EDUARDO CRUZ ACILLONA | Conocimos a María José Navia en 2021, cuando la editorial Barrett tuvo la brillante idea de publicar su libro de cuentos Una música futura, galardonado con el Premio Mejores Obras Literarias 2019 en Chile en la categoría de cuento inédito. Y allí descubrimos a una autora peculiar, distinta, una voz potente, arrebatadora, y unos cuentos “oscuros y minuciosamente elaborados”, según los describió en su momento Alejandro Zambra.
Tras cerrar aquel libro, pocas dudas nos quedaron de que el nombre de Navia formaría parte algún día de ese exquisito y cada vez más completo catálogo del cuento que es Páginas de Espuma. No le fue necesario a la autora ni siquiera ganar el Premio Internacional Ribera del Duero en 2022. Ser una de las finalistas se convirtió en razón más que suficiente para que la editorial no esperara mucho tiempo para ofrecernos a sus lectores esta nueva remesa de cuentos bajo el más que sugerente título Todo lo que aprendimos de las películas.
Y sí, claro, en el libro hay películas, por activa y por pasiva, dando pie a la trama que vamos a presenciar o condicionando las actitudes, los comportamientos y, en definitiva, la vida, de algunas de las protagonistas. Las niñas, cantaba Joaquín Sabina, ya no quieren ser princesas, y por eso dejan a un lado las películas de dibujos animados que les programan sus madres y optan, a escondidas, por el terror, por la truculencia de lo prohibido. Y en una edad en que la línea que separa ficción y realidad, niñez y madurez, travesura y responsabilidad es tan fina, las consecuencias pueden ser terribles. Como terribles son también otras situaciones que se viven en estos cuentos para leer, si no en una sala a oscuras, como el cine, sí en un respetuoso y aislado silencio. El efecto que tendrán en nuestro estado de ánimo tendrá el efecto multiplicador que también tiene una sala de cine.
En algunos casos, y sin salirnos de ese catálogo de Páginas de Espuma, pudiera parecer que estamos ante un nuevo cuento de las Siete casas vacías de Samantha Schweblin (“Dependencias”), aunque, en otros casos, el cuento podría haberse escapado de La condición animal o Hubo un jardín, tanto monta, de Valeria Correa Fiz (“Guardar el aire”). En ambos, al igual que en otros muchos, subyace la angustia por el propio cuerpo como un elemento imperfecto, bien porque está quedándose ciego (“Mal de ojo”), por la imposibilidad de una maternidad deseada y buscada, por la necesidad adolescente de reconocimiento (“Sacar la lengua”, “Sirena”) o por sentir que han llegado a un lugar no planeado (“Escenas borradas”, “Calima”)
Si bien la estructura de los cuentos tiene mucho de común en la mayoría de ellos, por su planteamiento, por su enfoque, por los escenarios por lo que transitan, hay otros que, sin salirse de la tónica y coherencia general que engloba al libro, suponen un punto de ruptura en la forma de mirar y abordar la acción. Así es en “Fan”, donde el juego del ratón y el gato entre un periodista y una hija, hacen que veamos lucir de manera destacada al personaje de una madre ausente. Y algo parecido sucede en “Gretel”, donde es inevitable no remitirse al clásico “Hansel y Gretel” y en el que la amenaza viene dirigida por una suerte de “Alexa”, ese dispositivo inteligente que aprende con nuestras interacciones y que, más pronto que tarde, podrá hacerse con el control de nuestras vidas. No en vano, el cuento se abre con una cita de Emily Dickinson sobre lo brillante que sonaron unas palabras concretas… De nuevo, esa angustia por el espacio limitado, constreñido, esa impotencia por no poder revertir lo inevitable y, a la vez, el irrefrenable deseo de encontrar una salida y una vida mejor «en algún lugar sobre el arco iris». Algo que María José Navia, estoy convencido, aprendió de la película El mago de Oz.
Todo lo que aprendimos de las películas (Páginas de Espuma, 2023) | María José Navia | 160 págs. | 17,00€