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Falsa reseña

ELENA MARQUÉS | Al despertar una mañana, luego de un sueño intranquilo, me encuentro en una habitación vacía. En la esquina junto al balcón (mi cerebro más o menos evolucionado me invita a confirmar que allí estarán esa esquina de siempre y mi balcón sin geranios), una lamparita ilumina el contorno de este voluminoso libro. Me acerco y leo: La invención de todas las cosas. Una historia de la ficción. Lo firma el mejicano Jorge Volpi, del que hace años leí con arrobo En busca de Klingsor; un relato en el que ficción, ciencia y realidad se entreveran con resultados excelentes y que me lleva a pensar, tras conocer otros títulos suyos (Memorial del engaño, La imaginación y el poder, La guerra y las palabras, Mentiras contagiosas), que esas tres entelequias son para él una obsesión recurrente. Como no doy con la salida de la puñetera habitación me imagino atrapada allí, entre las cuatro paredes, cual despeinado gato de Schödinger. Para mi familia puedo estar o no estar detrás de esa puerta leyendo y reseñando este libro. Mientras no accionen el picaporte no desvelarán esa pequeña y relativa verdad.

Abro los ojos (y el volumen) y me encuentro con una obra ambiciosa que no sé por qué me recuerda al logrado intento de Irene Vallejo por recrear la historia de la escritura y el libro en El infinito en un junco. Será porque Borges, para quien precisamente eso, el libro, es la más singular de las invenciones, comparece ya desde las primeras páginas. Como todo recorrido histórico-cronológico, La invención… de Volpi se puebla de infinidad de datos, para algunos lectores, imagino que excesivos, pero siempre bien fundamentados, en los que se demuestra la cultura vastísima del autor. Una cultura que se ha encargado de actualizar con una bibliografía de antesdeayer y que comprende desde tratados filosóficos hasta manuales de física cuántica, pasando por la literatura universal al completo, los libros sagrados y todo lo que alguna vez ha intentado descubrirnos el mundo.

Interrumpido de tanto en tanto por un diálogo kafkiano entre Felice y el bicho (no creo que haya que explicar mucho más), en el que discuten sobre asuntos tan sesudos y controvertidos como los límites entre ficción y realidad, la relación de esta con la locura o la existencia objetiva de lo verdadero, «asisto», a lo largo de los ochos libros que componen este ensayo (falso prólogo y falso epílogo incluidos), al silencio anterior a la gran explosión, al nacimiento de la vida, al balbuceo del lenguaje, al origen de los mitos, a la literatura y su función sociopolítica, pero también terapéutica («no cabe duda de que la tragedia era una tecnología utilizada, como otras ficciones, para aliviar o atemperar el miedo, la desolación y la angustia»), e incluso salvadora (que se lo pregunten, si no, a la locuaz Sherezade), a la evolución de la filosofía desde Tales y Anaximandro a Nietzsche en busca de la esquiva verdad, a la asunción del método científico con ese mismo objetivo, al acuerdo del Derecho…, hasta llegar hasta aquí, prácticamente hasta el minuto antes de que los editores de Alfaguara mandaran imprimir este libro total y enciclopédico.

La verdad es que resumir una obra de estas características en apenas unas líneas tiene tanto de desmedido que no me veo capaz de intentarlo. Por mucho que ningún familiar abra la puñetera puerta y me quede aquí lo que me reste de vida. Por mucha imaginación, de la que me precio, intente echarle al asunto. Pero, en realidad, no es eso lo importante de estas páginas. Después de reunir toda la sabiduría de la tierra, todos esos datos, teorías y narraciones que puede uno encontrar en cualquier manual medio serio en cualquier biblioteca medio sensata, lo que me queda de este extraordinario viaje es la confirmación y la certeza de que estamos dominados por la ficción. Que nada existe si un ojo no lo mira. Que todo es relativo y ningún discurso, absoluto. (Recomendable, pues, que este libro lo lean ciertos políticos que no hace falta que mencione aquí). Que ni siquiera nosotros, que presumimos de conocernos, tenemos una identidad inamovible y propia. Que prácticamente la única certeza es la muerte, y que, como «cada fallecimiento individual equivale a la disolución del cosmos», nuestra vida equivale, por qué no, al fulgor del universo.

«Quien se vuelve capaz de imaginar una melodía, una narración, una tragedia o un poema lírico hilvana futuros», concluye, entre otras cosas, el escritor mejicano. Que el arte, salvo hecatombe o repentino fin del mundo, nos va a sobrevivir es algo que asumimos. Que Alonso Quijano resulta, en este mundo traidor, tan real como el último presidente electo de los Estados Unidos es, más que una verdad, una esperanza, y por eso doy gracias a todos los dioses que soy capaz de imaginarme. Porque si por algo es grande el ser humano, o me lo parece a mí (no puedo pecar de lanzar creencias como axiomas), es por su facultad de crear mundos independientes e infinitos, como hacedores imperfectos que, a la manera del cuentista argentino, gracias a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia, descubran cada día la idea tangible de Uqbar. La enciclopedia ya está aquí, escrita por el genial Jorge Volpi. Del engañoso espejo, que cada cual se encargue.

La invención de todas las cosas. Una historia de la ficción (Alfaguara, 2024) | Jorge Volpi | 704 páginas | 23,65 euros

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