0

Foto de familia con autocaravana al fondo

ILYA U. TOPPER | Es 1983. Ivan Jablonka y yo viajamos en autocaravana por Portugal. Tenemos diez, once años. Tres años más tarde, Ivan Jablonka y yo viajamos en autocaravana por Marruecos. No juntos, no. No nos conocemos de nada. Sería mucha casualidad si nuestros vehículos —los de nuestros padres, quiero decir— se cruzaran en alguna carretera. No sabemos nada de la existencia del otro. Yo me acabo de enterar de la de Ivan, cuarenta años más tarde, por su libro En camping-car. Supongo que él ignorará la mía.

Me habría gustado reconocerme en el autorretrato de un chaval de diez años —dibujado desde luego décadas más tarde, pero con nítidos recuerdos e incluso fragmentos del diario infantil de entonces— mirando el paisaje por el mismo tipo de cristales que yo en esos mismos años, a esa misma edad. De hecho, me reconozco en la primera escena: en la que este chaval juega a las cartas en la parte trasera de la autocaravana, sin mirar el paisaje por los cristales. Su padre se enfada: ¿cómo se puede tener la oportunidad de ver mundo y no aprovecharla? El mío no se enfadaba: entendería que demasiadas horas de paisaje aburren hasta al niño más despabilado.

Pero ahí se acaba. En el resto no me reconozco o, quizás mejor dicho, el resto me parece demasiado banal como para reconocer algo específico que nos una. Cinco páginas de meticulosa descripción del interior de la furgoneta no me acercan a la pregunta: ¿qué nos une frente a los demás niños?

La experiencia directa de la naturaleza: playas, olas, roquedales, el sol en la piel, corretear por el campo, recoger fruta de los árboles. ¿No hay millones de niños que han tenido esa misma experiencia durante las vacaciones en el pueblo de los abuelos o incluso, si tenían la suerte de vivir en la costa, durante cualquier fin de semana de verano? No creo que eso nos diferencie de ellos, ni mucho menos de esos otros millones que se han criado de todas formas en el pueblo.

Quisimos diferenciarnos, cabe aducir. Nuestros padres buscaban un lugar aparte para acampar cada noche. Un spot (del inglés: lugar), lo llama Ivan Jablonka. Un sitio donde hubiera agua, río, playa, bosque, incluso mosquitos, todo salvo especímenes humanos. Una retirada hacia la naturaleza que entronca —eso lo reconoce brevemente el autor— con el Wandervogel alemán y su ética de camino, lumbre, canción. Por eso es doblemente errático que Jablonka intente buscar esforzadamente un eslabón entre este hábito de vacaciones rodantes y el origen de su padre, hijo de judíos franceses deportados y muertos en Auschwitz: el judío errante como modelo de vida…

Es errático porque, por una parte, nada en estas memorias salvo la propia genealogía justifica atribuirle al padre alguna tendencia de verse como judío —ninguna visita a sinagogas históricas de Casablanca a Estambul entre tanto templo griego y anfiteatro romano— y por otra, la familia Jablonka viaja casi siempre junto a la Parent y a menudo a los Gualino, compartiendo la misma pasión, la misma búsqueda del camino asilvestrado, sin genealogía judía por medio. Era un fenómeno común en toda Francia entonces, explica Jablonka con detalle, y por supuesto en toda Alemania, país que fabricaba esas autocaravanas Volkswagen: una tendencia posibilitada por un modesto bienestar de una sociedad europea que treinta años después de la guerra había recuperado suficiente bienestar como para adquirir coches para el ocio y suficiente paz como para permitirles cruzar las fronteras sin mayores líos de visados.

El fenómeno está bien descrito, especialmente su promoción por parte de la industria del automóvil que convierte esta búsqueda de la naturaleza lejos de la sociedad de consumo en toda una tendencia de la sociedad de consumo. Y justo aquí me esperaba la reflexión que yo sí me hice a los quince años. No leía a Kant e ignoraba el imperativo categórico “Actúa según la máxima que puedes querer que sea una ley universal”, pero sí me planteaba el mismo concepto en el lenguaje simple que habríamos entendido Ivan y yo a esa edad: “¿Y qué pasaría si todo el mundo hiciera lo mismo?”

Porque si todo el mundo hiciera lo mismo, si todo el mundo se metiera en autocaravanas y buscara spots lejos de la sociedad, en plena naturaleza, no tocadas por los humanos, pronto no quedaría ni naturaleza ni spot.

En camping-car (Anagrama, 2021) | Ivan Jablonka | 186 páginas | 16.90 euros | Traducción del francés: Agustina Blanco

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *