestra la anécdota –real, fingida o exagerada– apuntada el tres de septiembre, cuando el crítico Federico Sainz de Robles le cuenta que Manuel Machado está aquejado de “mieditis”. Entonces, Cansinos confiesa que ambos componen a dúo la siguiente jaculatoria no exenta de guasa: “No temas, Manuel, las iras del demonio. / ¡Te salvará la santa sombra de hermano Antonio!”. O la no menor befa que se localiza en el apunte que dedica al charlista Federico García Sanchiz, el 13 de febrero, aludiendo, de pasada, a la censura:
Leo en Ya un anuncio de García Sanchiz ofreciéndose a formar charlistas… El hombre quiere hacer escuela…
Enseñar a hablar, cuando no se puede hablar… Y él bien lo sabe…
Finalmente, el volumen se completa de un cuidado aparato biobibliográfico que impide que el lector se pierda entre el marasmo de personajes que aparecen en la narración, destacando las frecuentes anotaciones que acompañan al texto, el diccionario biográfico de personalidades nombradas y un índice completo final de todos los antropónimos que se citan en el tomo. Es de agradecer.
Cuando iba a concluir la crítica de este Diario de posguerra en Madrid. 1943, editado por la Fundación “Cansinos Assens”, me dicen que el Ayuntamiento de Sevilla ya no forma parte del patronato de la Fundación, tras haberse anunciado a bombo y platillo que dicha sociedad constituía un “proyecto estratégico para la cultura de la ciudad”. Distintos incumplimientos por parte del consistorio –sobre todo económicos– parecen haber sido la causa del desencuentro. Mucha paciencia ha demostrado Rafael Cansinos-hijo al denunciar la desidia política –de uno y otro signo, que trece años dan para mucho– en pos de defender la obra de uno de sus literatos más preclaros. “Parece que una vez amortizados los réditos publicitarios que obtuvieron en 2010 dejó de interesarles el futuro de la Fundación y no cumplieron ni uno solo de los plazos para pagar la subvención”, puntualizaba después, añadiendo que él mismo tuvo que adelantar dinero en nombre de aquel compromiso municipal. Lo lastimoso es que este no es un caso puntual, al menos en esta Sevilla de nuestras culpas. Y pienso, como al principio, que, por una causa o por otra, casi dos siglos después de la muerte de Larra nada ha cambiado aquí: “Escribir en España es echarse a llorar”. ¡Cuánta tristeza!
Diario de posguerra en Madrid. 1943 (Arca Ediciones, 2023) | Rafael Cansinos Assens | 403 páginas | 21 euros