0

España, no dejes que me hunda

9788498958980_l38_04_h

 

El hundimiento

Manuel Vilas

Visor, 2015

ISBN: 978-84-9895-898-0

152 páginas

10 €

XVII Premio de Poesía Generación del 27

 

 

Antonio Rivero Taravillo

A quien se enfrente por primera vez con la poesía de Manuel Vilas bien puede suceder lo que con el personaje que interpreta Bill Murray en la película Atrapado en el tiempo (también conocida como El día de la marmota): que al principio se lo mire con cierta antipatía a causa de los rasgos de una personalidad narcisista, descreída, vitriólica. Al poco, sin embargo, conforme avanza el metraje –en este caso los versos–, uno va cayendo rendido ante la obra que tiene a la vista, lo mismo en el filme que en el libro, que se van convirtiendo en otra cosa. Lo que parecía sarcasmo deviene debilidad e incluso encanto, y bajo la inicial superficie áspera se descubre una sensibilidad tanto más vulnerable cuanto que ha elegido las púas para defenderse, en vez de proclamar a moco tendido su orfandad.

También cabría sospechar ante tanto galardón ganado en certámenes que publica la editorial Visor y maliciarse en consecuencia amaños, enjuagues, premios preconcedidos, y más aún si hay datos en el original que indudablemente apuntan a la autoría de Vilas: rasgos de estilo, las pistas sobre la edad, la sed insaciable y la declarada urgencia por montárselo con cualquier camarera, la alusión a Barbastro. Y pese a ello, los libros que se han alzado con el Jaime Gil de Biedma, el Fray Luis de León, el Ciudad de Melilla y, ahora, el Generación del 27, están merecidamente ganados. El hundimiento ahonda –excava casi, como un sepulturero– en lo ya ofrecido en su poesía anterior, y brinda, con mucho alcohol, algunos de sus poemas más descarnados y mejores.

Hablé antes de las púas, y estas, las del puercoespín, eran una imagen particularmente querida por Luis Cernuda para reflejar su propia situación ante el mundo. Son de algún modo una clave para entender su obra. Lo son también para entender la de Vilas, admirador confeso del sevillano. Aparte de otros ecos, hay un poema que adopta título suyo (“A un poeta futuro”) y otro dedicado a él, “Acapulco”, donde se lo evoca en compañía de aquel cuerpo juvenil que se bañó con él en las aguas del Pacífico y que fue pretexto para los “Poemas para un cuerpo” de Con las horas contadas y para esa emocionante secuela, “Epílogo”, de Desolación de la Quimera.

El padre, con un repertorio de contrastes muy bien utilizado (oficios, músicas, coches), protagoniza “1980”. “Yo intenté escribir y tú fuiste / un anónimo viajante de comercio, / somos lo mismo”, escribe el hijo. Y añade (siempre al límite, como una de las canciones del Lou Reed que idolatra y a quien dedica “Príncipe de Aquitania”): “Te fuiste con setenta y cinco años. / Yo me voy dentro de cinco minutos.” En otra página, la voz de los poemas se autorretrata “ya con cincuenta y un años mal cumplidos, y bien solo”, sazón amarga que recuerda la “Nochebuena cincuenta y una” de Cernuda, que es la misma edad que aparece en “El terror”: “Envejecen. / No son mayores, cincuenta años tal vez. / Cincuenta y dos , o cuarenta y nueve, / qué más da cuando se está solo / y se sabe que se estará así ya para siempre, / como un parado de larga duración” (verso este último que nos recuerda que Vilas tiene siempre afilada la mirada crítica y que aun entre licores y piscinas es un poeta con notable carga social). “El poeta de cincuenta años” es, además, el título de otro de los poemas. Memorable es igualmente el dedicado a la madre, su elegía, utilizando como título el número de teléfono desde el que ella lo llamaba.

Hay composiciones que manifiestan el disfraz gregario de los que están muy solos y desnortados,  apenas acompañados por los ritos de la bebida, como “Los nadadores nocturnos” o el tremendo “El IV Reich”, una pieza antológica de la vaciedad y de cómo el aburrimiento puede apuntar a posiciones de un extremismo cuyo único papel es hacer sentirse importantes a quienes, mediocres entre los mediocres, no lo son. Vemos aquí bares hostiles, gasolineras, habitaciones de hotel, retretes. Y mucha España, a la que de nuevo cernudianamente se confiesa una y otra vez una relación de amor/odio. “España, I  love you”, se escribe en el largo poema hipervilaniano con el que concluye el libro, y que conecta con “España, un poeta inglés te odió”, que lleva como cita “You Hated Spain”, de Ted Hughes. Hay aquí un error (no sé si deliberado para lograr así la identificación del poeta inglés con el español), consistente en atribuir el odio a Hughes, cuando en realidad este se está dirigiendo a la primera de sus mujeres suicidas: Sylvia Plath. El poema en cuestión es una de las Cartas de cumpleaños, y sus dos primeros versos rezan: “Spain frightened you. Spain / Where I felt at home” (sentido que, como se ve, es contrario al declarado en el título de Vilas).

Hay pausas estróficas donde otro poeta no las pondría. Aquí son silencios que denotan mucho desencanto, o un trago tomado entre dos frases cortas, entrecortadas, cortantes como latigazos que son ‘leit-motifs’ que pespuntean El hundimiento. La estirpe de Vilas no es la de Bécquer (como en el título de Fernando Ortiz), sino la de su contemporáneo Baudelaire, la del ‘Non serviam’ luciferino, aquí pasado por el absurdo del Beckett de Esperando a Godot: “Hablasteis en latín sobre la liturgia del vino, / sobre el Purgatorio, sobre la rebelión, sobre el hundimiento, / sobre Dante y Cervantes, sobre Cristo y Lenin, / tú y Carlos Baudelaire, dos viejos camaradas del III Reich, / con vuestros trajes de gala, esperando al Führer, / con la cruz de hierro de primera clase en vuestros pechos de humo, / y el Führer que no llegaba nunca.

Nada solemne ni sentimental, el lenguaje de Vilas es lo más lejano que existe a la afectación, con una llaneza coloquial en la que abundan vocativos como “tío” o “hijodeputa” y que a veces se presenta, como quien lo utiliza, bastante pasado de rosca. Hay homenajes más o menos encubiertos a Malcolm Lowry o a Arthur Rimbaud. Y manifiestos a figuras rotas como Elvis Presley (“El último Elvis”) o Francis Scott Fitzgerald (en varios de los poemas), con obsesión que emparienta a Vilas con otro gran poeta bebedor, Juan Luis Panero. La mayoría de los textos de este libro extenso son monólogos dramáticos a la inversa, en los que el protagonista poético no es un rey ni un personaje histórico, sino un tipo vulgar que, sin serlo, se parece mucho a Vilas (un Vilas ya no tan esplendoroso como el del anterior libro, Gran Vilas): dipsómano, desinhibido, mujeriego.

Hay otras maneras de escribir poesía. La que ha elegido el autor de El hundimiento es difícilmente imitable (salvo en el plagio) y se atragantará a muchos. Pero a muchos otros, que serán probablemente más, les parecerá una de las más desoladamente apropiadas y certeras que se pueden escribir en español hoy día.

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *