CAROLINA EXTREMERA | El diez de febrero de 1863 se celebró una boda en la iglesia de Grace Church de Nueva York que apareció en la portada de Vanity Fair y a la que asistieron más de diez mil personas. La novia era Mercy Lavinia Warren y el novio, Charles Sherwood. La particularidad de este enlace no era, como solía ser, las familias de procedencia de alguno de los contrayentes, sino su estatura. Ella medía 81 cm y él 79. El que se ocupó de orquestar esta boda y vender entradas para el banquete fue Phineas Taylor Barnum un empresario estadounidense conocido por organizar, desde 1855, lo que se conocía con el nombre de “baby – shows”: espectáculos en los que exhibía a madres con sus hijos.
¿Les parece siniestro emparejar a dos personas solo por su tamaño? Es posible. Sin embargo, en aquel momento lo encontraban monísimo. “Cute”, que dicen en inglés. Ahí tenemos una prueba de que de lo mono a lo siniestro va un paso muy corto. Aunque hay muchas cosas monas en casi cualquier sitio: Hello Kitty, Pikachu, Mickey Mouse, E.T, Baby Yoda o las cuentas de Instagram de gatitos. ¿Por qué tantas? ¿Por qué ahora? ¿Qué teclas pulsa Baby Yoda en nuestro interior para que frikis del mundo entero nos derritamos y soltemos un suspiro cada vez que sale en pantalla, a pesar de que al lado está Gina Carano repartiendo tortazos como panes, que es lo que se supone que nos gusta de verdad?
Este tema, el concepto de lo Cuqui (que es como ha decidido Albert Fuentes traducir “cute”) es el que trata Simon May en este ensayo filosófico, El poder de lo Cuqui. En realidad, lo que el autor quiere conseguir es defender su tesis, en la que asegura que lo Cuqui no es una distracción frívola con respecto al espíritu de nuestro tiempo, sino una expresión de la actualidad. “¿Y si su verdadera figura clave no son las estrategias de personificación entendidas como proyecciones de poder, ya sea para bien o parar mal, sino su pícara inasibilidad, la despreocupada invocación de la incertidumbre como característica fundamental de la vida y el mundo?”
Sin embargo, lo más interesante del libro no es tanto lo que trata de demostrar como toda la recopilación de información sobre el concepto de lo Cuqui y sobre los motivos de su auge, que además explica muy ordenadamente. De esta forma, divide su estudio en capítulos cortos. Merece la pena consignar el contenido de algunos de esos capítulos. Por ejemplo, en uno de ellos nos habla de los estudios de Konrad Lorentz, un antropólogo que estudió qué tipo de rasgos son los que nos inspiran instinto de protección y de la evolución del dibujo de Mickey Mouse precisamente hacia formas más parecidas a las expuestas por Lorentz. Hay otro especialmente interesante sobre el kawaii japonés, esto es, todas esas cosas cuquis que tienen caritas de ojos grandes que llenan cada cartel del país nipón, y cómo se puede rastrear su procedencia a la derrota nuclear de 1945 y a su necesidad de parecer adorables e indefensos para no provocar a los enemigos. También se rastrea como posible causa de la presencia continua de lo cuqui en nuestras vidas a la sacralización de la infancia y el hecho de que cada vez estén más borrosos los límites entre niño y adulto en un mundo donde somos los mayores los que vemos las películas de súper héroes y donde cada vez se les pide más a los niños su opinión sobre las decisiones que se toman en las familias. Aquí, Simon May indica que, no obstante, su impresión no es la que se suele tener al respecto, esto es, que la proliferación de lo cuqui viene de una huida con respecto a las dificultades de la vida adulta o una manipulación de la inocencia, sino que es una forma de evocar y apreciar la infancia, lo que hemos acabado considerando como la encarnación más sacrosanta del ser humano.
Si quieren saber más, le pueden dar una oportunidad al ensayo y encontrarán la relación entre lo cuqui y lo kitsch, qué pasa con el antropormorfismo de lo cuqui, cuándo lo cuqui se convierte en siniestro, cómo es un escape del culto imperante a la sinceridad y, sobre todo, la relación de lo cuqui con Kim Jong- Il y Donald Trump. Ahí es nada.
El carácter absurdo de lo Cuqui (…), su antítesis con respecto al mundo serio del trabajo, la trayectoria profesional y el éxito, su burla implícita de esa idea trillada de que las mejores relaciones son las que se caracterizan por “el respeto y la franqueza entre iguales”, y su goce, por el contrario, en una existencia carente de estrategia, irreverente y precaria; todo ello rompe con la ética dominante de nuestro tiempo.
El poder de lo Cuqui (Alpha Decay, 2019) | Simon May| 176 págs. | 18.90€ |Traducción de Albert Fuentes
Y… ¿cuál es la ética dominante de nuestro tiempo, en todo caso? Lo tierno como objeto de consumo cultural (y económico) sí que rompe con la ética del trabajo, el rendimiento y la eficiencia adulta, o adultista. Rompe con la ética de la producción capitalista, digamos.
Pero, desde el consumo, ¿no es la ética dominante la del disfrute individual, de refugiarse en la infancia y compartir recuerdos en redes sociales, como si fueran un atributo de identidad individual y no un compartir productos fabricados industrialmente? Digo, hasta los gatitos de instagram son replicados todos iguales…
De todos modos, muy interesante la idea, a ver si pillamos el libro por ahí.