Operación Dulce
Ian McEwan
Anagrama, 2013. Colección “Panorama de narrativas”
ISBN: 978-84-339-7874-5
400 páginas
19,90 €
Traducción de Jaime Zulaika
José María Moraga
Bien sabida es la insobornabilidad de este blog, la independencia de sus críticos está más que contrastada. Aquí no nos duelen prendas en darle caña a un Premio Nobel o a quien haga falta. Tampoco en escribir una reseña laudatoria de un consagrado como Ian McEwan, a quien una llamada secreta -se me permitirá la discreción: Operación Dulce es una novela de espías- me animaba a dar estopa si resultaba necesario. Pero me ha sido imposible, porque la última novela del escritor inglés es una auténtica delicia, y no hay manera de ponerle un pero. “¡Qué horror ponerse del lado de los poderosos!” –parece que os oigo decir. Pues también lo hacemos en Estado Crítico, si el poder les viene merecidamente gracias al talento.
Operación Dulce, duodécima novela de McEwan, transita por algunas sendas conocidas para sus lectores sin caer en ningún momento en la autocomplacencia ni en la facilidad. Así, encontramos ecos del ‘thriller’ de espionaje durante la Guerra Fría que fue El inocente (1990), de las neurosis sexuales de Chesil Beach (2007) o de la metaficción historiográfica de Expiación (2001). Dicho esto, que nadie se engañe ni espere una reedición de ninguna de estas obras. Operación Dulce es un esfuerzo casi imperceptible por explorar los límites de la ficción frente a la realidad, una reflexión política constante y una mirada exenta de nostalgia a unas coordenadas espaciotemporales que por lo turbulentas y convulsas resultaron especialmente interesantes: la Gran Bretaña de los primeros años setenta.
La novela cuenta la historia de Serena, joven de clase media-alta que es reclutada para trabajar por el MI5 (servicio secreto británico) durante su estancia en la Universidad de Cambridge. Carente de ardor guerrero o de una ideología política muy clara, pero patriota y espabilada intelectualmente, Serena se embarca en el frente más blando a la par que sutil de la Guerra Fría: la guerra cultural, la de las mentalidades. También aquí encontramos a una “inocente” que acaba por conocerse a sí misma mientras realiza una misión secreta. Serena es una espía que en su tiempo libre se pasea por Hyde Park, que se horroriza con la depravación del Soho y que poco a poco va entrando en contacto con ese Londres feroz del ‘pub rock’, la homosexualidad y la ‘intelligentsia’ que tan felizmente cartografió Hanif Kureishi en El buda de los suburbios (1990). En su trabajo, la protagonista debe lidiar con los problemas del momento: violencia sectaria y terrorista en Irlanda del Norte, huelgas de mineros, crisis del petróleo, confrontación con el bloque comunista, pero al provenir de un ambiente literario, la misión que le asignan es la de cortejar a Tom Haley, un joven y prometedor escritor, a fin de que su obra sirva de escaparate para el bloque capitalista.
Una vez más, McEwan nos adentra en el mundo de unos personajes banales en apariencia, de los que te cruzas en el metro, pero extremadamente complejos en su interior, -¿acaso no lo somos todos?- y fuertemente anclados en un contexto histórico. Un cierto conocimiento de la cultura y la sociedad británicas de la época retratada serán de gran interés para apreciar las sutilezas del lenguaje, los diálogos entre personajes de diferentes clases sociales, entender por qué tal o cual personaje es admirado o despreciado por haber estudiado en tal o cual universidad y hacerse una idea más certera de los gustos literarios de los protagonistas y lo que se supone que conllevan. Sin embargo, nada de esto es imprescindible para un disfrute pleno de la novela, no se me asusten los potenciales lectores.
Lo que sí es cierto es que al servir como crónica de la escena cultural británica de los años 1972-74, resulta refrescante leer una referencia a Martin Amis como “el hijo de Kingsley” (y no al contrario), o al recién creado Premio Booker (que el propio McEwan ganó en 1998, por cierto). Las referencias librescas no son un mero guiño para entendidos, sino que constituyen el armazón de Operación Dulce, hasta extremos que no desvelaré para no reventar la trama, pero baste decir que nada más terminar la novela se da uno cuenta de que es una de esas que se beneficiaría de segundas -y aun terceras- lecturas. Lo que sí puedo decir es que uno de los mayores alicientes del libro son los relatos interpolados de Tom Haley, que Serena debe leer y analizar por motivos profesionales. Además de constituir un auténtico mini libro de ficción breve dentro de la novela, estos cuentos lanzan innumerables lianas que los enredan firmemente con los temas y personajes de Operación Dulce, lo que supone un plus técnico más en el haber de Ian McEwan.
Al igual que ocurría en El inocente y Expiación, el lector no podrá formarse una idea completa de la novela hasta su última página, pero antes que valerse de trucos sensacionalistas, el autor prefiere llevarnos de la mano a través de la lógica interna de una historia que presenta varias lecturas, y que personalmente me ha hecho reflexionar acerca de la enorme talla de los novelistas británicos (e irlandeses) contemporáneos. El mismo McEwan, Martin Amis, Julian Barnes, Colm Tóibín, John Banville… la nómina da dolor de cabeza, y su comparación con una supuesta lista patria causa una mijita de sonrojo. Lo siento, pero así lo siento y así lo digo (después de todo, mis instrucciones secretas eran repartir estopa en la reseña, ¿verdad?). ¿No os entran ganas de aprender inglés para leer a estos autores en versión original?
Tal vez algún día Ian McEwan meta la pata o empiece a chochear, pero no ha sido el caso con su última obra. Por el momento, los agoreros no tendrán más remedio que reventar con esta novela tan potentísima, si es que se atreven a leérsela, claro.
La horchata se la mandamos al autor de la novela. El crítico tiene un sofá apartado en Muebles Rubí de Alicante y un aparador.
Me gusta la conexión que apuntas con la obra de Kureishi… esa referencia al ‘pub rock’… cosa fina…
Hombre los ingleses que menciona son buenísimos pero, con perdón, aquí tenemos a Marsé, Mendoza, Marías, Muñoz Molina… Y estos sólo por mencionar a los de la letra M.
Sr Moraga, su reseña consiguió que me hiciera con el libro este fin de semana. Llevo como un tercio leído y le puedo asegurar que lo estoy disfrutando como un gorrino en un gran charco de fango. A las novelas del Sr McEwan les sienta muy bien que adopte una perspectiva femenina. Lo mejor de este caballero desde Expiación, sin duda. Un cordial saludo