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Ey, Sabina

RAFAEL ROBLAS CARIDE | Corría un ya lejano año 2000 cuando el periodista Javier Menéndez Flores, cumpliendo quizás con un inexcusable deber de justicia musical, publicó un completísimo trabajo biográfico centrado en la figura de un ya exitoso Sabina que tituló Joaquín Sabina. Perdonen la tristeza. El volumen pronto se convirtió en un clásico, agotando ediciones y satisfaciendo así ampliamente las expectativas del autor, del editor y, por supuesto, de los seguidores del cantante ubetense, que ya tenían en sus manos una extraordinaria monografía sobre la vida y milagros de su ídolo. Aparte, las bendiciones del propio Sabina, con prólogo versificado y declaraciones del tipo “a mí se me había olvidado mi vida y Javier Menéndez Flores me la ha recordado…”,  multiplicaron la venta de ejemplares y elevaron la obra a la categoría de best seller

Sin embargo, desde aquel entonces, muchas lluvias han caído sobre el paisaje y mucha agua ha pasado por debajo del puente de la vida. Y también nuevos discos, canciones, letras y versos ha parido Sabina. Por ello, se hacía necesario revisar y actualizar la biografía original de 2000, solventando la brecha abierta desde entonces hasta nuestros días y corrigiendo las omisiones y erratas de la versión primitiva. Dicho y hecho: así lo ordenó Libros Cúpula –editorial Planeta– y así lo ha ejecutado a la perfección Menéndez. El resultado, la nueva edición de J.S. Perdonen la tristeza que, en impecable pasta dura y con ilustraciones a color, llegó en marzo de este año a las librerías, presumiendo nuevamente de ser la “única biografía oficial” del autor de “Calle melancolía”.

Obviando prólogos y advertencias preliminares a las sucesivas ediciones, el libro se divide en dieciocho capítulos –dedicados, excepto el inicial, a cada uno de los discos de estudio grabados por el cantante-, a los que se añaden tres adendas: una selección de citas del artista (“sabinadas”), una antología de textos expresamente escritos por amigos para la biografía y una cronología esencial sabinera, que sirve como colofón al volumen.

Para el conocedor del libro de 2000, Javier Menéndez advierte previamente acerca de las novedades: se ha continuado con la biografía añadiendo cuatro capítulos más (los correspondientes a los trabajos y discos creados por Sabina a partir de 19 días y 500 noches); se han realizado “diversas correcciones formales, que no de fondo”, al texto de 2000; se han ampliado las “sabinadas” hasta llegar al centenar; se han incluido algunos textos más en la antología de amigos; se ha puesto al día la cronología esencial; y, finalmente, se ha seleccionado un nuevo material fotográfico, ampliándose el número de las que figuraban en la primera edición, hasta conformar tres cuadernillos, como ya he dicho, a pleno color. Sin embargo, tranquiliza Menéndez, “el libro mantiene inalterada su estructura –cada capítulo nuevo a partir del título de cada nuevo disco- y conserva su aroma, con sus aciertos y carencias”. Resumiendo, como diría el biografiado: casi 150 páginas más al coleto.

¿Y cuáles son esos aciertos? ¿Y cuáles son esas carencias? Ante todo hay que decir que, para bien y para mal, este J.S. Perdonen la tristeza es una biografía subjetiva, realizada por un tipo que se declara actualmente admirador y amigo del protagonista, pero que también confiesa en el prólogo su completo desconocimiento y desinterés –e incluso animadversión- ante la obra del biografiado hacia 1987. ¿Y esto qué significa? Pues que el texto de Menéndez, honesto y valiente como su autor, no escatima a estas alturas de la película ni en elogios ni en críticas. Ni en valoraciones tampoco, pudiendo estas coincidir –o no– con las del resto de sus lectores.

Así, en los hitos del biografiado, con gran acierto, Javier Menéndez huye del salserío imperante, centrándose así en el meollo y destacando los episodios que para él son los más significativos. Sin duda, el trabajo de hemeroteca resulta espectacular. Menéndez se ha empapado de toda aquella cita en la que ha estado presente Sabina; nombra todos sus trabajos –incluso los menores-, está al tanto de todas las entrevistas y declaraciones realizadas por el cantante a lo largo de todo su periplo; y conoce e lcorpus completo de su cancionero, por más que el espacio y la naturaleza del presente libro sólo permitan reproducir una mínima cantidad de las letras del ubetense –a su juicio, las mejores-, analizando a continuación someramente su significado y repercusión. Por otra parte, se agradece la sinceridad del autor al emitir sus juicios, alejando el libro de la acostumbrada hagiografía que habría de esperarse. A fin de que se haga una idea el lector, cito textualmente un pasaje de la última de sus páginas para que sepa a qué atenerse:

“[…] Y cabe preguntarse aquí: ¿es Lo niego todo un disco tan bueno como sostiene la discográfica Sony? Y entonces me pregunto a su vez: ¿comparado con cuál? ¿Con el citado 19 días y 500 noches? ¿Con Yo, mí, me, contigo? ¿Con Esta boca es mía? La respuesta es que no es tan bueno, ni por asomo…”

