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Escribir es confinarse

Maquetaci—n 1

JABO H. PIZARROSO | El confín, según la RAE, en su tercera acepción, es el último término al que alcanza la vista. Somos vulnerables y por fin contingentes. Eso es evidente. Los marcos y enmarques que nos prodiga la sensibilidad tienen tope. Ahora llueve mansamente. Es como si estuviéramos dentro de Macondo. Esta comarca en los tiempos de la cuarentena, se parece mucho a ese momento de inicio de la soledad en el que los Buendía primeros perdieron el runrún de las palabras y para comunicarse tenían que señalar las cosas con el dedo, antes de que al último de la estirpe le saliera un rabo de cerdo en medio del pantalón pantalán.

Para Richard Ford la vida es un carnaval porque no se toma mucho en serio la existencia ni tampoco a sí mismo. Quizá por eso no tiene confines como autor, aunque esté confinado en cada uno de sus libros, como ahora casi todo el mundo en esta comarca que empieza a ser real por una vez, como nos ha dicho en su twiter Santiago Alba Rico.

Richard Ford, como otros grandes escritores, escribe como si fuera el último testigo de un mundo que va a desaparecer, el testamentario que aporta pruebas de esa hectárea que solo él conoce, y que muere mientras se cuenta, como hizo William Faulkner cuando en Sartoris escribe: “Y en seguida apareció la ciudad entre árboles, con sus calles sombreadas como túneles verdes, en las que vidas sin horizonte llevaban a buen término sus pacíficas tragedias”, y es como si estuviera también escribiendo Ford el inicio de El día de La independencia, “En Haddam, el verano baña las calles suavizadas por los árboles como un bálsamo extendido por un dios negligente, lánguido, y el mundo marcha al ritmo de sus propios himnos misteriosos”.

Estamos en medio del vacío. Una calle alargada por la que cruza silencioso de cuando en vez un coche patrulla, en la que un espejo de asfalto crea su personal abstracción Kandinsky de colores rojos y verdes, mientras la hora bruja registra en su celuloide apagado del cielo todo lo que en unos minutos nos será imposible mirar. Estamos en una cuarentena. Estamos confinados dentro de un novela de Richard Ford.

Este escritor sureño norteamericano fue considerado junto a Raymond Carver uno de los máximos exponentes de lo que la crítica ochentera nombró como dirty realism. Para ellos esa etiqueta era tan pomposa y ridícula que cada vez que podían se la pimplaban con una botella de whisky a carcajada limpia dentro de vasos higienizados por alcohol.

En el prólogo de Cuentos Imprescindibles de la editorial Lumen, año 2000, Richard admite, aunque suene muy feo para un escritor realista sucio, que hasta que le encargaron en el 98 para The Ecco Press la selección de estos cuentos del autor ruso, nunca había leído a Chéjov. Y la lectura que hace de este autor en este libro nos acerca consideraciones e impresiones sobre la escritura, sobre el hecho de escribir, para qué y por qué y desde qué se escribe, tan magnéticas y mágicas como esta:

“En sus relatos, lejos de sucumbir a alguna forma de tipicidad o de ser reconocible por un esquema, Chéjov parece tan comprometido con el carácter variopinto de la vida que los relatos nos producen la sensación que Ford Maddox Ford debía de tener en mente cuando observó que el efecto general de la ficción, “debe ser el efecto que la vida ejerce sobre el ser humano”, (con lo cual, según he pensado siempre, quería decir que la ficción Ha de ser persuasivamente importante, profusa, irreducible en sus ambigüedades, estar colmada de placeres diversos, y estar siempre al borde de resultar irreconocible, salvo por el hecho de que nuestra inteligencia ordenadora nos impulsa fervientemente a la claridad).”

Flores en las Grietas, Autobiografía y Literatura, tiene todo lo que es Richard Ford de manera comprimida. Este libro es la cápsula que hay que desleír en los labios para conocer de manera profunda a este gran escritor, para volverlo a disfrutar o para gozarlo por vez primera.

No quiero destrozar la intriga, pero no se pierdan el capítulo dedicado al gran autor del realismo sucio, que comienza en el momento en el que conoció Richard conoce a Ray en la SMU, la Southern Methodist University de Dallas), sin saber quién era todavía Raymond Carver, cuando eran jóvenes, en ese momento “en el que se tiene una vaga conciencia de un «mundo de la escritura”, de unos pocos nombres de la periferia de ese mundo, unos cuantos relatos, una irrupción ocasional en la imprenta, con la predominante preocupación de trabajar con empeño para convertir el aislamiento y la persistencia en una virtud y el anonimato en subrepticio asalto al conocimiento público.”,

Y el retrato que pinela en tres líneas de Carver, “Era como si hubiera bajado de un autobús de la Greyhound de 1964 y viniera de algún sitio en donde hubiese estado realizando sobre todo labores de conserjería. Y era absolutamente irresistible.”

Y el capítulo de Hotel, o Un padre y una bicicleta, trozos de autobiografía decididamente soberbios. El Hotel que gestionaba su abuelo Ben Shelley y en el que el pequeño Richard vivía con sus padres, las consideraciones sobre lo que es un relato, de nuevo con Maddox Ford como referencia como en el prólogo a Chejov que hemos comentado anteriormente. Y la constante búsqueda de lo que es escribir, también con referencias a Henry James sobre los finales y los comienzos de los relatos, las relaciones de los seres humanos que no se interrumpen en ninguna parte ni en ningún tiempo, si no es por la peculiar geometría de un autor, que no es otra cosa que decir que los únicos lugares donde acaban y comienzan las historias están en los libros, en las películas, en las artes, en el teatro, en las narraciones sean del color que sean estas, y por eso mismo tienen sentidos múltiples y no un sentido, porque tienen inicio y final. Porque “los finales son la manifestación de autoridad del autor”, Richard Ford. Y hemos llegado al final. Ahora te toca leer el libro.

Flores en las Grietas. Autobiografía y Literatura (Anagrama, Edición en formato digital: febrero de 2020 ) | Richard Ford | 224 páginas | 17,90 euros | Traducción de Marco Aurelio Galmarini Rodríguez

 

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