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Family & Freud

perdón

ALEJANDRO LUQUE |“Los padres: uno nunca toma las suficientes precauciones para elegirlos”.

Lo dijo mi amigo Iván hace veinte años, en una mesa del gaditano Café de Levante. Todavía no había prendido la moda literaria de escribir sobre la familia, pero estábamos trabajando en ello. La cuestión era muy clara: había un modelo consolidado a lo largo de generaciones que, por alguna razón, iba a empezar a ser severamente cuestionado muy pronto. Algo tendría que ver también la progresiva pérdida de predicamento de la ortodoxia judeocristiana, que siempre articuló la sociedad sobre la base de una jerarquía familiar indiscutible. Vaya usted a saber. Lo cierto es que en los últimos años hemos visto proliferar todo tipo de ficciones dispuestas a desmontar la sagrada institución, hasta alcanzar niveles de epidemia. Falta haría, quizás.

El francés nacionalizado belga Éric-Emmanuel Schmitt tampoco ha podido resistirse a esta tentación. Hablamos del autor de un éxito mundial como El señor Ibrahim y las flores del Corán, llevada con fortuna al cine, pero también de un dramaturgo que ha sido llevado a escena de la mano de ídolos como Alain Delon o Jean-Paul Belmondo, y de un narrador que se ha atrevido a abordar figuras históricas tan delicadas como Jesucristo o Adolf Hitler, entre otros. En su nuevo libro traducido al castellano, La venganza del perdón, prescinde en cambio de figuras históricas o trascendentes: los protagonistas son familias como las de cualquiera. O más o menos.

Ahí están, sin ir más lejos, esas hermanas Babarin, gemelas que permiten a Schmitt participar de una tradición que va de los Dioscuros a Agota Kristof, pasando por Plauto, Molière y Shakespeare. El clásico juego de equívocos desemboca aquí en una bien urdida trama de amores y odios, con una reflexión de fondo sobre la identidad del individuo y sus máscaras.

Mademoiselle Butterfly, la segunda pieza del volumen, arranca con un episodio duro: un joven de familia bien tiene relaciones con una chica de pueblo, retrasada y casi analfabeta, de la que nacerá un hijo no deseado. Este hecho da pie a Schmitt a desarrollar una serie de movimientos por parte de sus personajes que solo adquieren sentido al final del relato.

El relato que da título al volumen, quizá el mejor del conjunto, relata los encuentros en la sala de visitas de prisión de una mujer con el hombre que mató a su hija, un asesino en serie. La situación, que en España es conocida por los numerosos vis a vis de este tipo que se han mantenido entre terroristas de ETA y sus víctimas. Aquí el autor plantea los mecanismos del perdón como agente liberador y cicatrizante, así como de la victoria moral en casos extremos como este, aunque se cuida mucho de caer en un exceso de candidez.

Concluye el ramillete con ese fantástico homenaje a Antoine de Saint-Exùpery que es Dibújame un avión, tras del cual se plantea la cuestión de la memoria heredada y de la responsabilidad ante las generaciones futuras. El protagonista es ese padre severo, sospechoso de haber formado parte de las tropas nazis, que se transforma cuando lee El Principito a una niña pequeña.

De la escritura de Schmitt podemos decir que no disimula su querencia por las fronteras. Por ejemplo, se mueve muy a gusto en esa –sutil, dificilísima también– que delimita la novela corta del cuento largo. Como demuestra sentirse a gusto en la línea divisoria –no menos desdibujada– que separa el relato clásico de la experimentación, y la ternura de la crueldad. Su técnica recurrente es tomar unos pocos elementos y trenzarlos tranquilamente a la vista del lector: por ahí van cruzándose un billete de lotería, el descubrimiento de la estafa de una gran corporación o un gato herido, tanto da. ¿Son datos relevantes, o despistes? Llegado el desenlace, el autor se deshará de las hebras accesorias para dejarnos justo en el punto al que quería llevarnos.

Porque, eso sí es un denominador común de estos cuatro textos, Schmitt sabe adónde quiere llevarnos, lo sabe desde la primera línea, por mucho que parezca divagar a veces. Y cuando la historia toca a su fin, no es de los escritores a los que les gusta terminar con una coda más o menos larga; lo suyo, por el contrario, es el portazo que te deja vibrando, de estupor o de sorpresa.     

La venganza del perdón es la obra de un buen conocedor de la naturaleza humana, también la de un contador de historias más que experimentado, de los que se las saben todas. La familia es el punto en el que pone el foco, en la necesidad de perdonar y en las dificultades para hacerlo. Pero también hay un elemento común a todos los relatos que aparece como quien no quiere la cosa: la muerte. Familia y muerte. La sombra de Freud –ahora que lo pienso, Schmitt se ocupó de él hace un cuarto de siglo en aquella obra, El visitante– es alargada. También lo recordó aquella tarde en el Café de Levante nuestro amigo Juanjo, al levantar su copa y añadir:

“Freud insistía en la necesidad de matar al padre. Lo malo es que el mío murió demasiado pronto, y no tuve tiempo de hacerlo. Ahora espero que mi hijo me mate a mí”.   

        Publicado en M´Sur

La venganza del perdón (Alianza, 2018) | Éric-Emmanuel Schmitt | Traducción de M. Dolores Torres París | 272 págs. | 17 €

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