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Feliz (que no idiota)

Los incógnitos

Carlos Ardohain

Caballo de Troya, 2011

ISBN: 978-8496-594-87-6

218 páginas

9,99 €

Daniel Ruiz García

La sombra de Borges es alargadísima, pero hay muchas maneras de resguardarse en ella. Cuando son demasiado evidentes, las deudas producen cierta dentera. Pero cuando se plantean hábilmente, sin perder la propia voz, es más, cuando el juego borgiano está enfocado con gracia, sin asfixiar a la voz narrativa, sin aplastarle la personalidad, este juego se recibe con alborozo, con enorme simpatía. Simpatía, sí, esa sería una buena palabra para describir Los incógnitos, el libro de Carlos Ardohain publicado por Caballo de Troya (bien por la editorial de Constantino Bértolo: ajena al ruido de la mercadotecnia, indiferente a las tendencias que marcan los vates de la cosa crítica, haciendo gala de su plante frente a todo eso que se lleva, sigue regalando a la imprenta títulos que de vez en cuando nos deslumbran con su silenciosa, solitaria luminosidad), que sorprendentemente tiene rango de ópera prima.

La historia, en sí misma, tiene mucho de chiste, de burla, de juego. Dos publicistas bonaerenses bastante quemados y con ínfulas literarias, a los que el narrador -y ellos mismos- denomina equis e igriega, deciden un buen día embarcarse en una aventura: crear una agencia de detectives. Se trata de una excusa para dar rienda suelta a su vocación literaria y su atracción por la novela criminal, pero el hecho es que esa excusa, en principio planteada como simpática fabulación, acabará convirtiéndose en algo real, hasta engullir a los propios personajes y enfangarlos con su arriesgada y vibrante dinámica de juego. La vida detectivesca acabará transformándolos y, al tiempo que los llenará de vivencias reales, los contaminará de ficción, hasta un punto de no retorno en el que ellos mismos acabarán convertidos en una historia, en una novela. Novela dentro de novela, realidad confundida con ficción, la importancia de la voz narrativa en la construcción de la trama, reflexión sobre los géneros, todos esos aspectos de teoría literaria confluyen en la historia, pero no aparecen de forma forzada: uno los va encontrando por las esquinas, balanceándose entre líneas, porque la forma de contar de Ardohain es eso, un balanceo.

Decía antes que sorprende que estemos ante una obra de un autor neófito en el terreno de la novela, porque lo que engancha, lo que te absorbe no es sólo la historia, que también, sino sobre todo la forma en que está contada y su capacidad de mantener la tensión hasta el final. Ardohain cuenta las cosas como de pasada, sin conceder demasiada importancia a casi nada, de hecho los propios personajes centrales se esconden detrás de siglas neutras; sin embargo, al mismo tiempo, la sencillez de la prosa resulta contundente, tiene mucha pegada. Hay ambición estilística en el empleo reiterado de subordinadas y de construcciones copulativas, sin que en ningún modo resulte excesivamente barroco o denso, antes bien todo lo contrario: la sensación es de una lectura fluida, extremadamente sencilla; dijéramos agradable.

Los incógnitos es uno de esos libros que uno empieza a leer con escepticismo, pero con los que, sin darte cuenta, acabas dejándote llevar. El narrador es inteligente y quiere que prestemos atención a la historia, al verbo, ahorrándose las virguerías estilísticas gratuitas y conduciéndonos cuesta abajo por el tobogán de la trama. Es por esta falta de exhibicionismo que hay pocas cosas en la historia que chirríen, como mucho un gusto recurrente por las escenas pornográficas gratuitas, que uno acaba entendiendo como un guiño burlesco dentro de una historia que se lee, sí, como dice Constantino Bértolo, su editor, como una novela feliz. Que no idiota.

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