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Ful de Estambul

NACA259aILYA U. TOPPER | ¿Qué hace un título como Taksim en la portada de un libro escrito por un tipo de Varsovia y cuyos protagonistas se mueven por esa indefinida parte entre el sureste de Polonia, Eslovaquia, Hungría y hasta el norte de Rumanía? Porque Taksim es la plaza central de Estambul, lo que equivale más o menos a decir la plaza central del mundo. A años luz (de focos, de farolas, de neón) de los pueblos desgarbados y mustios de donde los Cárpatos pierden su nombre y por donde trasiegan los dos protagonistas de la novela: Wladek y el narrador.

¿Un ful de Estambul? Lo serán las chupas de cuero de segunda mano con las que trafican los dos compañeros. No lo es el título. Y no voy a contar más porque ustedes se van a leer la novela y no hay que adelantar acontecimientos. Pero fíense: el autor cumple todo lo que promete. Dispara todas las escopetas que va colgando por ahí a lo largo de la historia. Y son unas cuantas. Escenas que parecen bosquejos aislados, nada más que para crear ambiente, y que luego se convierten en una pequeña pieza de un engranaje laborioso y delicado pero mortal de necesidad.

El ambiente. Quizás lo que durante gran parte del libro parece ser la intención primordial del autor: crear escenarios tan plásticos que no hacen falta ni actores. Como en las acuarelas de Caspar David Friedrich, donde uno nunca llega a mirar a esa parejita en el primer plano o al montañero, porque los ojos se le van a la paleta de colores, nieblas, aires, luces, horizontes que conforman el infinito en el cuadro.  Ya sé que Friedrich pintaba al óleo, pero «parecen» acuarelas.

Pero en Taksim, esa parejita importa. Porque esta novela es una historia de amor de las antiguas. Los personajes no son figurantes sino actores: por lo bajini, muy por lo bajini, apuestan fuerte, quién sabe si demasiado fuerte, entre trapos, trapicheos, mafiosos y los cerdos del pueblo.

Los pueblos, los cerdos, los chavales gitanos, las ruidosas maris que revuelven los trapitos, la competencia china y los colegas del carrusel son sólo una parte del escenario. El de la ‘road movie’ de las mil fronteras, siempre bordeando ese ‘non plus ultra’ de la linde ucraniana, donde se trafica ya no sólo con el ful, sino hasta con personas.

El otro escenario es la ciudad donde se despierta cada mañana el narrador. Esa ciudad que empezó a crecer porque aquí venía la gente que ya no aguantaba en la suya, y que se ha ido vaciando porque ya nadie aguanta en ella. Donde ahora sólo quedan quienes no tienen fuerza para irse. Una ciudad hecha por y para fantasmas, con veintidos tiendas de ropa usada, una gasolinera donde las noches de sábado dan vueltas los adolescentes en coche o moto, una y otra vez, porque no se puede hacer otra que cosa que dar vueltas en esta ciudad. Donde venden cerveza bajo el neón y esos ocho litros de gasofa necesarios para que la furgo pueda pillar carretera.

No sabemos en las primeras páginas de Taksim si estamos leyendo una distopía, una novela ambientada en un futuro posapocalíptico, cuando ya todo lo que alguna vez fue Europa ha pasado al otro lado de la Historia. Luego nos damos cuenta de que ya hemos llegado a la distopía, que esa Europa ya es la realidad, la cotidiana, la que vivimos. No es el autor el que se desliza en esa fina línea entre el realismo sociológico y la ficción futurista: somos nosotros.

Creo que voy dando vueltas a la conclusión: Taksim es una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. Podría hablar de su prosa límpida, su sencillez lírica y esas cosas, pero son conceptos ya tan trillados que no le hacen ni justicia. Stasiuk sabe escribir, eso es todo. Sabe hacer una novela perfecta y la ha hecho.

Y qué duda cabe de que el traductor, Alfonso Cazenave, también sabe: ha atrapado el tono justo que usarían Wladek y el narrador si se pasaran mil horas al volante de su furgoneta por las carreteras secundarias de una España profunda, una que de momento no existe, porque aquí, la distopía aún no ha llegado.

Da miedo pensar que llegará. Menos mal que siempre nos quedará Estambul.

Taksim (Acantilado, 2015), de Andrzej Stasiuk | 346 páginas | 18 € | Traducción de Alfonso Cazenave

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