Porque esta no es una biografía escrita para dar ojana. Ni para obviar desencuentros necesarios (las rupturas amorosas, el famoso episodio de Fito). Ni para evitar hablar acerca de la ideología combativa y militante del protagonista. Ni para borrar de un plumazo o adular a amistades más o menos cuestionables (con Fidel, con el subcomandante Marcos). Ni para disimular los tres años en el infierno de la depresión más absoluta. Ni siquiera para pasar por alto excesos nada saludables con el alcohol o la cocaína. No. Porque Javier Menéndez sabe que todo eso es una parte fundamental de este personaje que, a sus casi setenta castañas, se ha convertido en poco más que un mito para otros tantos, que lo consideran el más grande de los cantautores españoles vivos, con permiso de Serrat. Sin embargo, el acierto más evidente de Menéndez es haber sabido ajustar magistralmente el fiel de la balanza para hablar de todo en su justa medida, con la elegancia y el saber estar del buen periodista y, por otro lado, con la precisión y la exactitud del biógrafo.

En otro orden de cosas, la presente también es una biografía parida por un trabajador de la palabra, con todo lo que ello significa de amor hacia la buena escritura y lo literario. Esto se nota en dos vertientes: la primera en que el texto es sumamente pulcro y cristalino, leyéndose de una sentada si el lector es mínimamente sabinero. La segunda, en el realce que da la biografía a las auténticas protagonistas objetivas de esta historia: las letras de las canciones. Porque, independientemente de gustos personales de cada uno, sí hay que concluir que aquí se reproducen íntegramente todas aquellas que componen el mejor repertorio de Sabina, por más que sea imposible “que estén todas las que son”.

A servidor, sabinero desde hace un cuarto de siglo, J.S. Perdonen la tristezano sólo le ha servido para disfrutar y refrescar la memoria con recuerdos y letras que tenía casi olvidadas, sino también para pensar, según el planteamiento de Menéndez, el entronque lírico de Sabina o, dicho con otras palabras, la valía real del ubetense como poeta, sobre todo al considerar sus últimos esfuerzos como sonetista y versificador. Y, aunque nadie me haya dado vela en el entierro, siguiendo el valiente ejemplo de Menéndez, voy a tirarme al ruedo recordando –por si a alguien le sirve- aquel refrán tan español de “Zapatero, a tus zapatos”. Y el que quiera entender, que entienda,… sin aceptar barco como animal de compañía, ni Cohen como ganador de Premio Nobel de Literatura, porque comparaciones como las siguientes –por más que sean “sabinadas”- no hacen otra cosa que provocar el llanto del Niño Jesús:

“Mis sonetos son un poco como los de Quevedo: para querer a mis amigos o vengarme de algún olvido o para corregir algún entuerto”.

Así que ya pueden imaginarse cuáles son los peros que creo que pueden achacársele al libro: alguna que otra sobrada y algún que otro poema circunstancial que, lejos de hacer un favor, ponen una piedra inmensa encima del prestigio de un tío que es capaz de componer maravillas como la siguiente (y les ruego que la lean imaginando su música):

“Algunas veces vuelo 
y otras veces 
me arrastro demasiado a ras del suelo.
Algunas madrugadas me desvelo 
y ando como un gato en celo 
patrullando la ciudad 
en busca de una gatita
a esa hora maldita 
en que los bares a punto están de cerrar,
cuando el alma necesita 
un cuerpo que acariciar.

Algunas veces vivo 
y otras veces 
la vida se me va con lo que escribo.
Algunas veces busco un adjetivo 
inspirado y posesivo 
que te arañe el corazón,
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje 
una botella, al mar de tu incomprensión.

No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.

ESTRIBILLO (BIS)

Y algunas veces suelo recostar 
mi cabeza en el hombro de la luna 
y le hablo de esa amante inoportuna 
que se llama soledad.

Algunas veces gano 
y otras veces 
pongo un circo y me crecen los enanos.
Algunas veces doy con un gusano 
en la fruta del manzano 
prohibido del padre Adán,
o duermo y dejo la puerta 
de mi habitación abierta 
por si acaso se te ocurre regresar:

más raro fue aquel verano 
que no paró de nevar.

(ESTRIBILLO. BIS)”

Y hasta aquí llegó el concierto de hoy. Espero que esta reseña haya sido especialmente útil a aquellos sabineros que, bien se acerquen por primera vez a la obra de Menéndez Flores, o por el contrario que ya disfrutaran de su primera versión y quieran ponerse al día. Todos estos están de enhorabuena. Y, por supuesto, absténganse de comprar el libro aquellos a los que Joaquín Sabina les produzca ardor de estómago por alguna causa u otra. La vida es cuestión de gustos y cada uno es libre de elegir quién quiere que le cuente sus “Mentiras piadosas”. A fin de cuentas, hasta el mismísimo Sabina confesó una vez que nunca pagaría una entrada por ver una de sus actuaciones. Así que… están más que perdonados de antemano.

Perdonen la tristeza (Edición revisada y actualizada) (Libros Cúpula, 2018), de Javier Menéndez Flores | 470 páginas | 19,95 euros

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